> Letras Itinerantes: (43)FABIAN VIQUE

lunes, 7 de octubre de 2019

(43)FABIAN VIQUE

(43)FABIAN VIQUE

Fotografia de Gabriela Alcaraz

Simulacro de muerte

En nuestro pueblo los velorios son muy concurridos. Hay un tablón en la plaza donde la gente pega un cartel con los datos del muerto y el horario del velatorio y entierro. En la fotocopiadora se puede conseguir el impreso a un dinar.Por hacer una broma, pegué un cartel anunciando mi velatorio y entierro. Llegué a la hora de mayor concurrencia. Los afligidos asistentes me abrazaban sollozando frases como «pobrecito, tan bueno que era».
Nadie se percató de mi presencia. En el entierro, cuando la primera palada golpeó la madera del cajón, se me escapó una lágrima.


El fin del mundo

Cuando escuché la noticia del inminente choque del meteorito con nuestro frágil planeta, bajé corriendo al kiosco, compré cigarrillos y le comenté el pronóstico a Elizabeth. Dijo que ya le habían ido con el cuento.

Yo deslicé que esos vaticinios me sonaban increíbles. «Es verdad», contestó mientras me extendía el atado, «pero si en Hiroshima hubiesen avisado unos días antes, también les habría parecido increíble».

Esa clase de respuesta es la que me vuelve loco. Y que pusiera, mientras lo decía, esa media sonrisa que significaba «¿no te habías dado cuenta, tontín?», me hizo vibrar todas las cuerdas del enamoramiento. Solía, la encantadora Elizabeth, dar muestras de parecidas ocurrencias.Hasta entonces yo me había limitado a devolver una sonrisa que, en mi caso, significaba: «cómo me gustaría animarme a besarte». Pero esta vez, ante la inminencia de la hecatombe, me lancé hacia ella como un felino.La suerte estuvo de mi lado. Ella resultó ser de esas personas a las que les encanta que el otro se les tire encima al estilo leopardo. «Era hora», me dijo, «ya no sabía qué más hacer para que te dieras cuenta de que me gustabas».«El sexo en el lugar de trabajo es realmente fascinante», opinó cuando encendimos los cigarrillos.Días después, se comprobó que la alarma del meteorito había sido un error de cálculo. «Te lo advertí», dijo.Yo creo que un día dejaré de fumar.


El mensaje

Soy el director de la Biblioteca Nacional. No soy un fanático de la lectura. Siempre encuentro algo nuevo en los viejos clásicos.
Ayer, por ejemplo, hallé una hormiga negra en un poemario del siglo XIII. Iba de aquí para allá. La aplasté, la descuarticé, repartí los restos en páginas estratégicas.
Algún día alguien descubrirá mi mensaje.

Acuario

El barbo de Sumatra mira al tiburón albino. No hay mensaje, no hay emisor ni receptor. Solo lo mira. Si el tiburón albino no estuviera allí, el barbo de Sumatra no sería quien es. El día en que el tiburón muera o lo saquen de su pecera, el barbo, desde la suya, se moverá del mismo modo, no cambiará nada de su comportamiento, pero ya no será el mismo. Él no lo sabe. El tiburón albino no lo sabe. Los ictiólogos no lo saben. Todo es incomunicación.


Secuencia

La gota que impacta en la baldosa del patio anuncia la lluvia inminente. Entre esa gota y las incontables que caerán enseguida se abre un abismo de espacio-tiempo. En ese abismo nace un colibrí. La lluvia moja las alas del colibrí. El colibrí se guarece en el alféizar de la ventana. Desde allí mira el patio como se miran los patios los días de lluvia.


Biografía general

Todos los escritores nacieron en las afueras de una pequeña ciudad. Su infancia estuvo signada por la pobreza, la magia y la tragedia. Sus padres murieron en circunstancias penosas. Criados por los abuelos, tuvieron dificultades en los estudios y trabajaron en oscuras oficinas, en hojalaterías y en librerías de viejo. Fundaron revistas y fueron ávidos lectores de Faulkner, Joyce, Borges y Dostoievsky. A los veintidós años viajaron a Europa, donde conocieron a Celine, Picasso, Ernst y Bretón. Escribieron novelas, cuentos, ensayos, crónicas y poemas. Sus primeros textos fueron rechazados por las mismas editoriales que años después se sacarían los ojos por publicar sus obras completas. Se casaron algunas veces. Recibieron premios. Pasaron los últimos años entre el olvido y el desconocimiento. Murieron una tarde de otoño, rodeados de unos pocos parientes.


Los últimos

—¿Cómo empezó?—Dormía y de pronto una explosión, y otra, y otra más. Y destellos por todas partes y en el cielo y más y más explosiones.—¿Y después?—Me vestí, salí a la calle, caminé y caminé entre los escombros.—¿Y?—Y nada, ni un signo de vida en ningún lado. Grité, lloré, viajé, llamé y mandé mensajes desde teléfonos que yacían en manos muertas y nunca nadie jamás respondió.—¿Cuánto duró eso?—Meses, años, perdí la cuenta.—¿Y nunca nadie?—Nunca nadie.—¿Nadie, nadie, nadie?—Nadie.


 EL AUTOR

Fabián Vique nació en la Ciudad de Buenos Aires en 1966, vive en Morón, Provincia de Buenos Aires. Es profesor de literatura y editor. Publicó, en el género microficción: La vida misma y otras microficciones (Instituto Cervantes, Belgrado 2007, Macedonia Ediciones, Buenos Aires, 2010), Variaciones sobre el sueño de Chuang Tzu (Macedonia Ediciones, Buenos Aires, 2009), Los suicidas se divierten (Posdata Ediciones, Monterrey, México, 2012), Peces (Macedonia Ediciones, Buenos Aires, 2015) y Fábulas, fantasmas y fotocopiadoras (Micrópolis, Lima Perú, 2016).Como editor fundó Macedonia Ediciones, de Morón, Provincia de Buenos Aires, en 2008. El sello tiene más de 100 títulos publicados, la mayoría del género microficción.


1 comentario:

Unknown dijo...

Muy buenos. El querido Vique es un maestro.