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lunes, 17 de abril de 2023

(170) MICROS DE LEYENDAS COLOMBIANAS


 

LO DURO DE VIVIR ASÍ

En el pacto que hizo con el demonio esa noche le quedó claro que poseería todo el dinero del mundo, pero no debía entrar a ningún templo cristiano, ni bañarse durante siete años.

  Tenía casi todo cuanto deseaba con solo introducir las manos en los bolsillos. Se fue del pueblo al ver el rechazo que generaba su apariencia descuidada. En los demás lugares a donde llegaba ocurría lo mismo apenas lo veían acercarse. Su indumentaria de indigente no hacía sospechar que cargara tanto dinero entre sus ropas y trebejos.

   A los dos años de vivir casi a la intemperie empezó a detestar esa vida que había escogido en el momento fatal de tomar decisiones. Se sentía solo y rechazado, como si se notara en alguna parte de su ser la marca de aquel malévolo pacto del que se empezaba a ver como un perdedor.

   Por eso huyó a donde nadie lo viera y optó por quemarse vivo en un vano intento por purificarse. Lo único cierto es que nadie más supo de él desde entonces y algunos creen que en el lugar donde se calcinó su cuerpo, quedó aquel parche de tierra infértil y maldita donde hasta la lluvia se negaba a caer.

 

CASCOS DE CABALLO SUENAN EN LA CALLE DESIERTA

Había llegado a aquel pueblo pequeño de casas lujosas, pero de una antigüedad que superaba todos los cálculos. Anochecía y los faroles fueron encendiéndose solos, como si una mano prodigiosa le diera luz a uno por uno. No eran eléctricos. Tampoco se advertía a nadie en las cercanías. Las casas a pesar de todo parecían abandonadas.

   Era un pueblo chico que no acababa de recorrer a pesar de estar seguro de haber recorrido y de verlo desde la distancia con pocas casas en la ladera que mantenían su silencio inmaculado del principio y solo sus pasos se escuchaban cansados y desiguales mientras transcurría la noche. Sus pasos que iban y venían sin entender porque no encontraba la salida.

   Sus pasos una y otra vez errando por aquellas calles que cada vez lo seguían conduciendo hacía ninguna parte. Sus pasos y los cascos de un caballo que se acercaba, pero al mirar atrás solo se veía la larga calle con sus faroles y las sombras de las fachadas de las casas. De nuevo las pisadas del caballo acercándose. Solo los pasos del caballo sobre el empedrado.

 

EL DUENDE DE LOS HILOS DORADOS DE AZOGUE

Nadie supo cuando llegó a la casa ni mucho menos como fueron sus primeros movimientos que lo volvieron notorio en el comedor, en la biblioteca y en las habitaciones de los niños. Parecía que le gustara leer o al menos curiosear los libros porque aparecían tirados en el suelo tal vez por la dificultad para retornarlos a su respectivo estante.

   Si rondaba el resto de la casa lo hacía en ausencia de los niños a las horas del colegio y de los adultos durante las horas de trabajo. Al llegar encontraban el desorden a su paso y pensaron en principio que se tratara de varios de ellos o que la casa estuviera embrujada que para algunos era mejor y más cómodo pensar en esta posibilidad.

   Algunas veces desaparecía durante semanas y alcanzaban a creer que no volvería y todo regresaría a la normalidad. No sabían que era debido al cansancio que le producía armar aquel desorden, por eso necesitaba tanto tiempo para descansar y reponerse de las duras faenas.

   Sin embargo, eran los libros de la biblioteca los que copaban el mayor tiempo y de no ser por los libros regados sobre el piso nadie hubiera sospechado de su presencia. Se sabía cuál libro se encontraba leyendo por un cordón de oro que cambiaba de página o de volumen. El día que lo escondieron en un baúl de madera con llave dejó de visitar la casa un tiempo y otra vez creyeron que se liberaban de él; pero otro día volvió con un nuevo cordón que dejaba de separador para continuar leyendo a su siguiente visita, solo que está vez cuando intentaban tocarlo se les escabullía de las manos como si se disolviera y en otras parecía tornarse invisible. Después se volvió una especie de hilo de azogue dorado que al atraparlo se desaparecía apenas tocaba la tierra.

 

LA SILUETA DE LA FRIA DAMA DE LA NOCHE

Anda suelta su figura por los pueblos cada noche. No lo pudieron evitar ni los más valientes ni tampoco los más fieles creyentes con oraciones y conjuros. Ella sigue suelta y tranquila por las calles de algún pueblo que no sabemos si escogió o por inciertos misterios llegó allí.

