(43)FABIAN VIQUE
Fotografia de Gabriela Alcaraz
Simulacro de muerte
En nuestro pueblo los velorios son muy
concurridos. Hay un tablón en la plaza donde la gente pega un cartel con los
datos del muerto y el horario del velatorio y entierro. En la fotocopiadora se
puede conseguir el impreso a un dinar.Por hacer una broma, pegué un cartel
anunciando mi velatorio y entierro. Llegué a la hora de mayor concurrencia. Los
afligidos asistentes me abrazaban sollozando frases como «pobrecito, tan bueno
que era».
Nadie se percató de mi presencia. En el
entierro, cuando la primera palada golpeó la madera del cajón, se me escapó una
lágrima.
El fin del mundo
Cuando escuché la noticia del inminente
choque del meteorito con nuestro frágil planeta, bajé corriendo al kiosco,
compré cigarrillos y le comenté el pronóstico a Elizabeth. Dijo que ya le
habían ido con el cuento.
Yo deslicé que esos vaticinios me sonaban
increíbles. «Es verdad», contestó mientras me extendía el atado, «pero si en
Hiroshima hubiesen avisado unos días antes, también les habría parecido
increíble».
Esa clase de respuesta es la que me vuelve
loco. Y que pusiera, mientras lo decía, esa media sonrisa que significaba «¿no
te habías dado cuenta, tontín?», me hizo vibrar todas las cuerdas del
enamoramiento. Solía, la encantadora Elizabeth, dar muestras de parecidas
ocurrencias.Hasta entonces yo me había limitado a
devolver una sonrisa que, en mi caso, significaba: «cómo me gustaría animarme a
besarte». Pero esta vez, ante la inminencia de la hecatombe, me lancé hacia
ella como un felino.La suerte estuvo de mi lado. Ella resultó
ser de esas personas a las que les encanta que el otro se les tire encima al
estilo leopardo. «Era hora», me dijo, «ya no sabía qué más hacer para que te
dieras cuenta de que me gustabas».«El sexo en el lugar de trabajo es realmente
fascinante», opinó cuando encendimos los cigarrillos.Días después, se comprobó que la alarma del
meteorito había sido un error de cálculo. «Te lo advertí», dijo.Yo creo que un día dejaré de fumar.
El mensaje
Soy el director de la Biblioteca Nacional.
No soy un fanático de la lectura. Siempre encuentro algo nuevo en los viejos
clásicos.
Ayer, por ejemplo, hallé una hormiga negra
en un poemario del siglo XIII. Iba de aquí para allá. La aplasté, la
descuarticé, repartí los restos en páginas estratégicas.
Algún día alguien descubrirá mi mensaje.
Acuario
El barbo de Sumatra mira al tiburón albino.
No hay mensaje, no hay emisor ni receptor. Solo lo mira. Si el tiburón albino
no estuviera allí, el barbo de Sumatra no sería quien es. El día en que el tiburón
muera o lo saquen de su pecera, el barbo, desde la suya, se moverá del mismo
modo, no cambiará nada de su comportamiento, pero ya no será el mismo. Él no lo
sabe. El tiburón albino no lo sabe. Los ictiólogos no lo saben. Todo es
incomunicación.
Secuencia
La gota que impacta en la baldosa del patio
anuncia la lluvia inminente. Entre esa gota y las incontables que caerán
enseguida se abre un abismo de espacio-tiempo. En ese abismo nace un colibrí.
La lluvia moja las alas del colibrí. El colibrí se guarece en el alféizar de la
ventana. Desde allí mira el patio como se miran los patios los días de lluvia.
Biografía general
Todos los escritores nacieron en las
afueras de una pequeña ciudad. Su infancia estuvo signada por la pobreza, la
magia y la tragedia. Sus padres murieron en circunstancias penosas. Criados por
los abuelos, tuvieron dificultades en los estudios y trabajaron en oscuras
oficinas, en hojalaterías y en librerías de viejo. Fundaron revistas y fueron
ávidos lectores de Faulkner, Joyce, Borges y Dostoievsky. A los veintidós años
viajaron a Europa, donde conocieron a Celine, Picasso, Ernst y Bretón.
Escribieron novelas, cuentos, ensayos, crónicas y poemas. Sus primeros textos
fueron rechazados por las mismas editoriales que años después se sacarían los
ojos por publicar sus obras completas. Se casaron algunas veces. Recibieron
premios. Pasaron los últimos años entre el olvido y el desconocimiento.
Murieron una tarde de otoño, rodeados de unos pocos parientes.
Los últimos
—¿Cómo empezó?—Dormía y de pronto una explosión, y otra,
y otra más. Y destellos por todas partes y en el cielo y más y más explosiones.—¿Y después?—Me vestí, salí a la calle, caminé y caminé
entre los escombros.—¿Y?—Y nada, ni un signo de vida en ningún
lado. Grité, lloré, viajé, llamé y mandé mensajes desde teléfonos que yacían en
manos muertas y nunca nadie jamás respondió.—¿Cuánto duró eso?—Meses, años, perdí la cuenta.—¿Y nunca nadie?—Nunca nadie.—¿Nadie, nadie, nadie?—Nadie.
EL AUTOR
Fabián Vique nació en la Ciudad de Buenos
Aires en 1966, vive en Morón, Provincia de Buenos Aires. Es profesor de
literatura y editor. Publicó, en el género microficción: La vida misma y
otras microficciones (Instituto Cervantes, Belgrado 2007, Macedonia
Ediciones, Buenos Aires, 2010), Variaciones sobre el sueño de Chuang Tzu
(Macedonia Ediciones, Buenos Aires, 2009), Los suicidas se divierten
(Posdata Ediciones, Monterrey, México, 2012), Peces (Macedonia
Ediciones, Buenos Aires, 2015) y Fábulas, fantasmas y fotocopiadoras
(Micrópolis, Lima Perú, 2016).Como editor fundó Macedonia Ediciones, de
Morón, Provincia de Buenos Aires, en 2008. El sello tiene más de 100 títulos
publicados, la mayoría del género microficción.
1 comentario:
Muy buenos. El querido Vique es un maestro.
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