EL CORAZÓN EN LOS PIES
A Eleanora se le cayó el corazón a
los pies. Se le descolgó y quedó varado entre el talón y los dedos del pie
derecho; y ahora hace un ruido de cascabel huero al andar. Por eso siente que
se le ha instalado un vacío angustioso en el pecho y un inútil lleno en el
plantar. El doctor le ha explicado que habrá sido por un trauma o un desamor, y
entonces ella recuerda dolorosamente que su amante la ha abandonado. Después
del diagnóstico, le recomienda una vida tranquila y que no intente enamorarse
por el momento. Así que ahora ella se pasa los días sola, podando la pena,
observando el vuelo de las libélulas y metiendo los pies en las aguas del lago
para calmar las arritmias. El médico le ha dicho que tranquila, que no le
quedarán secuelas. Si acaso, una leve cojera al amar.
En:
Náufragos del Océano Índigo
TRAUMATISMO CARDÍACO
Tan joven. Con toda la vida por delante y aquejada ya de ese
grave problema de corazón. Taquicardias, cansancio extremo, mareos, falta de oxígeno,
tristeza súbita. El cirujano entra en el quirófano y mira a la paciente con la
adolescencia recién estrenada que yace sobre la mesa de operaciones. Ahuyenta
la empatía de un manotazo, como si fuese un insecto molesto. Después revisa
minuciosamente el instrumental médico, comprueba las constantes vitales, da las
últimas órdenes a sus ayudantes y se dispone a operar. Ha intervenido esa
dolencia tantas veces que podrían practicarla con los ojos cerrados.
El médico realiza sin vacilar una incisión en el pecho casi impúber, aparta tejidos, tapona venas y localiza el problema. Allí está, una estructura triangular de apenas cuatro centímetros, incrustada profundamente en medio del corazoncito que late desaforado. Luego coge unas pinzas y, aguantando la respiración, saca con mucho cuidado la punta metálica de la flecha. Si no hay infección, quizás la chiquilla pueda volver a enamorarse.
En: Náufragos del Océano Índigo
GEOMETRÍA FAMILIAR
Para él, todo era esférico. Todo iba y volvía a su inicio a pesar de las dificultades. Un yoyó, un bumerán. El destino era tan redondo como un anillo de compromiso engarzado en un dedo. Sin embargo, para ella, todo era recto. La vida era solo un paso detrás de otro, una línea que seguía hasta el infinito. Habían vivido su amor tocándose equivocadamente. Cada uno engañado con la geometría del otro. Él creía que habían estado unidos por la secante. Ella, por la tangente. Hubieran debido optar por la diferencia de conjuntos. Pero, para cuando se dieron cuenta, yo ya estaba diametralmente en medio.
Premio
Iasa Ascensores de Microrrelato
EL BRAZO
El soldado vuelve a casa. Pero no quiere pensarse amputado. Quiere imaginar que su brazo derecho huyó del fusil, del disparo, del enemigo en cruz. El brazo desertó y quizás se dirigió a un pueblo costero donde recoge dátiles, construye una cabaña o intenta atrapar peces en los bajíos. El soldado se siente orgulloso de ese brazo traidor y quiere creer que su mano acaricia el pelo de aquella mujer violentada y le regala una flor. El brazo que se fue, de vez en cuando, le escribe cartas al cuerpo que se quedó, contándole sus andanzas de miembro libre. Esas cartas son un consuelo para ese hombre que sigue en guerra, ahora contra sí mismo. Por las tardes, como un ritual, saca su pistola del baúl y se mete el cañón en la boca. A veces, consigue apretar el gatillo. Después, llora. Algún día, la cargará con una bala.
Premio 10º Aniversario de ENTC
OCASO
Un viejo camina
a diario por una playa del Océano Índigo, varado en los días de un verano de
vacaciones familiares. Con la rutina del que nada espera, se entretiene en
coger algún trozo de cuerda huérfana, un erizo muerto, piedras blancas como
lágrimas de ahogados o desconsolados restos de modernos naufragios. Un día ve
llegar una caracola de espirales perfectas. Son objetos curiosos las caracolas. Cuando
son arrastradas por las olas, siempre hay alguien que les quita la arena y se
las acerca para escuchar. ¿Para escuchar el qué?, nos preguntamos siempre. El
sonido del mar, dicen. Pero mienten. El viejo se agacha con dificultad, la toma
y se la pone en la oreja.
