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sábado, 7 de enero de 2023

(160) ESPECIAL ANTOLOGATOS

 



VIDA DE GATOS
Fabiola Rivera

Ronroneo y de cuando en cuando me enrosco y me froto en las patas del sillón.

   No hay placer más grande que el sentir la independencia en mis patas, cruzar del cuarto al tejado sin ningún problema y correr tras la lujuria, digo detrás de Perla, eso sí que es la gloria, aunque al final una de mis siete vidas corra peligro en las patas de mi gata...

   Todas las noches escucho el maullido de mi especie, ese sonido mágico que me llama hacia la libertad y siento que vivir como el cuadrúpedo que me ladra desde el suelo, debe ser un castigo de otras vidas, o quizás de otras muertes.

 

EL JARDÍN DEL EDÉN
Daniel Canals Flores

El vetusto gato yacía en el alféizar de la ventana, con una de sus patas sobresaliendo del poyo. Curtido en cien batallas y asesino de mil ratones, soñaba tranquilo, sin prisa. Estaba en el cielo de los gatos, rodeado de gatas en celo, borlas de lana y jugosa comida enlatada. Había hasta un cagadero de arena personalizado con su nombre. Los niños no tuvieron compasión; ataron un petardo a su cola, lo encendieron y corrieron a ocultarse entre los matorrales. ¡Boom! El gato ni se inmutó, llevaba ya varias horas muerto...

 

SOLITARIOS
Ildiko Nassr

Luego de la explosión, todos abandonaron el pueblo. Sólo permanecieron algunas estructuras edilicias. Y los gatos, que pronto construyeron un imperio propio. Se entretuvieron con los juguetes y los restos del abandono. Adaptaron su alimentación a la crisis y sus atributos físicos se fortalecieron acorde a las necesidades de supervivencia. Cuando los humanos quisieron repoblar el lugar, era demasiado tarde. Los gatos eran dueños de todo. Aislados, solitarios, eternos.

 

 



ÁRBOLES AL PIE DE LA CAMA
Ángel Olgoso

Volvía del trabajo, al anochecer, cansado, casi enfebrecido, cuando se me ocurrió que me gustaría ser un animalillo silvestre, que sabría administrar esa vida simple, limpia de la confusión y el alboroto de las preocupaciones, que podría acomodar con facilidad mi conciencia a ese estado ideal. Como una bendición, alguien, lejos de escamotear mi deseo, me dio la forma de una criatura peluda y diminuta y me soltó en el bosque. Era, como vi después, una vida descorazonadora: no sentía interés por otra cosa que no fuera acarrear alimentos, avariciosa e infatigablemente, hasta mi agujero al pie del tronco de un árbol podrido; los límites de cada territorio desencadenaban continuos litigios entre los habitantes de la fronda; las voces de los pájaros me ensordecían; los parásitos habían invadido mi pelambre; los apareamientos resultaban tan gravosos como los espulgos; y mis ojos revolaban de pánico en sus órbitas cada vez que presentía a los rapaces. Aquel desconsuelo, por fortuna, no duró demasiado. Un día se acercó con sigilo un trozo de oscuridad y, aunque husmeé su hedor a distancia y oí luego las pisadas y los 133 furiosos ladridos, apenas tuve tiempo de entrever sus dientes cerrándose sobre mí.

 

INMORTALIDAD
Norma Yurie Ordóñez

Pocos gatos merodeaban en la ciudad. Por eso, nadie notó cuando el pequeño felino se introdujo en la puerta agrietada de aquel monasterio, ni lo vieron trepar al atril del iluminador. Pasaría mucho tiempo, y rigurosos estudios, antes de que alguien advirtiera entre la maraña de flores y la letra capitular de la apergaminada página, aquella miniatura que parecía resguardarse de alguna temible persecución.

 

EXTERMINIO
Teresa Constanza Rodríguez Roca

No hace mucho, por la esquina rota de una ventana, atisbé el depósito de la casa. Un olor ácido inundó mi nariz. En la penumbra resaltaban trastos viejos; maletas, bolsas, cajas semiabiertas, centenares de libros apilados en estantes que cubrían dos paredes hasta el cielo raso. Pequeños trozos de papel, entreverados con unas bolitas negras alargadas, cubrían por completo el piso.

   Me di cuenta entonces del motivo por el que la vecina le había hecho un regalo a doña Julia; era de color grisáceo, de andar inseguro, maullaba débilmente y tomaba leche con avidez, dormía de espaldas con las patas extendidas. ¿Iba a cazar roedores aquel montoncito de carne peluda? ¿Por qué la vecina no trajo un gato crecido?

   Al cabo de una semana el gatito desapareció. Lo busqué por todas partes, hasta que perdí las esperanzas de encontrarlo. ¿Qué destino le habría tocado? ¿Se lo habrían comido las inmundas ratas?  

   Después de un buen tiempo se me ocurrió observar de nuevo por la ventana: encima de una pila de libros, en medio de los trastos, maletas y bolitas negras, el minino de color ratón practicaba su aseo gatuno, satisfecho y complacido.

 

 

¡MIAU!
Ana Serrano

Está bien, voy a pasar.

   Despacio y con mucha naturalidad guiaré mis pasos hacia la salida. Muy bien, lo siguiente es ignorar a los curiosos.

   ¡Por favor, señorita, no me mire con esa cara! ¡Es solo un espejo roto!

    Yo no lo conozco, señor, se debe estar confundiendo.

   Sonreiré y disimularé mi nerviosismo. ¡Vamos que voy presuroso!, la puerta está cerca. No dejaré que los gritos de la señora de adelante me perturben en lo absoluto. Ya casi llego.

   Correré con la elegancia que me caracteriza y me mezclaré con la multitud; pero antes debo dejar de pensar en voz alta, después de todo los gatos no hablan, dicen ¡MIAU!





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1 comentario:

cronopiakarlita dijo...

¡Qué bonito, muchas gracias!