CASA EN VENTA
Era nuestra primera noche en la recién comprada casa. Ahora sólo
pensábamos descansar un rato después de cenar. Cuando iba a dejar un libro en
la biblioteca, escuché los gritos de mi esposa, regresé y corrí hacía ella. Me
señaló aquellas manchas de sangre, moviéndose en el suelo en forma de pies
humanos, que atravesaban en diagonal la sala. Horas después, cuando quisimos
abandonar la casa, ya era muy tarde, nuestros pies dejaban manchas en el suelo.
Publicado en Carrusel del terror, Honduras, 2021
UN VISITANTE INESPERADO
Estuvo un ángel en el baño, dijo a gritos la aseadora. No pudo ser
otro porque dejó el cesto lleno de plumas. Se ve que necesitaba desecharlas, pues
parecen muy usadas. No fue un ave cualquiera, las plumas son todas de plata.
Con el
caracol pegado a los oídos, en la mañana fresca de la bahía, sobre la arena húmeda,
los aborígenes empezaron a escuchar el lenguaje de las olas. Al principio con estupor,
luego con asombro, mientras se miraban con la boca abierta como preguntándose unos
a otros, si estaban oyendo lo mismo a través de aquellas conchas blancas. Era verdad,
confirmaron sin muchas palabras y sin mayor preámbulo: por el otro extremo de la
Isla empezaban a acercarse con toda su voraz peligrosidad, las tres carabelas.
Antologia Minimundos I festival Internacional de Minificción.
Marché
de casa con una guitarra y la mochila repleta de ganas de llegar lejos. No sé
cuántos caminos recorrí ni cuantas veces repetí el mismo canto al silencio del campo
y al viento que se llevaba las palabras hasta estrellarlas contra las ramas de algún
roble lejano. Caminaba con la frescura y la luz del día y dejaba mis pasos
cansados al azar de la noche que me sorprendía en lugares inhóspitos. Solo pretendía
llevar mi voz a donde encontrara eco en el agua, que hace música al rozarse con
las piedras que duermen el eterno sueño de permanecer solas. Me acompañaba esa brisa
tibia y por momentos fría de los inviernos que no perdonan la osadía del
caminante y quieren devorarlo con dolorosa crueldad.
Me dejé
llevar por ese vaivén de la suerte hacia donde cada llamado acercara mis pasos en
su azarosa ruta. Hasta que viví el cansancio de las largas distancias y las pisadas
que borran las huellas de animal, que a veces se resisten a desaparecer
arrastradas por la brisa o la lluvia. La mañana seguía trayendo una promesa en los
primeros rayos de sol y el horizonte se encorvaba como una rama sobre la piel de
los días que se come este afán y esta risa de tantos suspiros.
El resto
era siempre caminar sobre este suelo de estrellas moribundas y pies que se niegan
a desparecer devorados por el camino.
Todo comenzó
cuando conté a los amigos del barrio que mi hermanito menor podía alcanzar las estrellas
y a veces estiraba sus manos para atraerlas y comérselas. También les conté que
le gustaba pastorear elefantes que caminaban solos por la luna y devorar los duraznos
que cultivaba nuestro padre en el paraíso. Esto los hacía reír mientras se
reunían a escuchar y se llamaban por señas a que vinieran pronto, antes que terminara
de contar lo último que había hecho con los gatos salvajes que eran más grandes
que los tigres y se alimentaban de nubes de algodón dulce que venden en el parque.
Hasta
cuando empezaron a decirme que querían conocerlo, que pidiera a mis padres que lo
dejaran salir. Insistía que esto no era posible, pues él era una invención mía para
tener qué contarles todos los días, y tampoco me creyeron.
COMO PRUEBA DE GRATITUD
De común acuerdo decidieron abrirle la jaula a la joven torcaza (Juan la había atrapado muy pequeña en el monte cercano) Y al quedar libre emprendió vuelo hacia las ramas de los eucaliptos y desapareció. Los dos sintieron un extraño y enorme alivio porque algo del dolor del encierro se les contagiaba al mirarla todos los días. Desde entonces venía a visitar la casa y pasaba horas en los eucaliptos y las acacias. Hasta el día que los hombres armados vinieron una mañana a decirles que tenían que irse de aquella tierra que ya no les pertenecería más, no llevaron más que la ropa puesta y el deseo de irse lejos. Cuando la casa quedó sola y poco a poco fue quedando en ruinas, aún venía la vieja torcaza en las horas tranquilas a quedarse largo rato sobre el tejado roto y los adobes descascarados como si albergara un deseo secreto en cada visita.
Antología de minificción colombiana, Revista Plesiosaurio, Perú, 2020.
LA
LÍNEA DEL FIN
Como fuera que hubiese ocurrido sentía que despertaba
de algo semejante a un letargo pesado
y embrutecedor que no le permitía recordar
por qué estaba allí. Se hallaba sentado
en una playa solitaria acompañado
apenas del sonido de las olas que se
estrellaba contra las envejecidas rocas y por momentos retornaba
a la tranquilidad. Solo un leve dolor de cabeza
martillaba por dentro y se agudizaba con el ruido del oleaje y volvía a la perplejidad del momento inicial.
Se trataba sin duda del lugar más extraño. Al frente tenía un
mar inmenso que no le daba sino una aterradora incertidumbre en sus movimientos. Al volver la espalda, sus ojos se encontraron con otro paisaje
de inmensas extensiones de arena con rizos estáticos, parecidos al murmullo del agua en serena quietud a esa hora. Se encontraba
pisando el borde de aquella borrosa
línea que dividía
el desierto del mar. En la inmensidad del horizonte no había ningún
vestigio de vida. Era
lo único que quedaba del recién aniquilado mundo, pero no sabía
cuánto tiempo iba a demorar en
saberlo.
Antología de Microficciones Andinas, Ediciones Quarks, Lima, Perú, 2020
LUIS IGNACIO MUÑOZ
Colombia, TEUC, Taller de escritores Universidad
Central, Bogotá. Dedicado en la actualidad a dictar Talleres de creación
literaria. Ha publicado poemas y cuentos en las revistas Maguaré, Universidad
Nacional, Revista Trans-Fugas de Bogotá, Hojas Sueltas de Neiva y 7LUNE de
Venecia, Italia, 2015. Es autor de los libros Reloj de aire, 2006; Cuentos para
rato, 214; Inocencia de la noche, 2015. Varios de sus cuentos han aparecido en
revistas y antologías de autores regionales y algunas publicaciones
internacionales como Brevilla, Peuco Dañe, Chile, e-kuoreo,
Colombia, Piedra y nido, La batidora literaria, En pequeño formato y Un
café y cinco microficciones, Argentina, Letras de Chile, Ikaro, Costa
Rica, Alquimia, de España, Delatripa,
Nocturnario, Fantastique y Monolito de México y Los Raros de Nicaragua, La Esquina Delirante de El Espectador, Plesiosaurio, de Perú. También algunos microcuentos en las antologías
Hokusai,
Bestiarios, Brevirus y Quarks ediciones: 1bit de terror, Microficciones
andinas, Campanadas, y Mosaico. Administra el blog Letras
Itinerantes.
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