Fotografía
Inmortalizada en el álbum
familiar, la adolescente frunce los labios de disgusto, cruza los brazos sobre
los pechos, desvía la mirada. “Qué
tímida eras, hija, cómo detestabas que te fotografiaran”, dice la madre. Ella calla,
“una más, solo una más”, ahí sigue la vieja cámara atrapada en
la vitrina del salón, el ojo del padre muerto aún asomado al objetivo,
deseándola
Traspaso
Ella no es de por aquí. Dicen que es un alma del purgatorio y, al caer la noche, deposita ramos de lirios en los petos de ánimas. Otros dicen que está bien viva, que saluda si te cruzas con ella alguna mañana en el camino, que su sonrisa recuerda a la de la Gioconda. Algunos la han visto recoger muérdago de los robles cercanos al monasterio de Santa Cristina; otros, castañas del castaño milenario de Entrambosríos. Cuentan que si la invocas en un rezo, aparece esa noche junto a tu ventana, que la han sorprendido en las tardes de verano nadando desnuda en el Miño entre cardúmenes de lampreas. Dicen que un joven de Teixeiro está enamorado de ella: los han visto pasear por el bosque en las noches de luna llena. Caminar juntos hasta un claro, acercarse a una esfera, traslúcida y viscosa, como un enorme huevo de rana, que flotaba a un par de metros del suelo. Que los vieron atravesarla y desaparecer.
Él no es de por aquí, dicen al otro lado.
Lo que el viento no se llevó
El
vendaval agita las páginas de “Lo que el viento se llevó” y arrastra
fuera del libro a Rhett Butler, a Melania, con su miriñaque convertido en globo
aerostático, y a Ashley Wilkes. Scarlett O´Hara resiste, abrazada a una columna
de su cama y también Mammy que, sujeta de los cordones de su corsé, vuela con
su falda negra y su delantal blanco como una cometa
humana.
Hibridación
En junio, mientras regaba las petunias,
aterrizó un ángel en el jardín. Aunque mis padres me habían advertido contra
ellos, a mí no me pareció tan fiero, y como hacía calor, lo invité a
refrescarse en el jacuzzi. Él plegó sus alas, se despojó de la túnica y me
tendió su mano. Nos bañamos juntos hasta que cayó la tarde.
Una
madrugada de agosto, desperté y puse un huevo sobre la colcha de mi cama. Luego
salí al jardín y lo escondí entre el seto de lavanda. Ahora lo incubo por las
noches, mientras mis padres duermen.
Convivencia
Aquella
tarde papá regresó a su tumba entristecido.
Al
día siguiente depositamos bajo su lápida un ramo de gardenias, sus flores
favoritas, y le pedimos perdón en voz alta.
Aquella
noche fingimos asustarnos cuando apareció, fosforescente, flotando en la
oscuridad del pasillo. Mamá volvió a dormir en su lado de la cama de matrimonio
y papá, en el suyo. Colgamos de nuevo sus camisas en el armario y nadie, sino
él, ha vuelto a sentarse en su silla a la hora del almuerzo.
Desde entonces papá solo regresa a su tumba
muy de vez en cuando, casi toda su muerte la pasa en casa, con nosotros.
Microrrelato
publicado en el libro “Acordeón”, ilustrado por Irene León. Ediciones Idea, 2014.
Armas de mujer
Lo primero
que vio el inspector cuando entró en la habitación 215 del hotel Saint Germain fue el destello de un
flash; lo segundo, la mancha de sangre que rebasaba el límite de las baldosas
del baño y empapaba la moqueta gris de la habitación.
El inspector saludó a los dos policías que
fotografiaban el interior del cuarto de baño y se dirigió hacia el balcón, aún
estaba abierto y las cortinas revoloteaban en la corriente de aire desde la
noche anterior, el asaltante habría entrado por allí mientras la chica se
duchaba. Unos minutos antes le había tomado declaración al recepcionista, le
contó que la muchacha había regresado al hotel la noche anterior, alrededor de
las doce, un poco achispada, era menuda, con un buen par de piernas que
asomaban generosamente bajo la minifalda. Le había comentado que volvía de
cenar con una amiga en un restaurante del barrio de Le Marais, luego la había visto subir al ascensor, por lo que todo
tenía que haber sucedido de madrugada.
―Cuando quiera, puede pasar, inspector―le
indicó uno de los policías―. Nosotros ya hemos terminado.
El
inspector avanzó hacia el escenario del crimen, evitando pisar la moqueta
encharcada. Dentro aun olía a sangre seca. Había regueros de gotas rojas sobre
los azulejos blancos y un revoltillo de ropa negra: minifalda, blusa, medias,
sujetador y bragas de encaje, en una esquina de la encimera del lavabo. El
cadáver yacía boca abajo, los ojos abiertos de sorpresa, sin duda no había
esperado morir aquella noche. Su mano izquierda aferraba la cortina rasgada de
la ducha.
El
inspector se agachó y recogió del suelo un stiletto negro de puntera metálica y
afiladísimo tacón de quince centímetros aplastado bajo la rodilla derecha del
cadáver. Observó el pequeño corte de la nuca, que se habría hecho al caer al
suelo, pero no era aquella herida la causante de su muerte.
Era aquel
boquete del cuello por el que la sangre había brotado como un surtidor, del que
aún colgaba el tacón del otro stilleto con el que la chica menuda le había
seccionado la yugular a aquel tipo durante el forcejeo.
Hibridación
En junio,
mientras regaba las petunias, aterrizó un ángel en el jardín. Aunque mis padres
me habían advertido contra ellos, a mí no me pareció tan fiero, y como hacía
calor, lo invité a refrescarse en el jacuzzi. Él plegó sus alas, se despojó de
la túnica y me tendió su mano. Nos bañamos juntos hasta que cayó la tarde. Una madrugada de agosto, desperté y puse
un huevo sobre la colcha de mi cama. Luego salí al jardín y lo escondí entre el
seto de lavanda. Ahora lo incubo por las noches, mientras mis padres duermen.
LA AUTORA
Carmen de la Rosa. Santa Cruz de Tenerife. Sus
relatos y microrrelatos están editados en los libros Todo vuela, Acordeón
Nosotras somos humanas y Siempre tuvimos miedos. También
pueden leerse en varias antologías, revistas y blogs. Ganó el I y X certamen de relatos breves “Mujeres” del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife y el premio de
relato corto Isaac de Vega 2020 de la Fundación Caja Canarias. Sus
microrrelatos están traducidos al francés y al húngaro.
1 comentario:
Gracias por esa pluma delicada y precisa de la Autora.un saludo.
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