VIAJE
Suba caballero, el taxi
está libre. Qué tal la noche, algo fresca,¿verdad? No se moleste en darme la direccion, yo sé a dónde
va. Calle Aqueronte esquina con Estigia, ¿es así? Ahí van todos, no es que lo
adivine. Por eso el tráfico, pero llegaremos en un instante, no se inquiete;
trabajo en esto desde hace siglos. El viaje le costará una moneda de oro. No es
caro si consideramos el servicio, la ruta. No me diga su nombre, no es
necesario.Pero yo le diré el mío. Caronte, para servir a
usted.
EnredaDos
Algunos fallos en la red telefónica son
causados por llamadas de despecho debido a que la furia y las recriminaciones
se enredan fácilmente entre los cables. Cuando esto pasa, el emisor finge no
haber enviado un mensaje y el receptor actúa como si no hubiera nada que
recibir; sin embargo, el aire se satura peligrosamente por la estática generada
en la pareja. Es necesario, entonces, esperar hasta que un tercero, llamémosle
“técnico de comunicaciones”, acuda a arreglar el desperfecto. Lo que sea que
esto signifique.
DÍA DE LOCOS
Hay un día al año en que se permite que todos
los locos del mundo salgan a recorrer las calles. Es un día extraño; más que
nada para ellos, que no saben cómo comportarse encerrados como habían estado, y
entonces gritan, ululan, se ríen convulsivamente, le preguntan al aire dónde
están o intentan hablar con los transeúntes, sin ningún éxito. Los cuerdos
hacen como que no los ven mientras caminan más deprisa. Y es que todos temen
ese día, cuerdos y locos por igual, porque cuando las puertas de la locura
vuelven a cerrarse siempre termina dentro alguien que no sabía que estaba loco,
y también se queda por fuera algún demente, fingiéndose cuerdo en este mundo
sin ninguna dificultad.
CARLITA FANTASMA
Pedrito está triste, muy triste. Llora cuando
cree que nadie lo ve, ya no quiere jugar a los carritos, ni se toma la sopa de
letras que antes le encantaba. Cuando le preguntan qué le pasa les dice que
nada, no le pasa nada, con los ojitos bajos y la mirada perdida. Lo que los
grandes no saben es que se ha quedado solo porque su mejor amiga, su hermana
Carlita, se ha ido para no volver jamás. Juntos eran el duo perfecto,
invencible: los espías exploradores, los saqueadores de buques, los salvadores
del mundo. Hasta aquel fatídico día en que Carlita se escondió detrás del
sillón de su madre tapándose los ojos con las manos y preparada para contar
hasta diez, y se enteró sin querer de que se había muerto nada más nacer, hacía
ocho años. Entonces Carlita fantasma se volvió de aire, de pura sorpresa. Por
eso ahora Pedrito, cuando los grandes quieren saber por qué está triste, solo
pregunta a su vez: “y yo, ¿cuándo me voy a convertir en fantasma?”
SIETE DÍAS
Dios, que ha vivido eternamente, es viejo y
olvida con facilidad. Cuando despierta el primer día, abre los ojos y se hace
la luz. El segundo, vuelven a su mente las imágenes de los mares y los cielos.
Al tercer día, recuerda el tronco torcido del eucalipto, el rocío sobre la
hierba, la suavidad de los pétalos. En el cuarto contempla la luna, y sonríe.
Durante el quinto día evoca el cuerpo esquivo y blando de los peces, el color
de las aves, su vuelo errático. El sexto, rememora a un par de criaturas en todo
semejantes a Él, que lo miran como si lo conocieran y le llaman padre. Pero el esfuerzo lo agota, y
exhausto se echa a dormir un día entero, para olvidarlo todo. Y despierta al
otro día como si fuera el primero, abre los ojos y se hace la Luz.
No podía verla el frutero cuando le pesaba la
bolsa de cebollas y al mismo tiempo charlaba con la rubia, estirando la mano
aún sin mirarla para recibir el billete y dar el cambio. Era un fantasma.
Imposible que la notaran los vecinos, si estaba hecha de aire. Solo la veían
los niños y los perros. Unos aullaban y otros sonreían. Era incapaz de verla el
conductor del autobús aunque quisiera, mientras validaba el ticket entre la
masa de gente que subía y bajaba, ni resentía nadie sus codos clavándose en las
costillas para abrirse paso, porque un codo es igual a cualquier otro y da lo
mismo a quién le pertenezca. Un día el fantasma se hartó y decidió encarnarse.
Se tendió en medio de su cocina y esperó a que la encontraran. Pero no pasaba
nada. El sol iba y venía sin descanso mientras el fantasma materializado de
aquella que fue miraba al techo. Cuatro años vivió su muerte sobre las
baldosas, hasta que un vecino fisgón abrió el marco de su ventana con el palo
de una escoba y vio, ahora sí y al borde del colapso por el espanto, la punta
de sus fantasmales pies de anciana, calzados con zapatos negros apuntando hacia
arriba sobre el piso de la cocina.
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