Lágrimas
Él
sabe que puede perdonarla. Por eso, cada vez que nota ese sentimiento aleteando
en el estómago, saca la botella de whisky
y se sirve la mitad de un vaso largo. Después se encamina a la cocina, abre el
congelador y extrae la bandeja de cubitos. Se echa dos en la copa, espera a que
el hielo se deshaga un poco, da un sorbo y vuelve a revivir toda la amargura
que ella le inyectó, en el sabor mezclado del alcohol y las lágrimas, esas
lágrimas que él recogió, en aquellos días tristes, para confeccionar un helado
recordatorio cristalino que le deja un gusto salado en la boca.
Te amo, destrúyeme
(Amargord Ediciones, 2015)
Cara o cruz
Las
risas al unísono, las canciones a coro, el sexo cómplice, las confidencias
susurradas, los guiños confabulados, las cañas con tapeo, las eternas
conversaciones, los desayunos en la cama, las películas disfrutadas, los viajes
proyectados.
Los silencios oscuros, las miradas
rehuidas, las palabras como dardos, los besos negados, la voz alzada, las
tardes vacías, el café derramado, la bienvenida hosca, las espaldas
enfrentadas, la mueca ingrata, las manos frías, la saliva agria.
Todos los días tiran la moneda.
Hola, te quiero, ya no, adiós (Amargord Ediciones, 2017)
El ciprés
El
ciprés se alza en el patio del claustro desde los tiempos en que se construyó
el convento. Por aquel entonces, la madre superiora tuvo un sueño protagonizado
por un ejemplar magnífico de esta especie arbórea, que se levantaba enhiesto,
poderoso, firme y recio. Le impresionaron tanto esas imágenes oníricas que
decidió que aquello era una señal de Dios y mandó plantar el susodicho árbol en
el mismo centro de su mundanal retiro.
Algo de razón debía de tener la
buena señora: no es raro que, en los sueños de las monjitas, se aparezca el
ciprés, surgiendo cual estandarte de vigor, de majestuosa potencia vegetal,
cuyo opulento verdor las hace comparecer en maitines con una sonrisa llena de
amor.
Microsexo (Amargord Ediciones, 2019)
La bruja
Ha
llegado el gran día. Hoy presenciaré, por vez primera, cómo queman a una bruja.
Me ha costado mucho convencer a madre. Ella dice que las brujas, hasta en la
hoguera, pueden hechizar a los niños. Y es que cuando el cabello se prende y la
carne comienza a arder, en el humo que desprenden se condensan los demonios
infames a los que adoran, pueden verse los cuerpos de los infantes mutilados en
sus ceremonias impías, y cabalgan los monstruos deformes salidos del averno con
los que han copulado en sus orgías. Yo le he contestado que ya soy un
hombrecito, que la bruja nada podrá contra mí y que ya soy mayor para mirar
cara a cara a esas bestias infernales. Así sabré a qué peligros debo
enfrentarme cuando alguna de esas mujeres se ponga en mi camino. A pesar de su
ceño fruncido, no ha podido evitar que le asomase una sonrisa de orgullo por su
valiente vástago.
Agarro fuerte la mano de madre. Las
llamas empiezan a crepitar. Un escalofrío me recorre el cuerpo cuando me llega
el olor de la madera incendiada, y me preparo para las abominables visiones que
me esperan…
Ya se ha apagado el fuego. Pero tan
solo he visto humo.
La Ignorancia, n.º 18
(invierno 2017/2018)
Barba
El
hombre de recursos humanos ha recibido la noticia de que debe planificar una
reducción de plantilla. El hombre de recursos humanos lleva veinte años en la
empresa y ha compartido noviazgos, dolencias, alumbramientos y decesos con cada
uno de los trabajadores. El hombre de recursos humanos, contra todo pronóstico,
se siente mal. El hombre de recursos humanos es humano.
Desde que se tomó la drástica
decisión no puede dormir, se le ha esfumado el apetito y un feo sarpullido le
mancha la piel. Ha pedido la baja por problemas nerviosos, pero sabe que,
cuando venga el momento de los despidos, no tendrá modo de excusar su
presencia.
