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martes, 27 de diciembre de 2022

(159) FABIOLA SORIA

 


Pitágoras
Encontré un instrumento musical y lo llevé a casa.  Cuando lo toqué, noté que emitía todas las notas de una escala musical de ocho.  Pero las notas son siete, por lo que me di cuenta que estaba en un sueño.  Desperté en mi ciudad natal, Samos, y Pitágoras, mi compañero de banco, me decía que la clase era aburridísima y que tenía intenciones de abandonar la secta.  Lo hicimos al atardecer.  Apoyamos la escalera contra el paredón trasero y nos fuimos furtivos por la hipotenusa.

 Piedra
El recorrido de la piedra fue de millones de años.  Era enorme, aunque el frío, primero, y la erosión después, la terminaron convirtiendo en una piedra ovalada, lisa, con un hermoso tono índigo –mientras estuvo en el agua–, aunque quedó gris y áspera, ya que apenas era un canto rodado.  Algún aficionado a juntar cosas la llevó de la vera del río a un camino, a una maceta, a la calle de nuevo.  Un perro la babeó y arrastró cuadras arriba.  Ahí la encontró la turba y volvió a recorrer millones de años; atravesó vidrios, cascos, hambre; quedó teñida de sangre y olvidada, hasta que un niño la puso en una gomera para matar a un ave que empollaba.  Alguien la juntó y pintó de colores, ignorando ese pasado de sueños y fantasmas.

Revolución
Viene corriendo y grita, a toda voz, la gente se levantó en el pueblo.  Explica, hay personas en la calle, piedras, fuego; hay sangre.  Y entra en la casa –todavía corre–, y busca algo con qué sumarse a la turba.  Trato de detenerlo.  Es inútil, le digo; yo he vivido millones de revoluciones y seguimos de rodillas.  Pero se va sin hacerme caso, sin despedirse.  Busco lo que ha tomado de la casa, y descubro que son vendas.  Mi hijo va a la revolución con vendas.

 Epifanía de la mosca
Mirando cómo una mosca se golpeaba contra el vidrio una y otra vez para poder atravesarlo y alcanzar el jardín, se sintió igual que ella, ya que en su desdichada vida, una y otra vez caía en los mismos errores, prácticamente sin poder evitarlo.  Entonces, reflexionó que no se trata tanto de desconocer el camino, sino más bien de conocer una sola manera de llegar a él.

 

Supersticiones pueblerinas
Recién desembarcado en un pueblo que tenía fama de extraño, encontró un mensaje escrito en el cemento y por la letra, descubrió que era de su propia mano.  Pero no podía ser.  Era la primera vez que llegaba allí, y, sobre todo, hacía varios años que había perdido su mano en la guerra.  Se consoló pensando que tal vez su mano viviese sin él y por alguna razón, hubiese llegado también al pueblo.  Pero no existen fantasmas de miembros perdidos; razonó.  Fantasmas enteros, puede ser; objetos fantasmas como barcos o esas cosas, puede ser; pero no manos fantasmas que toman una varita y escriben sobre el cemento “estuve aquí”.  Tres calles más allá, encontró una flecha que le indicaba un lugar.  Entró.  Su mano quiso abrazarlo, pero se excusó señalándole que no era apropiado para las convenciones de ese pueblo tan jodidamente supersticioso.

 La cabeza
Desperté. A mi lado, dormía una cabeza extraña.  Traté de recordar qué había hecho la noche anterior, pero sólo recordé estar acostada y que alguien me sobaba el hombro.  Las mismas máquinas de ésas de hospital, la misma ventana con rejas que veía ahora.  Pero ningún recuerdo de esa cabeza.  Miré hacia abajo, entre las sábanas, y noté que esa cabeza no tenía cuerpo.  Mi corazón se aceleró y mis pensamientos rescataron los recuerdos de otro, que ahora eran también míos.  No era mi cuerpo, no era mi hombro; mi cabeza estaba sujeta por el cuello, al cuerpo de alguien más.

 Pista
Las ve salir; agotadas de tanto bailar.  Una está un poco borracha y se descalza, y la otra parece estar bien, pero también se descalza, quizás porque no soporta más sus zapatos de plataforma.  Su sombra se proyecta sobre ellas y se relame en la noche que empieza a desvanecerse; tiende una mano hacia las jóvenes, que no lo perciben.  La que no parece borracha toma su celular y mensajea; después se sabrá que a su mamá, diciéndole que recién salieron y que se quedará a dormir en lo de su amiga, tal como habían acordado.  Se despide con que mañana la llamará.  Dos días después, ese mensaje sigue siendo la única pista que da indicios de sus vidas o su libertad.

 

Ángel
Afuera y frente a la casa, había un niño.  No era del barrio.  Estaba parado sin hacer nada, mirándonos; parecía que flotaba.  Mi esposo dijo que debíamos salir y ver qué quería, que no era normal que anduviera un niño solo y en medio de la noche, pero yo lo detuve.  Ese niño no andaba solo; seguramente era un truco de asaltantes para que saliéramos de la casa y nos robaran y mataran como a perros; no debíamos dejarnos engañar.  Convencidos, reaseguramos las puertas y ventanas, pero el niño se elevó unos metros más y despidió una luz cristalina, muy hermosa.  Otra vez dudamos si no debíamos salir, pero nos convencimos de que no debíamos hacerlo, seguramente brillaba por el frío, por la noche.  Pero entonces la tierra tembló, y una grieta se abrió debajo de los cimientos, tragando nuestra casa y a nosotros.  El niño todavía estuvo un rato en el mismo lugar, antes de regresarse con sus alas vacías.

 

“Pitágoras”, “Piedra” y “Revolución”, pertenecen a “Criaturas geográficas”, Macedonia, 2022.

“Epifanía de la mosca” y “Supersticiones pueblerinas”, son de “¡Maldita humanidad!”, Macedonia, 2016.

“La cabeza”, “Pista”, “Ángel” son de “El banquete de los monstruos”, La Tejedora, 2018.


LA AUTORA

Fabiola Soria nació en 1975, en Bahía Blanca, pero desde 2005 vive en el Alto Valle de Río Negro, en General Roca.  Sus obras publicadas abarcan cuentos de ciencia ficción “Arquetipos” (2011), y “Relatos de la Cronohistoria (2019-2021), poesía “Todos los rostros” (2014), y microrrelato “¡Maldita humanidad!” (2016), “El banquete de los monstruos” (2018) –seleccionado y editado por la Universidad Nacional de Río Negro–, y “Criaturas geográficas (2022). También cuenta con un libro álbum junto a José Humberto Álvarez “Esto no es un paquete” (2019).  En 2019, obtuvo el Primer Premio en el  Primer Certamen Patagónico de Relatos “De lo textual al espacio público”, La Pampa, con “Identidades”.  También obtuvo el Primer Premio Internacional del Concurso Carbono Alterado, Uruguay, con su cuento “El señor Gokiburi viene a comer”.  En 2021, su novela corta de ciencia ficción “Sueños de Lázaro”, fue seleccionada por el Fondo Editorial Rionegrino para su publicación.  Su obra forma parte de antologías y revistas de Argentina y Latinoamérica.




 


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