> Letras Itinerantes: (146) Ana Grandal

miércoles, 17 de agosto de 2022

(146) Ana Grandal

 


Lágrimas

Él sabe que puede perdonarla. Por eso, cada vez que nota ese sentimiento aleteando en el estómago, saca la botella de whisky y se sirve la mitad de un vaso largo. Después se encamina a la cocina, abre el congelador y extrae la bandeja de cubitos. Se echa dos en la copa, espera a que el hielo se deshaga un poco, da un sorbo y vuelve a revivir toda la amargura que ella le inyectó, en el sabor mezclado del alcohol y las lágrimas, esas lágrimas que él recogió, en aquellos días tristes, para confeccionar un helado recordatorio cristalino que le deja un gusto salado en la boca.

Te amo, destrúyeme (Amargord Ediciones, 2015)

 

Cara o cruz

Las risas al unísono, las canciones a coro, el sexo cómplice, las confidencias susurradas, los guiños confabulados, las cañas con tapeo, las eternas conversaciones, los desayunos en la cama, las películas disfrutadas, los viajes proyectados.

            Los silencios oscuros, las miradas rehuidas, las palabras como dardos, los besos negados, la voz alzada, las tardes vacías, el café derramado, la bienvenida hosca, las espaldas enfrentadas, la mueca ingrata, las manos frías, la saliva agria.

            Todos los días tiran la moneda.

Hola, te quiero, ya no, adiós  (Amargord Ediciones, 2017)

 

El ciprés

El ciprés se alza en el patio del claustro desde los tiempos en que se construyó el convento. Por aquel entonces, la madre superiora tuvo un sueño protagonizado por un ejemplar magnífico de esta especie arbórea, que se levantaba enhiesto, poderoso, firme y recio. Le impresionaron tanto esas imágenes oníricas que decidió que aquello era una señal de Dios y mandó plantar el susodicho árbol en el mismo centro de su mundanal retiro.

            Algo de razón debía de tener la buena señora: no es raro que, en los sueños de las monjitas, se aparezca el ciprés, surgiendo cual estandarte de vigor, de majestuosa potencia vegetal, cuyo opulento verdor las hace comparecer en maitines con una sonrisa llena de amor.

Microsexo  (Amargord Ediciones, 2019)

 

La bruja

Ha llegado el gran día. Hoy presenciaré, por vez primera, cómo queman a una bruja. Me ha costado mucho convencer a madre. Ella dice que las brujas, hasta en la hoguera, pueden hechizar a los niños. Y es que cuando el cabello se prende y la carne comienza a arder, en el humo que desprenden se condensan los demonios infames a los que adoran, pueden verse los cuerpos de los infantes mutilados en sus ceremonias impías, y cabalgan los monstruos deformes salidos del averno con los que han copulado en sus orgías. Yo le he contestado que ya soy un hombrecito, que la bruja nada podrá contra mí y que ya soy mayor para mirar cara a cara a esas bestias infernales. Así sabré a qué peligros debo enfrentarme cuando alguna de esas mujeres se ponga en mi camino. A pesar de su ceño fruncido, no ha podido evitar que le asomase una sonrisa de orgullo por su valiente vástago.

            Agarro fuerte la mano de madre. Las llamas empiezan a crepitar. Un escalofrío me recorre el cuerpo cuando me llega el olor de la madera incendiada, y me preparo para las abominables visiones que me esperan…

            Ya se ha apagado el fuego. Pero tan solo he visto humo.

La Ignorancia, n.º 18 (invierno 2017/2018)

 

Barba

El hombre de recursos humanos ha recibido la noticia de que debe planificar una reducción de plantilla. El hombre de recursos humanos lleva veinte años en la empresa y ha compartido noviazgos, dolencias, alumbramientos y decesos con cada uno de los trabajadores. El hombre de recursos humanos, contra todo pronóstico, se siente mal. El hombre de recursos humanos es humano.

            Desde que se tomó la drástica decisión no puede dormir, se le ha esfumado el apetito y un feo sarpullido le mancha la piel. Ha pedido la baja por problemas nerviosos, pero sabe que, cuando venga el momento de los despidos, no tendrá modo de excusar su presencia.