Llega el día y debe personarse en la
oficina. Resulta difícil reconocer en
esa figura de aspecto descuidado, casi sucio, que pide a gritos una visita al
barbero, al hombre atildado, siempre pulcro y perfectamente rasurado que saluda
con un «Buenos días» cada mañana. Uno a uno, los que ya nunca más serán sus
compañeros desfilan ante él.
Vuelve a casa. Se quita su ajada
ropa y toma una larga ducha. Ante el espejo prepara la brocha y la espuma de
afeitar. Ya no es necesario esconder por más tiempo su vergüenza.
Esas que también soy yo (Ménades
Editorial, 2019)
Cine de verano
Nadie
sabe lo que pasó. Nadie vio nada, tan solo el cuerpecito del chico desmadejado
sobre el asfalto reblandecido por el inclemente calor. Los sanitarios lo
alzaron del suelo, y la toalla que llevaba anudada al cuello quedó colgando
como un guiñapo sanguinoliento y triste.
Nadie se acuerda tampoco de la
película proyectada anoche sobre el inmenso lienzo blanco instalado en la
playa, protagonizada por un famoso superhéroe volador, ni de la mirada callada
de aquel chico a unas manos que aplauden con la misma fuerza que estallan
contra su rostro infantil.
Finalista de febrero 2021, categoría castellano,
X Microconcurso La Microbiblioteca
La niña salvaje
La
encontraron los cazadores en el bosque, agazapada detrás de una mata de rosal
silvestre. Enseguida llegaron especialistas de la ciudad, expertos en idiomas y
comunicación, dispuestos a enseñar a hablar a aquella chiquilla. No hizo falta:
ella ya poseía su propio lenguaje. Cuando sentía sed, de su garganta brotaba el
sonido refrescante de un arroyo. Si tenía sueño, cantaba con el oscuro ulular
del búho. El calor desataba en ella la letanía estridente de las chicharras, y
los truenos retumbaban ominosos en su boca enfadada.
Un día, la niña amaneció lloviendo.
Una lluvia mansa, melancólica y triste que nunca escampaba, mientras su mirada
se perdía en el horizonte verde. Al cabo de una semana, la pequeña aprovechó el
descuido de una ventana abierta para escapar. El pueblo entero salió tras la
fugitiva. Ella corría y piaba como polluelo asustado caído del nido. Cuando se
internó en la espesura arbórea, sus perseguidores la imitaron. La partida se
detuvo para escuchar los crujidos de las ramas secas, el eco delator de sus
pisadas. Pero tan solo se oía el viento, danzando libre y dichoso entre las
ramas de la copa de los pinos.
Microfantabulosas (Centro
de la Cultura Popular Canaria (2021)
Ana Grandal (Madrid, 1969) es licenciada en
CC. Biológicas y ejerce como traductora científica y audiovisual freelance desde 1996. Ha traducido
libros de divulgación y la compilación de poesía incluida en Mina Loy. Futurismo, Dadá, Surrealismo
(La Linterna Sorda, 2016). Ha resultado ganadora y finalista de varios premios
literarios (XXXII Premio Ana María Matute de Relato (2020), IX Microconcurso La
Microbiblioteca (noviembre 2019), XIII Premio de Narrativa Miguel Cabrera
(2006), V Concurso de Relato Corto del Ayto. de Monturque (2004)) y ha sido
incluida en diversas antologías (Relatos nada clásicos (Ménades
Editorial, 2021), Relatos nada sexis (Ménades Editorial, 2020), Esas, que también soy yo (Ménades
Editorial, 2019), Los pescadores de
perlas (Editorial Montesinos, 2019), Resonancias
(BUAP, México, 2018)). En Amargord Ediciones publica la trilogía Destroyer de microrrelato (Te amo, destrúyeme (2015), Hola, te quiero, ya no, adiós (2017), Microsexo (2019)), y además coedita con
Begoña Loza la compilación de relatos La
vida es un bar (Vallekas) (2016), en la cual participa también como autora.
Colabora en las revistas digitales La
Charca Literaria y La Ignorancia.
En su faceta musical toca la flauta travesera en el grupo de rock VaKa.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario