VIDA DE GATOSFabiola Rivera
Ronroneo
y de cuando en cuando me enrosco y me froto en las patas del sillón.
No
hay placer más grande que el sentir la independencia en mis patas, cruzar del
cuarto al tejado sin ningún problema y correr tras la lujuria, digo detrás de
Perla, eso sí que es la gloria, aunque al final una de mis siete vidas corra
peligro en las patas de mi gata...
Todas
las noches escucho el maullido de mi especie, ese sonido mágico que me llama
hacia la libertad y siento que vivir como el cuadrúpedo que me ladra desde el
suelo, debe ser un castigo de otras vidas, o quizás de otras muertes.
EL JARDÍN DEL EDÉNDaniel Canals Flores
El
vetusto gato yacía en el alféizar de la ventana, con una de sus patas
sobresaliendo del poyo. Curtido en cien batallas y asesino de mil ratones,
soñaba tranquilo, sin prisa. Estaba en el cielo de los gatos, rodeado de gatas
en celo, borlas de lana y jugosa comida enlatada. Había hasta un cagadero de
arena personalizado con su nombre. Los niños no tuvieron compasión; ataron un
petardo a su cola, lo encendieron y corrieron a ocultarse entre los matorrales.
¡Boom! El gato ni se inmutó, llevaba ya varias horas muerto...
SOLITARIOSIldiko Nassr
Luego
de la explosión, todos abandonaron el pueblo. Sólo permanecieron algunas
estructuras edilicias. Y los gatos, que pronto construyeron un imperio propio.
Se entretuvieron con los juguetes y los restos del abandono. Adaptaron su
alimentación a la crisis y sus atributos físicos se fortalecieron acorde a las
necesidades de supervivencia. Cuando los humanos quisieron repoblar el lugar,
era demasiado tarde. Los gatos eran dueños de todo. Aislados, solitarios,
eternos.
ÁRBOLES AL PIE DE LA CAMAÁngel Olgoso
Volvía
del trabajo, al anochecer, cansado, casi enfebrecido, cuando se me ocurrió que
me gustaría ser un animalillo silvestre, que sabría administrar esa vida
simple, limpia de la confusión y el alboroto de las preocupaciones, que podría
acomodar con facilidad mi conciencia a ese estado ideal. Como una bendición,
alguien, lejos de escamotear mi deseo, me dio la forma de una criatura peluda y
diminuta y me soltó en el bosque. Era, como vi después, una vida
descorazonadora: no sentía interés por otra cosa que no fuera acarrear
alimentos, avariciosa e infatigablemente, hasta mi agujero al pie del tronco de
un árbol podrido; los límites de cada territorio desencadenaban continuos
litigios entre los habitantes de la fronda; las voces de los pájaros me
ensordecían; los parásitos habían invadido mi pelambre; los apareamientos
resultaban tan gravosos como los espulgos; y mis ojos revolaban de pánico en
sus órbitas cada vez que presentía a los rapaces. Aquel desconsuelo, por
fortuna, no duró demasiado. Un día se acercó con sigilo un trozo de oscuridad
y, aunque husmeé su hedor a distancia y oí luego las pisadas y los 133 furiosos
ladridos, apenas tuve tiempo de entrever sus dientes cerrándose sobre mí.
INMORTALIDADNorma Yurie Ordóñez
Pocos
gatos merodeaban en la ciudad. Por eso, nadie notó cuando el pequeño felino se
introdujo en la puerta agrietada de aquel monasterio, ni lo vieron trepar al
atril del iluminador. Pasaría mucho tiempo, y rigurosos estudios, antes de que
alguien advirtiera entre la maraña de flores y la letra capitular de la
apergaminada página, aquella miniatura que parecía resguardarse de alguna
temible persecución.
EXTERMINIOTeresa Constanza Rodríguez Roca
No
hace mucho, por la esquina rota de una ventana, atisbé el depósito de la casa.
Un olor ácido inundó mi nariz. En la penumbra resaltaban trastos viejos;
maletas, bolsas, cajas semiabiertas, centenares de libros apilados en estantes
que cubrían dos paredes hasta el cielo raso. Pequeños trozos de papel,
entreverados con unas bolitas negras alargadas, cubrían por completo el piso.
Me di cuenta entonces del motivo por el que
la vecina le había hecho un regalo a doña Julia; era de color grisáceo, de
andar inseguro, maullaba débilmente y tomaba leche con avidez, dormía de
espaldas con las patas extendidas. ¿Iba a cazar roedores aquel montoncito de
carne peluda? ¿Por qué la vecina no trajo un gato crecido?
Al cabo de una semana el gatito desapareció.
Lo busqué por todas partes, hasta que perdí las esperanzas de encontrarlo. ¿Qué
destino le habría tocado? ¿Se lo habrían comido las inmundas ratas?
Después de un buen tiempo se me ocurrió
observar de nuevo por la ventana: encima de una pila de libros, en medio de los
trastos, maletas y bolitas negras, el minino de color ratón practicaba su aseo
gatuno, satisfecho y complacido.
¡MIAU!Ana Serrano
Está
bien, voy a pasar.
Despacio y con mucha naturalidad guiaré mis
pasos hacia la salida. Muy bien, lo siguiente es ignorar a los curiosos.
¡Por favor, señorita, no me mire con esa
cara! ¡Es solo un espejo roto!
Yo no
lo conozco, señor, se debe estar confundiendo.
Sonreiré y disimularé mi nerviosismo. ¡Vamos
que voy presuroso!, la puerta está cerca. No dejaré que los gritos de la señora
de adelante me perturben en lo absoluto. Ya casi llego.
Correré con la elegancia que me caracteriza
y me mezclaré con la multitud; pero antes debo dejar de pensar en voz alta,
después de todo los gatos no hablan, dicen ¡MIAU!
1 comentario:
¡Qué bonito, muchas gracias!
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