   Solo se sabe que está vagando por las calles y es una figura construida de sombras, al menos eso creemos, porque algunas veces parece de carne y hueso mientras sus pisadas dejan huellas en el suelo que camina.

   Lo cierto es que seduce, incita a seguirla y toma mil formas para pasar desapercibida y otros que desconocen su historia vayan tras ella, sientan que la idolatran y cuando creen que están con una mujer de verdad, se transforma en ese ser de hielo que los congela y los deja tirados como si fueran cadáveres y al otro día los encuentran yertos como témpanos de hielo y muy pocos se salvan para poder contarlo.

 

CUANDO LA LUNA PIERDA SU LUZ PALIDA

Tía Angela sale de casa a las once de la noche cuando la luna pierde un poco su luz pálida, dice que es el mejor momento para no encontrarse con los fantasmas que abundan en la cañada. Se dirá que no tiene sentido que la dejemos partir en esas condiciones, pero no hay poder sobre la tierra que la detenga.

   Tampoco hay poder que la aleje y no le permita volver, todos lo sabemos en la casa y a ratos nos entristece y en otros nos alegra con cierto sentimiento que no logramos descifrar del todo. Es algo que no puede ser agradable del todo, es muy parecido a soñar con los parientes muertos que queríamos y que se nos vuelven a ir tan pronto despertamos.

   Así ocurre con ella. Llega, entra, saluda como si acabara de llegar de un viaje y se sienta en la mesa. Los que estamos en casa la recibimos pensando que no se volverá a ir, así sepamos lo contrario, que nos habla y ríe de nuestras ocurrencias, nos cuenta de sus años juveniles, aunque mirándola bien parece que no le transcurrieran los años.

   Se queda con nosotros hasta que una noche, a las once, cuando la luna pierde su luz pálida sale y se va por la cañada. Desaparece por la puerta dejándonos una especie de melancolía porque no sabemos cuándo la volvamos a ver aparecer en el patio. Si volverá.

 

LOS NIÑOS DEL AGUA

Aquel pueblo me pareció sacado de algún relato de los más extraños. No se veían niños por ninguna parte y esto me empezó a inquietar. Al principio no dije nada.

   En la casa que me hospedaron esa noche hablamos largo rato hasta que la pareja se detuvo en algo que se veía, no les gustaba mucho hablar.

   -Hijos, si, tuvimos dos, pero se los llevó ella cuando iban a cumplir diez años.

   En la panadería de al lado, la dueña habló un buen rato y su rostro se ensombreció al recordar que estaba sola y que su marido se había marchado a la zona de las esmeraldas después de lo que pasó:

   -La Madre del Agua lo llamó una tarde con su voz y se fue caminando hasta la orilla del río.

   El carnicero dijo de mala gana que sus tres hijos también fueron arrebatados y se los devoró la corriente mientras caminaron derecho y sin mirar a los lados.

   El carpintero, el albañil que pintaba la alcaldía, la costurera del parque, el lechero que recorría cada mañana el pueblo, el chofer del bus que se fue a vivir a otro lugar porque no soportaba recordar, el pescador que le huía a la noche y a la oscuridad, el leñador que no cortaba arboles sino recolectaba leña seca; todos iban contando como se les había perdido cada uno de sus hijos.

   Tampoco se fueron porque no soportaban la idea de estar lejos de ellos y creían que un día podrían regresar y no los iban a encontrar en el lugar que los habían visto desparecer.

 

LA AMISTAD ES SOLO UN AVE

Por buscar a su amigo aceptó el reto de salir a enfrentarse con la dureza de la tormenta. La luminosidad de los rayos lo hacía ver como una sombra alargada en medio de la llanura. Sin embargo, era solo un breve instante, demasiado fugaz, como su vida que se desvaneció esa noche cuando la magia de un relámpago lo atravesó de la cabeza a los pies y lo transformó en un ave para que pudiera desde la altura buscar a su amigo que también se lo había devorado una borrasca muy parecida.

   Verlo volar en las noches de aguaceros torrenciales era tan de buen agüero cuando se iniciaba una amistad que, si no aparecía en medio del amplio llano con su vuelo acompasado y su silueta más oscura que la noche, empezaba a ser presagio que aquel amigo algo se traía entre manos y por más que demostrara sus buenas maneras no era confiable.

 

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