—¿Qué? —interroga lacónico el hijo
que le acompaña.
—El oleaje —miente el primero. Y
la lanza al agua como si quemara.
Pero ya es tarde. Ha oído el mensaje.
En: Náufragos del Océano Índigo
REMEDIOS
Para poder ver sus piernas de paquidermo, la nariz ganchuda, la chepa algo pronunciada y sus granos como lentejas, hay un remedio infalible. Cuando usted observe que empieza a tener fiebre alta por amor, sienta ese dolor terrible de estómago al mirarla, vomite inconteniblemente por no ser correspondido, sienta corroer sus entrañas por ese roedor voraz del deseo insatisfecho o le abrase esa belleza lujuriosa que nunca podrá poseer, entonces, y solo entonces, suba muy lentamente las manos por detrás de la cabeza, desate con muchísimo, repito, con muchísimo cuidado el nudo doble, quizás triple, y de inmediato y con rapidez, queme la venda que tenía en los ojos.
En: Náufragos del Océano Índigo
PLANTADOS
A mi hermana siempre se le dio bien la jardinería. Y los
hombres. Fue siempre tan bella. Pero cuando pasaban unas semanas de poemas al
oído, besos al descuido y planes de noviazgo, los dejaba plantados. Los metía
hasta la cintura en la tierra del huerto y entonces adquirían para ella otro interés,
menos amoroso y más botánico, que la hacía feliz.
Con sus cuidados y mimos hortícolas, a sus pretendientes les
crecían hojas en el pelo, espinas en los brazos, flores en la garganta y
esquejes en el corazón. Se ponían celosos si regaba a alguno más que a otro o
si recibían más o menos abono de los posos de su café, o si le dedicaba al
último alguna palabra más que al primero. Rosa se sentaba en el jardín y
disfrutaba viéndolos mecerse al compás del viento, rendidos por su rechazo,
pero esperanzados por el sol de su sonrisa de jardinera satisfecha.
Cuando llegaba el otoño los cosechaba y los vendía en el mercado a mujeres menos agraciadas y más necesitadas de amor que ella. Hasta que conoció a Andrés. Entonces, a pesar de que sabía utilizar con pericia la guadaña, el huerto se inundó de mala hierba.
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Náufragos del Océano Índigo
LA AUTORA
Mar Horno García (Torredonjimeno, Jaén, 1970), se licenció en Documentación por la Universidad de Granada y, tras realizar un master en Información y Documentación Científica, trabajó en varias ciudades como Granada y Sevilla. En 2003 se asentó definitivamente en Jaén donde actualmente trabaja como documentalista audiovisual en Canal Sur, la Radio Televisión Pública de Andalucía.
Lectora empedernida desde que era una niña, se adentró en el mundo del microrrelato en 2011, género en el que ha destacado con multitud de premios como La Microbiblioteca, Relatos de viajes de La Ser, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, Trabajar en Documentación de la Universidad de Salamanca, Purorrelato de Casa de África, Premio Molino Bonaco, Premio de microrrelato Baños de la Encina, Abecedario Solidario de la Universidad de Jaén, Premio de Relato Corto Villa de Sabiote, Premio de microrrelato del Ayuntamiento de Quesada, Premio de Microrrelato Antonio Garrido, Premio EMT Madrid o Premio 10 años de ENTC. Además fue finalista anual dos temporadas seguidas en Relatos en cadena de La Ser.
Sus textos aparecen en importantes antologías del género como Los pescadores de perlas, De Antología la logia del microrrelato o Un tiempo breve. También en medios digitales como Amanece Metrópolis o Liebre por gato de Infolibre, así como en prestigiosas revistas como Quimera o Revista Litoral.
Publicó en 2012 su primer libro de
microrrelatos, “Precipicios habitados”, con la Editorial Talentura, que quedó
entre los cinco finalistas de los Premios de Narrativa “Ciudad de Alcalá” del
Ayuntamiento de Alcalá de Henares (Madrid).
En febrero de 2022 publicó su segundo
libro, “Náufragos del Océano Índigo” con la editorial Bululú, que acaba de ser
seleccionado como finalista del Premio Setenil al mejor libro de relato
publicado en España.
2 comentarios:
Me encantan!!!
Sorprendido con los relatos de Mar. "El brazo" me impresionó especialmente. Un gran abrazo en las letras y mi reconocimiento renovado a Luis Ignacio por crear y sostener este espacio.
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