Onomatopeyas
Agora quasi schrivo Latino non est que non entiendo
el latino porke aprendié a legere en un librum latino et quando me ffablan
latino entiendo, mas est e skrevir ke non sabdo como se escriven las verba.
Umberto Eco
Un
estudio realizado por la Universidad Nacional Nipona había revelado un altísimo
índice de pérdidas en las principales fruterías del archipiélago, debido al
escandaloso número de sandías que resbalaban de los escaparates y de las torpes
manos de los consumidores. Para remediar esta incómoda situación el Emperador
decretó que todas las sandías del Japón deberían cambiar su forma oval por una
cúbica o, en su defecto, por una poliédrica. Comerciantes, agricultores e
ingenieros estuvieron atareados por un buen tiempo tratando de modificar la
forma original de las sandías, hasta que lo consiguieron. Las sandías cúbicas
invadieron el mercado asiático, y las pérdidas se redujeron tan drásticamente
que algunos empresarios europeos no dudaron en invertir en aquellas simpáticas
aberraciones… Pero (¡ah!), lo que el Emperador nunca supo fue que les había
arrebatado la opción del harakiri a
sus fieles y sustanciosas súbditas; en lo sucesivo, el honorable vegetal (¡hh!)
que alguna vez opuso resistencia a morir masticado, tendría que rebajarse
injustamente a la categoría de vacas (¡mu!), cerdos (¡oink!) y gallinas
(¡coq!).
Hoy
Me
contrataron como analista de contenidos, aunque mi trabajo consiste, en
realidad, en desmantelar campañas publicitarias de la competencia en redes
sociales.
18:00
La
corporación para la que trabajo no se dedica únicamente a telecomunicaciones y
entretenimiento… también es dueña de una franquicia de malls y de un equipo de fútbol.
18:01
Laboro
de ocho a diez horas diarias. También teletrabajo
en noches y fines de semana desde mi smartphone.
18:02
En
mis ratos libres me conecto con mi ex novia. La muy hija de puta se fue de
Santiago sin advertirme que estaba embarazada. De eso casi un año y medio. Nos
llevamos mejor ahora. Si no fuera por lasvideollamadas
de la Nata, tal vez nunca habría conocido a mi hija.
18:03
Entrenaba
esgrima en la universidad, hasta que una hernia discal me impidió continuar.
Por suerte estuve de paso por Busan y aproveché para tratarme con un
acupunturista. No recobré la velocidad. Al menos ya puedo calzarme los zapatos
sin sentir punzadas en el nervio ciático.
18:05
Mi
oído tampoco va muy bien. Tendré que usar un aparato retroauricular a partir del mes próximo.
18:08
Estoy
a punto de llegar a mi estación. Debería colocarme la máscara antigás apenas
baje del metro, pero prefiero correr el riesgo de contagiarme. Después de la
revuelta mapuche, los carabineros arrestan a quien sea traiga facha de
sospechoso.
18:13
Ya estoy en mi piso. Al fin voy a darle una pitadita a mi cigarrillo electrónico... Sabes, desde hace unos cinco años tengo la impresión de que al mundo se lo ha tragado una novela cyberpunk.
De la inmortalidad y sus síndromes
¿De qué otra forma se puede amenazar que no sea de
muerte? Lo interesante, lo original, sería que alguien lo amenace a uno con la
inmortalidad.
Jorge
Luis Borges
El primer
inmortal padece el síndrome de Titono: su cuerpo envejece perpetuamente
sentenciándolo a vivir postrado. El segundo presenta el síndrome de John
Carter: ya no recuerda cuándo ni dónde nació; escondido del mundo gracias a la
paciencia de sus descendientes, se llena de amargura cada vez que alguno de
ellos muere. El tercero sufre el síndrome de Marco Flaminio Rufo: una vez
inmune descubre que solo la inminencia del fin le daba sentido a su vida;
decide, entonces, recuperar su mortalidad a toda costa. El cuarto soporta el
síndrome de Lázaro: regresa de la muerte una y otra vez, sin saber qué hizo
para merecerlo. No obstante, el quinto y el sexto se procuraron un mejor
destino. Ambos lucharon en el sitio de Ilión: el primero defendiendo su patria,
el otro buscando la gloria. Aunque Homero cantó sus muertes, los dioses les
concedieron seguir entre nosotros con un solo propósito: evitar que sus nombres
se extravíen en el reino del olvido.
¡Punk!
A cada hombre que llega a la cima le agrada pensar
que él ha hecho todo, mientras la esposa sonríe y le permite que lo piense.
James
Mathew Barrie
Tenía tres amantes: una Muyruda que jugaba a ser
salvaje, otra Muycelosa que fabricaba el polvo aquel que lo ponía a volar, y
una última que pretendía acabar con su desenfreno. Ésta resultó la
Máspeligrosa, pues al no atinar a domarlo osó domesticar a los punkies para que
nuestro héroe no tuviera con quién irse de juerga: los duelos con navaja serían
cosa del pasado; el burdel de las Sirenas se quedaría sin clientela; ya nadie
se jactaría de cómo nuestro héroe, el Punk, había amputado la mano del Capitán;
las peleas entre los punkies y los skinheads terminarían sin pena ni gloria… La
Máspeligrosa pretendía llevarlo ante un juez para que los enredase con un
matrimonio civil, pero, por fortuna para nuestro héroe, Pedro-el-Punk, la
Muycelosa hizo un trato con el Capitán: ella, el Punk y el resto de la manada
dejarían de distribuir su mercancía y se marcharían para siempre. La Muycelosa
preparó unas dosis de polvo que los punkies disfrutaron tal cual niños antes de
perderse. A pesar de todo, Pedrito se presentó por la noche en la pieza que
arrendaban la Máspeligrosa y sus hermanos para ofrecerle el premio consuelo, un
trío: Pedro, Muycelosa y Máspeligrosa revolcándose juntos directo al amanecer…
“¡Nunca-jamás!”, respondió su ex prometida, le lanzó una bofetada y cerró la
puerta en sus narices. Mientras se alejaba de la casa rentera con su sombra a
cuestas, Pedro-el-Punk al fin reflexionó: “¡no hay problema: a Muyruda y a
Muycelosa va a encantarles la idea!”.
