Pitágoras
Encontré un instrumento musical y
lo llevé a casa. Cuando lo toqué, noté
que emitía todas las notas de una escala musical de ocho. Pero las notas son siete, por lo que me di cuenta
que estaba en un sueño. Desperté en mi
ciudad natal, Samos, y Pitágoras, mi compañero de banco, me decía que la clase
era aburridísima y que tenía intenciones de abandonar la secta. Lo hicimos al atardecer. Apoyamos la escalera contra el paredón
trasero y nos fuimos furtivos por la hipotenusa.
Piedra
El recorrido de la piedra fue de
millones de años. Era enorme, aunque el
frío, primero, y la erosión después, la terminaron convirtiendo en una piedra
ovalada, lisa, con un hermoso tono índigo –mientras estuvo en el agua–, aunque
quedó gris y áspera, ya que apenas era un canto rodado. Algún aficionado a juntar cosas la llevó de
la vera del río a un camino, a una maceta, a la calle de nuevo. Un perro la babeó y arrastró cuadras arriba. Ahí la encontró la turba y volvió a recorrer
millones de años; atravesó vidrios, cascos, hambre; quedó teñida de sangre y
olvidada, hasta que un niño la puso en una gomera para matar a un ave que
empollaba. Alguien la juntó y pintó de
colores, ignorando ese pasado de sueños y fantasmas.
Revolución
Viene corriendo y grita, a toda
voz, la gente se levantó en el pueblo.
Explica, hay personas en la calle, piedras, fuego; hay sangre. Y entra en la casa –todavía corre–, y busca
algo con qué sumarse a la turba. Trato
de detenerlo. Es inútil, le digo; yo he
vivido millones de revoluciones y seguimos de rodillas. Pero se va sin hacerme caso, sin
despedirse. Busco lo que ha tomado de la
casa, y descubro que son vendas. Mi hijo
va a la revolución con vendas.
Epifanía
de la mosca
Mirando cómo una mosca se golpeaba contra el vidrio
una y otra vez para poder atravesarlo y alcanzar el jardín, se sintió igual que
ella, ya que en su desdichada vida, una y otra vez caía en los mismos errores,
prácticamente sin poder evitarlo.
Entonces, reflexionó que no se trata tanto de desconocer el camino, sino
más bien de conocer una sola manera de llegar a él.
Supersticiones
pueblerinas
Recién desembarcado en un pueblo que tenía fama de
extraño, encontró un mensaje escrito en el cemento y por la letra, descubrió
que era de su propia mano. Pero no podía
ser. Era la primera vez que llegaba
allí, y, sobre todo, hacía varios años que había perdido su mano en la
guerra. Se consoló pensando que tal vez
su mano viviese sin él y por alguna razón, hubiese llegado también al
pueblo. Pero no existen fantasmas de
miembros perdidos; razonó. Fantasmas
enteros, puede ser; objetos fantasmas como barcos o esas cosas, puede ser; pero
no manos fantasmas que toman una varita y escriben sobre el cemento “estuve
aquí”. Tres calles más allá, encontró
una flecha que le indicaba un lugar.
Entró. Su mano quiso abrazarlo,
pero se excusó señalándole que no era apropiado para las convenciones de ese
pueblo tan jodidamente supersticioso.
La cabeza
Desperté. A mi lado, dormía una cabeza
extraña. Traté de recordar qué había
hecho la noche anterior, pero sólo recordé estar acostada y que alguien me
sobaba el hombro. Las mismas máquinas de
ésas de hospital, la misma ventana con rejas que veía ahora. Pero ningún recuerdo de esa cabeza. Miré hacia abajo, entre las sábanas, y noté
que esa cabeza no tenía cuerpo. Mi
corazón se aceleró y mis pensamientos rescataron los recuerdos de otro, que
ahora eran también míos. No era mi
cuerpo, no era mi hombro; mi cabeza estaba sujeta por el cuello, al cuerpo de
alguien más.
Pista
Las ve salir; agotadas de tanto bailar. Una está un poco borracha y se descalza, y la
otra parece estar bien, pero también se descalza, quizás porque no soporta más
sus zapatos de plataforma. Su sombra se
proyecta sobre ellas y se relame en la noche que empieza a desvanecerse; tiende
una mano hacia las jóvenes, que no lo perciben.
La que no parece borracha toma su celular y mensajea; después se sabrá
que a su mamá, diciéndole que recién salieron y que se quedará a dormir en lo
de su amiga, tal como habían acordado.
Se despide con que mañana la llamará.
Dos días después, ese mensaje sigue siendo la única pista que da
indicios de sus vidas o su libertad.
Ángel
Afuera y frente a la casa, había un niño. No era del barrio. Estaba parado sin hacer nada, mirándonos;
parecía que flotaba. Mi esposo dijo que
debíamos salir y ver qué quería, que no era normal que anduviera un niño solo y
en medio de la noche, pero yo lo detuve.
Ese niño no andaba solo; seguramente era un truco de asaltantes para que
saliéramos de la casa y nos robaran y mataran como a perros; no debíamos
dejarnos engañar. Convencidos,
reaseguramos las puertas y ventanas, pero el niño se elevó unos metros más y
despidió una luz cristalina, muy hermosa.
Otra vez dudamos si no debíamos salir, pero nos convencimos de que no
debíamos hacerlo, seguramente brillaba por el frío, por la noche. Pero entonces la tierra tembló, y una grieta
se abrió debajo de los cimientos, tragando nuestra casa y a nosotros. El niño todavía estuvo un rato en el mismo
lugar, antes de regresarse con sus alas vacías.
“Pitágoras”, “Piedra” y “Revolución”, pertenecen a
“Criaturas geográficas”, Macedonia, 2022.
“Epifanía de la mosca” y “Supersticiones
pueblerinas”, son de “¡Maldita humanidad!”, Macedonia, 2016.
“La cabeza”, “Pista”, “Ángel” son de “El banquete
de los monstruos”, La Tejedora, 2018.
LA AUTORA
Fabiola Soria nació en 1975, en Bahía Blanca, pero desde 2005
vive en el Alto Valle de Río Negro, en General Roca. Sus obras publicadas abarcan cuentos de
ciencia ficción “Arquetipos” (2011), y “Relatos de la Cronohistoria (2019-2021),
poesía “Todos los rostros” (2014), y microrrelato “¡Maldita humanidad!” (2016),
“El banquete de los monstruos” (2018) –seleccionado y editado por la
Universidad Nacional de Río Negro–, y “Criaturas geográficas (2022). También
cuenta con un libro álbum junto a José Humberto Álvarez “Esto no es un paquete”
(2019). En 2019, obtuvo el Primer Premio
en el Primer Certamen Patagónico de
Relatos “De lo textual al espacio público”, La Pampa, con “Identidades”. También obtuvo el Primer Premio Internacional
del Concurso Carbono Alterado, Uruguay, con su cuento “El señor Gokiburi viene
a comer”. En 2021, su novela corta de
ciencia ficción “Sueños de Lázaro”, fue seleccionada por el Fondo Editorial
Rionegrino para su publicación. Su obra
forma parte de antologías y revistas de Argentina y Latinoamérica.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario