(53) JOSÉ MANUEL ORTIZ SOTO
SUCEDIÓ EN LA BARRANCA
—Vine a la barranca con mis primos. Yo no
quería venir, pero ellos me trajeron por la fuerza. “Para que te hagas
hombrecito y dejes de esconderte en las enaguas de las viejas, cabrón”, me
dijeron. Pero en cuanto llegamos aquí, se echaron a correr. Y no los encuentro.La luna menguante era un brillo difuso en
el cielo cerrado de nubes; apenas se veía el camino.—¿A poco no oyes que te gritan? Son tus
primos que te llaman. Están detrás de aquellas peñas donde te desbarrancaste
—le aseguró el difunto Catarino, el mismo que alguien colgó de un mezquite por
enamorar a mujeres ajenas.
TÚ Y LAS NUBES
—Lloverán cuchillos de fuego; el cielo se
caerá a pedazos. ¿Y tú dónde estarás? ¿Escondido bajo la tierra como un topo?
¿A rastras por el suelo como la serpiente? ¡Arrodíllate! ¡Arrepiéntete! Ahora
que todavía tienes tiempo.El forastero mira temeroso al clarividente
en harapos, que no deja de manotear. Una anciana que sigue de largo le
recomienda:—Joven, dele una moneda y se irá con su
escándalo a otra parte.
EL HIJO DEL PUEBLO
Lo abandonaron una madrugada en el portal
junto a la iglesia, dentro de una caja de cartón y envuelto con un reboso negro
y raído. Desnudo, sin nombre, un completo desconocido, lloraba quedito para no
importunar a las sombras. Las ratas y los perros ya se lo disputaban; gruñían y
se mostraban los dientes. “¡Úchala, bestias malditas! ¡Váyanse de aquí!”,
gritaba doña Pachita, blandiendo la escoba cual espada vengadora. Al hurgar en
la caja, se encontró con la mirada grisácea de un niño recién nacido.—Doña Pachita, nunca imaginé que al final
de nuestras vidas, Dios nos hiciera el milagrito —dijo el señor cura, y propuso
bautizarlo con su nombre.
Por generaciones, crecimos fantaseando con
la casa abandonada. En nuestra mente infantil a veces era un castillo cuidado
por dragones; otras, la choza de una bruja come-niños. Por eso, cuando un
temblor la derrumbó, todos los habitantes del pueblo corrimos a rescatar de
entre sus escombros un pedazo de nuestra imaginación.
UN MUNDO RARO
Nadie recordaba si el tren había pasado
por allí alguna vez. Los habitantes más viejos perdieron la memoria o
consumieron en silencio sus recuerdos. Había en los límites del pueblo una
franja de rieles que la maleza y las alimañas respetaban. Llegaba a las ruinas
que la gente llamaba La Estación. A ese sitio iban los niños a jugar por las
tardes, después de salir del colegio. En un hecho que podría parecer absurdo e
innecesario, uno de los pillos subía a un árbol y desde ahí vigilaba el
horizonte.—Toca la campana si ves que viene el tren
—ordenaba el líder del grupo.Nunca, hasta esa tarde, sucedió nada.
Entre gritos de algarabía, los chiquillos suspendieron su juego y se apartaron
corriendo de las vías. ¿Qué fue lo que vieron? Nadie lo sabe. El silencio se
quedó grabado para siempre en sus rostros avejentados.
SI NOS DEJAN
Agustina corre desaforada por las calles
pedregosas; de sus jadeos escapan palabras ininteligibles. Una horda de
chiquillos le cierra el paso y la arrincona contra la barda del cuartel
abandonado. “¡Que cante! ¡Que cante!”, gritan enardecidos. Entonces ocurre el
milagro: una voz hermosa de soprano sale de su boca desdentada. Su largo
cabello, prematuramente canoso, se tiñe de un azul rojizo; la blusa hecha
girones, se desprende y Agustina queda con el torso desnudo. Los otrora sonidos
guturales, son el canto en calma que presagia el naufragio. Pero los chiquillos
se niegan a creerlo: no tiene cola de pescado.
EL REY
El auditorio aplaude de pie, frenético,
dejando en segundo plano la música del mariachi. En el proscenio de la pequeña
carpa, el cantante hace una reverencia. Sus manos, sudorosas, se aferran al
sombrero de charro que oprime contra su pecho agitado. “¿Cómo podría pagar, que
me quieran a mí y a todas mis canciones?”, susurra con el corazón emocionado.
LA MEDIA VUELTA
Un camino intemporal. El joven ve a un
grupo de hombres a lo lejos. Emocionado por encontrar compañía, corre en
dirección a ellos y camina a su lado, atento a la conversación. Algunos le
parecen conocidos.Luis Eduardo Aute: Hay algunos que dicen,
que todos los caminos conducen a Roma.Antonio Machado: Caminante, se hace camino
al andar, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a
pisar. Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar.Joan Manuel Serrat: Estoy completamente de
acuerdo con don Antonio. Cuco Sánchez: ¡Arrieros somos, y en el camino andamos!José Alfredo Jiménez: Una piedra en el
camino me enseñó que mi destino era rodar y rodar. ¡Rodar y rodar!Alex Lora: Las piedras rodando se
encuentran.Bob Dylan: When you ain't got nothing you
got nothing to lose.El joven se detiene y los caminantes se
desvanecen con el viento. Al dar media vuelta, solo encontró sus huellas.
EL AUTOR
JOSÉ MANUEL ORTIZ SOTO
(Guanajuato, México, 1965). Pediatra y
cirujano pediatra. Ha sido guionista de cómic y autor de canciones. Ha
publicado dos libros de poesía: replica de viaje (2006) y Ángeles de barro
(2010); así como los libros de minificción Cuatro caminos (2014) y Las
metamorfosis de Diana/Fábulas para leer en el naufragio (2015); es antólogo de
El libro de los seres no imaginarios. Minibichario (2012), La marina de
Ficticia (2018), y coantólogo de Alebrije de palabras. Escritores mexicanos en
breve (2013) y El Tótem de la rana. Catapulta de microrrelatos (2017). Sus
minificciones se encuentran en diversas antologías nacionales e
internacionales. Coordina la Antología virtual de minificción mexicana.
Contacto: manolortizs@msn.com y @jmanolortizs
1 comentario:
Un gusto volver a leer estos micros.Enhorabuena.
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