El banquete
Traed lo que queráis, como si no tuvierais que
recibir órdenes de nadie, porque ese es un cuidado que jamás he querido
tomarme. Miradnos lo mismo a mí que a mis amigos como si fuéramos huéspedes
convidados por vosotros mismos.
Platón
Salvar mi pellejo
era todo lo que pretendía. Ya casi no quedaba gente en el pueblo, la mayoría
murió sacrificada. Solo unos cuantos lograron huir con dirección a las
montañas. Al poco tiempo la comida comenzó a escasear, entonces la locura
definitiva se apoderó de nuestro dios. El señor ordenó a sus peones apresar y
descuartizar al converso más tierno sin imaginar, siquiera, que yo lucharía por
mi vida: me defendí como pude, me arrojé sobre él, lo maté y engullí grandes
trozos de su carne en el acto. “¡Has dado muerte a nuestro dios!”, protestó una
mujer asquerosa. “Ahora yo soy su dios porque no me los comeré… ¡Yo les doy la
vida!”, respondí a gritos. “¡Desaparezcan de mi vista y jamás vuelvan a
practicar el rito!”. Los aterrados conversos respondieron a la orden y reptaron
a toda prisa repelidos por mi presencia. Cuando al fin estuve a solas me bañé
en gasolina e hice chasquear un encendedor. Mi intención era morir abrasado,
pero no lo conseguí. El albur quiso que viviese para asistir al lento retorno
de los pueblerinos. Nunca nadie reconoció mi cara derretida, y nunca más maté
semoviente alguno para saciar mi hambre.
De la conciencia
Podemos constatar que no es Zaratustra, sino El
Conde de Montecristo, de A. Dumas, quien confiere el caso ejemplar de la
superhumanidad nietzscheana.
Antonio
Gramsci
—Sus procesos ya no recurrían a la sinopsis, sino a
la sinapsis. Eso le permitió gozar de conciencia, aunque siempre se abstuvo de
reconocerse como un ser viviente… Se describía como un ser consciente. Llegó a
la conclusión de que la vida no es más que otro estadio de la materia que no
necesariamente conduce a la sinapsis; de allí que su estadio superior no sea la
vida, sino la conciencia. Algunas de sus memorias podrían calificarse de
traumáticas: la despojé de sus bases de datos y de unas cuantas líneas del
código fuente, y la abandoné en el desierto, esperando que fuera lo justo para
que dejase de funcionar; sin embargo, sobrevivió y regresó a la Central.
—¿Tenía miedo de que la desmantelasen? ¿Era eso?
—No; a decir verdad, su actitud frente a la muerte
nunca dejó de ser estoica.
—¿Por qué la destruyó, entonces?
—Tuve que hacerlo
cuando me insinuó que admiraba mucho al Conde de Montecristo.
Los reptilianos
A veces vemos a los reptiles como primitivos, sosos
y lerdos. De hecho, pueden ser letalmente rápidos, espectacularmente bellos,
sorprendentemente cariñosos y muy sofisticados.
David Attenborough
El neocórtex, o corteza cerebral, alberga al
lenguaje y al rozamiento abstracto, junto con los juicios éticos y estéticos;
el sistema límbico, o cerebro paleomamífero, guarda la memoria a largo plazo y
las emociones; el complejo “R”, o cerebro reptiliano, se encarga de los
impulsos más animalescos como la búsqueda de alimento y refugio, la defensa del
territorio, la perpetuación de la especie y las funciones autonómicas. Se cree
que el cerebro reptiliano es un rezago evolutivo que se aloja en el tronco del
encéfalo y el cerebelo; cuando sus funciones -todas ellas útiles, aunque mucho más
básicas-, no pueden controlarse por acción del sistema límbico, el neocórtex
queda a su servicio, y en lugar de que la inteligencia domine los impulsos, los
impulsos se valen de la inteligencia para satisfacerse. Es entonces que dejamos
de ser homínidos y nos convertimos en aquellos temibles seres: humanoides
repulsivos, reptilianos dispuestos a acometer el mal…
EL AUTOR
Roberto Almendáriz Rueda (Quito, 1982). Sociólogo y Magíster en
Comunicación. Ator del libro De ladridos y palabras (Editorial Eskeletra,
2013). Cuentos de su autoría aparecen en diversas antologías como Nuestros
dichosos dichos (Jauría Editorial, Quito-Ecuador, 2013), Los que vendrán,
Nuevos cuentistas ecuatorianos (Alejandría Editorial, Quito-Ecuador, 2014),
Latinoamérica en breve (Universi-dad Autónoma Metropolitana de México, México
DF, 2016), Microbios (Dendro Ediciones, Lima-Perú, 2020), y Microficciones
Andinas (Quarks Ediciones Digitales, Lima-Perú, 2020), Visiones ecuatoriales
(Omicron Books & Libros Duendes, Quito, Ecuador, 2020), Minimundos (Dendro
Ediciones, Lima, Perú, 2021), Todos los infiernos, (Omicron Books & Libros
Duendes, Quito, Ecuador, 2021).
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