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lunes, 27 de marzo de 2023

168 ROCÍO UCHOFEN

 


 

Último día
El día que cerró la ciudad, mis hijos y yo dimos una breve vuelta en auto como para no olvidarla. Los tres usábamos mascarilla y mis manos en guantes quirúrgicos guiaban el volante con cierto temor. Las calles vacías, las tiendas cerradas. Parecía el amanecer de un día cotidiano, pero eran las tres de la tarde. Al cruzar una esquina vimos cómo enfermeros en trajes antibacteriales llevaban a alguien inmóvil en una camilla cubierta de un plástico verdoso y transparente. Mi hija comentó que la gente miraba desde las ventanas. Nuestro auto se alejó.

Llegamos a casa, parqueamos el auto, desinfectamos los zapatos, las manijas de las puertas, echamos las mascarillas en un cesto y nos sentamos en la sala.

El tiempo dejó de correr desde ese instante.

 

Reflejo
Para salir de dudas fui a la biblioteca y revisé los archivos pictóricos del vecindario. Había mucho material ahí, la facilidad de vivir en el así llamado primer mundo. Luego de horas di con las fotos que buscaba.  Cuando vi su cara, me di cuenta.

Al terminar, caminé por las rutas cercanas a mi casa. Antes, cien años antes, el vecindario se componía de viviendas diminutas donde mujeres y hombres vivían frugalmente. Ahora las casitas han dado paso a construcciones modernas estilo condominio con imponentes muros de ladrillo blanco y piedras que brillan al atardecer. Solo mi vieja casa colonial es la que no pertenece a su ordenamiento y colores, su frugalidad contrasta y todos tratan de obviar:la madera ennegrecida, el pequeño jardín donde la hiedra avanza. Aun existo, pienso. Mis pasos suenan como ecos cuando ingreso silenciosa  por mi pequeña puerta principal que se abre con un chirrido, entonces me acerco al espejo redondo que cuelga en la antesala, me miro en su lámina agrietada.

, esa es la cara.

 

El objeto
¿Recuerdas la vez que salimos por la noche a comprar chocolates cerca a la casa? Ese día vimos un objeto brillante surcando raudamente el cielo en líneas circulares, entonces tú dijiste que era un avión. Yo tenía 7 pero aun lo recuerdo. Los años que siguieron fueron muy confusos. Las cosas no estaban bien y después de comer golosinas o cosas ricas, terminamos comiendo un pan duro y oscuro, leche en polvo con sabor a medicina, por las calles hallaba billetes o monedas que nadie quería. La gente vivía molesta y cada cierto día se iba la luz.

Años después dejé el país. Tú ya habías muerto. En la lejanía sigo recordando. He aprendido y ganado sentido común. Por las noches miro el cielo y sé  que aún no se han inventado objetos brillantes que surquen el cielo en líneas circulares.  Pero a veces leo los diarios y hay noticias de  gente que dice verlos.

Aquí es muy difícil que se vaya la luz.

 

La construcción de los sueños
Anoche volví a soñar contigo: Te vi pasar a mi lado, entonces te seguí. Caminaste hacia la casa de siempre, abriste la puerta nuevamente y yo entré tras de ti. Cuando iba a tocarte, desperté. Si solamente vives en mis sueños, tal vez sea imposible que la realidad nos una.

Pero cada noche avanza un poco más nuestra historia.

 

El momento
Éramos un pueblo guerrero. Ai Apaec nos protegía y así vivíamos cerca al mar, yo soñaba con surcarlo en las poderosas naves que los artesanos construían con haces de totora fuerte y seca. Mi padre murió en una de las guerras protegiendo el cuerpo del gran señor, eso nos dio un espacio en su palacio, pero ahí éramos solo sirvientes. Mi madre cocinaba para las festividades y el aroma intenso de la chicha de maní o de la carne aliñada para alimentar a los señores era lo más cercano a ellos. Ella decía que yo podía ser guerrero como mi padre, a veces yo soñaba que mi cuerpo era tatuado en los rituales de la guerra. Sin embargo, cuando tuve la edad para luchar el señor y el sumo sacerdote dijeron que había otros planes para mí. Poco tiempo después éste enfermó, llegaron grandes curanderos, sus voces hacían eco en los muros, mi madre preparaba brebajes y el palacio estaba a oscuras. El señor padecía una enfermedad extraña, mis anhelos de ser su guerrero se extinguían, su heredero era más joven y tenía ya un grupo de gente. Cuando llegó el día de la muerte, todo el palacio se llenó de lamentos. Mi madre corrió a abrazarme, su cabello olía a los brebajes que había cocinado por días. Entonces escuché la voz del sumo sacerdote, los cascabeles de oro vibraron cuando movió su brazo para llamarme. Me llevaron a los aposentos, ahí me desvistieron y aceites aromáticos limpiaron mi cuerpo. Horadaron mis orejas, mi nariz, el oro pesaba en mi cuerpo. Me cubrieron con las ropas del guerrero, finalmente había llegado mi momento. Había tres jóvenes más adornados igual que yo y dos hermosas doncellas, cuando una de ellas empezó a llorar, lo comprendí. Avanzamos en procesión al lado del cuerpo del señor que iba cargado por un gran grupo de gente. El oro pesaba. Bajamos a la tumba, me dieron las armas del guerrero, mi corazón latía fuertemente. Me tocó estar a la derecha del cuerpo. El sumo sacerdote nos dio de beber algo dulce que luego se tornó amargo.

