MUJER DE YESO
La
mañana entera, Soledad trabajó martillando piedras. No entendía por qué sacaron
esas esculturas a la calle y les ordenaron destruirlas. No sabía de arte, pero
algunas le parecían tan reales. La suavidad del pedrusco pulido tentaba sus manos
y el frío de la roca le recordaba la piel de su hija cuando la encontró, con
los labios azules, aquella mañana, años atrás. En el descanso fue a contemplar
los restos de una mujer de yeso que debía fragmentar, imaginó la cara de su
niña con quince años, delgada y con nacientes curvas. El pan seco que se llevó
para comer no le apetecía. El sol golpeaba su cabeza, sus brazos languidecieron
y las fuerzas escaparon, lo poco que quedaba solo serviría para caminar hasta
su cuarto vacío. Otra vez, perdería un trabajo.
GATOS GRISES
Empezamos
la construcción de la sala y la cocina con ilusión. Como no teníamos el dinero
completo, paramos un par de semanas. Pasados los días, revisamos las cuentas y
tampoco era suficiente. Una de esas tardes, en las que contemplábamos las
paredes desnudas de ladrillo y nos desesperábamos por disfrutar el sueño
concluido, vimos un par de orejas peludas asomar por lo que serían las futuras
ventanas. Seguro se trataba de algún gato callejero que vio la oportunidad de
refugiarse en aquellas habitaciones vacías. Pronto, ya asomaba el hocico
entero, era atigrado con ojos verde mineral. Nos observaba curioso y
persistente en el día y podía jurar que en la noche también porque se veían dos
pequeñas luces rojas dirigidas hacia la casa. Pasaban los días y no llegaba el
dinero suficiente para continuar; en cambio, mi hija se dio cuenta de que otro
gato apareció en la construcción, era idéntico al primero, nos preguntamos si
sería su hermano. Ahora, los dos se aseguraban de vigilar nuestros movimientos.
Con la enfermedad de mi mujer, el dinero disminuyó todavía más; la cocina y la
sala tendrían que esperar un tiempo indefinido. En cambio, los gatos atigrados
se reproducían, todos idénticos. Después de unos días teníamos como cien pares
de ojos verde mineral, observándonos sin tregua y con ganas de avanzar a los
cuartos terminados.
EL PACTO
Las
construcciones a medias eran los lugares favoritos para ser tomados por los
animales callejeros. Organizaban verdaderas comunidades, donde elegían un líder
y también un vigía. Este último era el encargado de informar quiénes se
acercaban a la guarida. Si era un animal de su misma especie le hacían algunas
pruebas y si las pasaba celebraban su ingreso. En cambio, a otros y en especial
a los humanos los rechazaban con armas que habían creado los encargados de la
defensa. Una mañana de sol, un gato se acercó a una comunidad de perros. El
vigía, peludo de color blanco, aulló avisando a los demás. Nadie creía que un
felino se atreviera a llegar a un lugar en el que podían despedazarlo en
segundos. El micifuz, seguro de sí mismo, pidió hablar con el cabecilla y
mantuvieron una larga reunión secreta. Ya en el ocaso del día, el minino se fue
campante. Los perros preguntaron a su líder qué había pasado. El Dóberman
negro, con voz grave, informó sobre la firma de una tregua con los gatos para
empezar la guerra contra los humanos.
RENDIDA
Salgo
a la puerta que da al patio. El rastro de lluvia continúa, pequeñas gotas
aferrándose al tallo de la vid, sin querer morir en el suelo. Me imagino que la
planta desea que se quede esa humedad para absorberla y transformarla en
alimento o ¿será suficiente la que moja la tierra? No sé nada de botánica, ni
siquiera cuido las macetas, esta parra crece salvaje con el agua que cae del
cielo y no se muere. Existió antes que llegara a esta casa. Sola, produce
algunos racimos de uvas negras, no me atrevo a comerlas, se las dejo a las aves
que nos visitan. Quisiera ser así de independiente, no necesitar a nadie.
Disfrutar un café a solas en un restaurante, tener mi propio dinero, no pedir
permiso para comprar crédito y llamar del celular, escoger mi ropa, mis amigos;
salir cuando yo quiera. Pero desde que me casé desaparecí, como las gotas que
caen al piso y luego se secan con el sol de la tarde.
ASCENSO SINUOSO
El
mármol helado y suave de tus gradas estremece mis pies; es un regalo apoyar en
cada peldaño la piel dura de mis plantas. Tus paredes me reciben alegres y
naranjas y tu único ojo blanquecino y ciego, como una luna, ilumina el ascenso
sinuoso. Cuento cada paso porque es el tiempo que está bajo mi control. Un
suspiro se escapa al décimo. No logro entender que una casa tan hermosa se
convirtiera en un mausoleo en el que esperaré a la muerte, que también sube
lenta por mi columna igual que la carcoma a tus muebles. Cuando se apodere del
cerebro espero que los ojos se apaguen de inmediato y que tus gradas den la
bienvenida a los que me amaron alguna vez. Así, todos admirarán la belleza del
enorme féretro silencioso en el que viví mis últimos años.
NOCHE DE COPAS
La
noche fue larga y la cena deliciosa. Terminamos varias botellas de vino rosa,
pero nos embriagaron más los besos, las historias dolorosas de amor y desengaño
que nos contamos. Esta intimidad, tan profunda, me hizo pensar en la madurez de
los sentimientos, en la que uno puede ser transparente, mostrar su corazón y
continuar intacto.
CUETLAXOCHITL
Parte
de la Naturaleza intentó adaptarse al cambio climático, la mayoría de los
árboles se extinguieron, pinos, acacias, eucaliptos, olivos y otros. Sembradíos
enteros de alimentos se convirtieron en basura incomible. Otras plantas
evolucionaron. En nuestras caminatas, encontrábamos especies estrambóticas de
colores fosforescentes y formas de otro mundo. Una mañana, creímos ver a una
flor conocida, la Estrella Federal, los colores por lo menos eran idénticos, la
forma de sus pétalos también. ¿Una de tantas habría conseguido permanecer
igual? Claro que el tamaño era mayor, no sabíamos si en otros países era
normal. Nos acercamos curiosos, todo se encontraba en orden, era un hermoso
espécimen de Euphorbia pulcherrima. Hicimos anotaciones, grabamos algunas
imágenes. La contemplamos como si fuera un símbolo del mundo que dejó de ser.
Entonces, los pistilos se movieron y las aberturas amarillas, a manera de
labios, abrieron unas fauces amenazantes.
LA AUTORA
ELIANA SOZA MARTÍNEZ (Potosí – Bolivia) Comunicadora, escritora y gestora cultural. Publicaciones: Seres sin Sombra (2018). 2da. Edición (2020), Editorial Electrodependiente, Bolivia. Encuentros/Desencuentros (2019), Bolivia. Monstruos del Abismo (Microficción) (2020). Editorial Velatacú, Bolivia. Pérdidas (Cuento) (2021), Editora BGR, España. Luz y Tinta (Microficción), Argentina: Editorial EOS Villa, 2022.
Sus cuentos fueron
publicados en revistas literarias y antologías de Bolivia, Argentina, Chile,
Perú, Venezuela, Colombia, Guatemala, Costa Rica, República Dominicana, México
y España. Participación en los Encuentros Internacionales de Microficción de
la Feria Internacional del Libro Santa Cruz (2018 y 2019) y La Paz (2018). Los
años 2020 y 2021 es Coorganizadora, junto a Homero Carvalho Oliva, de los
Encuentros Internacionales de Microficción para la Feria del libro de Santa
Cruz.
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