            Llega el día y debe personarse en la oficina. Resulta difícil reconocer  en esa figura de aspecto descuidado, casi sucio, que pide a gritos una visita al barbero, al hombre atildado, siempre pulcro y perfectamente rasurado que saluda con un «Buenos días» cada mañana. Uno a uno, los que ya nunca más serán sus compañeros desfilan ante él.

            Vuelve a casa. Se quita su ajada ropa y toma una larga ducha. Ante el espejo prepara la brocha y la espuma de afeitar. Ya no es necesario esconder por más tiempo su vergüenza.

Esas que también soy yo (Ménades Editorial, 2019)

 

Cine de verano

Nadie sabe lo que pasó. Nadie vio nada, tan solo el cuerpecito del chico desmadejado sobre el asfalto reblandecido por el inclemente calor. Los sanitarios lo alzaron del suelo, y la toalla que llevaba anudada al cuello quedó colgando como un guiñapo sanguinoliento y triste.

            Nadie se acuerda tampoco de la película proyectada anoche sobre el inmenso lienzo blanco instalado en la playa, protagonizada por un famoso superhéroe volador, ni de la mirada callada de aquel chico a unas manos que aplauden con la misma fuerza que estallan contra su rostro infantil.

Finalista de febrero 2021, categoría castellano, X Microconcurso La Microbiblioteca

 

La niña salvaje

La encontraron los cazadores en el bosque, agazapada detrás de una mata de rosal silvestre. Enseguida llegaron especialistas de la ciudad, expertos en idiomas y comunicación, dispuestos a enseñar a hablar a aquella chiquilla. No hizo falta: ella ya poseía su propio lenguaje. Cuando sentía sed, de su garganta brotaba el sonido refrescante de un arroyo. Si tenía sueño, cantaba con el oscuro ulular del búho. El calor desataba en ella la letanía estridente de las chicharras, y los truenos retumbaban ominosos en su boca enfadada.

            Un día, la niña amaneció lloviendo. Una lluvia mansa, melancólica y triste que nunca escampaba, mientras su mirada se perdía en el horizonte verde. Al cabo de una semana, la pequeña aprovechó el descuido de una ventana abierta para escapar. El pueblo entero salió tras la fugitiva. Ella corría y piaba como polluelo asustado caído del nido. Cuando se internó en la espesura arbórea, sus perseguidores la imitaron. La partida se detuvo para escuchar los crujidos de las ramas secas, el eco delator de sus pisadas. Pero tan solo se oía el viento, danzando libre y dichoso entre las ramas de la copa de los pinos.

Microfantabulosas (Centro de la Cultura Popular Canaria (2021)

 

LA AUTORA

Ana Grandal (Madrid, 1969) es licenciada en CC. Biológicas y ejerce como traductora científica y audiovisual freelance desde 1996. Ha traducido libros de divulgación y la compilación de poesía incluida en Mina Loy. Futurismo, Dadá, Surrealismo (La Linterna Sorda, 2016). Ha resultado ganadora y finalista de varios premios literarios (XXXII Premio Ana María Matute de Relato (2020), IX Microconcurso La Microbiblioteca (noviembre 2019), XIII Premio de Narrativa Miguel Cabrera (2006), V Concurso de Relato Corto del Ayto. de Monturque (2004)) y ha sido incluida en diversas antologías (Relatos nada clásicos (Ménades Editorial, 2021), Relatos nada sexis (Ménades Editorial, 2020), Esas, que también soy yo (Ménades Editorial, 2019), Los pescadores de perlas (Editorial Montesinos, 2019), Resonancias (BUAP, México, 2018)). En Amargord Ediciones publica la trilogía Destroyer de microrrelato (Te amo, destrúyeme (2015), Hola, te quiero, ya no, adiós (2017), Microsexo (2019)), y además coedita con Begoña Loza la compilación de relatos La vida es un bar (Vallekas) (2016), en la cual participa también como autora. Colabora en las revistas digitales La Charca Literaria y La Ignorancia. En su faceta musical toca la flauta travesera en el grupo de rock VaKa.

https://anagrandal.com/

 

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