Entonces la oscuridad nos fue absorbiendo.


El artesano

Falpen era alfarero. Ciertas mañanas salía junto a su perro y caminaban hacia el este, allí había un lugar donde la tierra tenía otro color. Falpen recogía solo un poco y así tendría un pretexto para regresar. Cierta tarde mientras recogía la tierra, el perro empezó a ladrar. Al voltear se dio con un animal de ojos grandes que parecía un zorrito. Pensó que sería curioso llevarlo y cargó con él. Los otros artesanos no gustaban de los animales. El perro que siempre seguía a Falpen no podía ingresar al espacio donde hacían la cerámica. Por las noches alumbrados bajo la luna, Falpen dormía abrazado a su mascota y ambos probablemente soñaban lo mismo. Cuando llegó con el zorrito, los otros artesanos empezaron a quejarse. Tuvo que dejarlo ir.

Primero desapareció un guerrero, hallaron sus huesos al lado de su coraza de oro. Luego siguieron doncellas, sus cabellos pegoteados con restos de su cuero cabelludo; gente del pueblo desapareció y sus extremidades rodeadas de moscas fueron halladas en los caminos.

Los artesanos vivían temerosos. Empezaron a crear vasijas con forma de lo que imaginaban tan monstruoso como para destrozar los cuerpos de todas esas víctimas. Falpen pensaba en su zorrito, creó una vasija con la tierra especial, los ojos grandes y las orejas puntiagudas, para seguir el arte de sus compañeros, le añadió colmillos a su creación. 

Las víctimas seguían apareciendo. El horror de la muerte a veces sonaba a gritos en la noche.

Falpen dormía abrazado a su perro y a su vasija de ojos grandes.

 

Tenga un buen día *
Las puertas se abrieron. El vagón no estaba repleto; todos los viajeros nos podíamos mirar con aburrimiento. Una joven subió; sus manos delicadas sostenían un excesivo ramo de flores envuelto en un papel color marfil impreso en dorado con una frase repetida ad infinitum: “Tenga un buen día”. La pareja próxima a la puerta se abrazaba sin reflejar su postura ninguna incomodidad, ni siquiera para la anciana sentada frente a ellos leyendo con serenidad su libro. Detrás de la pareja había un póster del museo con los nombres de Kandinsky, Mondrian y Pollock. Al salir pasé cerca a la joven del ramo de flores, absorta su mirada en la nada.

La explosión ocurrió cuando yo ya caminaba fuera del subterráneo. El remezón nos arrojó en diferentes direcciones; mi cuerpo cayó a suelo y me golpeé la cabeza contra un muro. Las sirenas ahogaron los gritos. Nadie allá abajo sobrevivió. Meses después busqué la foto de la joven del ramo en los obituarios del atentado. No la hallé. Ni siquiera pude encontrar alguien que ligeramente se le pareciera. El golpe en la cabeza me dejó secuelas extrañas, como un ligero crujir del cráneo, el miedo a viajar en subterráneo y un pequeño malestar cada vez que me cruzo con mujeres jóvenes que lleven ramos de flores.

*publicado en la antología “Con la urgencia del instante” (Ars Communis, 2023)

 

LA AUTORA

Rocío Uchofen (Perú) es narradora, poeta y promotora cultural.  Su poemario Geometría de la Urbe fue finalista del premio Copé de poesía 2013. Recibió una microresidencia de The Poetry Society (2019) y fue finalista del premio FILLT de testimonio 2020. En 2022 obtuvo el primer puesto en el concurso En Concreto Alma Urbana organizado por el PEN Chile.  Editó las antologías Intervalos: 12 narradoras peruanas (2020), Staten Island mi historia/Staten Island my story (2020), Todos podemos escribir un cuento (2021) Y Puentes (2022). Ha publicado Staten Island personal/Personal Staten Island (2021). Los poemarios Liturgias Clandestinas (Taller del Poeta, 2004), El oscuro laberinto de los sueños (Tranvias Editores, 2011) y Geometría de la urbe (Carpe Diem, 2019); los libros de cuentos Odalia y otros sin esquina (The Latino Press, 2004), En algún lugar del laberinto (2011) y La irrealidad y sus escombros (Maquinaciones Narrativa, 2021). Dirige Híbrido Literario desde 2002 y un programa con el mismo nombre en Maker Park Radio, Staten Island. Vive en New York, NY desde 1996.

 

 

 

 

 


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