VESTIGIO
Clavó el puñal cerca de la aorta izquierda, aunque
la piel humana puede funcionar como elástico, esta piel ya está lo
suficientemente estirada para aguantar el puntiagudo artefacto que la desgarra.
El olor a sangre ha tomado la habitación, el rojo oscuro casi grisáceo posa
como un filtro en mi retina.
Soy asesina, he asesinado, y lo peor es que me ha
gustado. Mientras mi mano izquierda que tiene vida propia escribe esta nota:
"Me he convertido en homicida, lo he hecho por elección. He matado el
último vestigio de nuestro amor. Siempre afirmé que el silencio era el cuchillo
más afilado para penetrar un cuerpo. No debiste esperar el día que decida partir
para poder decirme aquello que tu piel grita y tu boca calla, no hay un motivo
exacto, pero acá yace nuestra historia. Cometí el crimen sin ningún atuendo más
que el que me dio Dios porque la locura es un vestido que solo algunas llevamos
con elegancia".
CONCIENCIA
¿Juguemos a las escondidas? Yo oculto las verdades y tú muestras las mentiras – me dice la mujer del espejo.
MISÓGINO
El tedio de la rutina iluminaba mis oscuros
pensamientos donde deseaba vehementemente asesinar. Así de simple como lo
cuento, solo tenía deseos homicidas, supongo que era normal. Mi padre asesinó
el alma de mi madre hasta asfixiarla con hilo de pescar. No pagó su pena en el
juzgado, la maldición cayó sobre mis hombros y me convirtió en un mitómano,
misógino, lunático que odiaba necesitar a las mujeres como la noche odia la luz
del día, porque al salir el sol ella muere.
MUERTE
El sol salió con toda su energía, ni siquiera he
puesto el pie en la baldosa roja de mi cuarto y me encuentro agotada.
Debo preparar mi cabello, ponerme cremas en las líneas de expresión y tomarme el café más tinto posible para soportar la faena del trabajo. Trabajo, esa palabra me hace llorar, donde debo tomar decisiones apresuradas sin consultar, inmiscuirme en la vida de los demás para recordarles lo que puedo lograr y responder a mi única tarea diaria desde siglos pasados y venideros: - ¿hoy quién morirá?
ABUELA
El viento recio soplaba al son del vaivén de la
mecedora rechinante de la anciana. Sus cabellos plateados iluminaban la
habitación, solo entraba a medirle el azúcar, tomarle el pulso y mirarla por
momentos esporádicos. No podía entablar con ella una conversación, el alzhéimer
le había quitado la potencia de su voz.
Aún tenía la curiosidad de saber las historias
escondidas detrás de esas arrugas.
Esperaba que el otoño con su encanto me ayudará, y
Alicia me contará la razón de su rezo diario: "Los te quiero que decimos y
no son devueltos se quedan atorados en la garganta. Es por eso que el amor solo
debería ser audible si es recíproco. Es una fuerza tan profunda que después de
ella nada vuelve su sitio, niña".
Por algunos segundos tenía la sensación que estaba
lúcida y me conocía tan bien, volviéndose capaz de leerme y sin necesidad de
contarle de la existencia del nudo en mi garganta, tan grande que me
cortaba.
Y como buena abuela sin nietos cercanos buscaba
aconsejarme repitiendo todos los días el mismo rezo.
Pero en cuestión de parpadeos la anciana Alicia
perdía su mirada en la nada.
–¿Qué le
habrá pasado? ¿Será que su garganta está tan anudada como la mía? Solo espero
que su azúcar se mantenga, mientras yo busco la forma de mantenerme erguida.
INCERTIDUMBRE
El reloj se movía al tic tac del tiempo, pero
siempre se preguntaba: ¿Qué habrá sido de lo que nunca fue?
SUICIDA
La mujer besó sus labios sabiendo exactamente cuál
sería la causa de su propia muerte.
María Claudia Ardaya
Santa Cruz de la Sierra, Bolivia,
En 2017 publica su poemario “Caos” junto al sello
editorial Gente de blanco. En 2020 publica su poemario digital “Epifanía del
olvido” junto a la colección de Serendipia.
Participó del 5to y 6to Encuentro Internacional de
Microficción en Santa Cruz, Bolivia.
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