Diana
La fascinante mujer le rompió el corazón al tipo que se encontraba parado a diez metros de distancia. Tensó bien el arco, pero no acertó en su objetivo, la manzana le quedó lejos.
Olvido
Cuando se separaron después de 30 años de
matrimonio, él decidió olvidarla. Tiró a la basura sus fotografías, cartas,
regalos y hasta las mancuernillas de plata del último cumpleaños.
Hace varios días se sorprendió gratamente
porque ya no recordaba cuál era el sonido de su voz, en diversas ocasiones fue
incapaz de visualizar su rostro y solo entre sombras recuerda su figura. Ahora
no tiene memoria para recordarla, pero ha olvidado el lugar donde vive y los
nombres de sus hijos.
Pregunta descartada
El doctor se declara
incompetente para responder la pregunta sobre cuando recuperaré la memoria,
solo dice: esto es impredecible, puede ser en una semana, en un mes, en algún
año.
Mi
mujer amable, pero reticente se acerca a la cama, me besa en la frente y me dice:
no te preocupes, dios nos ayudará y regresarás a ser quién eras. Todas las
tardes me trae álbumes con fotos, recuerdos, detalles para que yo recuerde
quien soy y por qué estoy hospitalizado. Yo pregunto por todo, menos por la
dama que me acompañaba en el automóvil.
El gran truco
El Mago llevaba años perfeccionando su acto y esa
noche lo estrenó: movió su varita y llenó la carpa de personas.
Hasta el
infinito
Los Faquires, tendidos cada uno en una cama de
clavos colocada sobre el pecho del otro, lograron una torre de siete artistas.
Cumpliendo con la máxima circense del “más difícil todavía”, adicionaron más y
más capas. Cuentan que aún hay faquires escalando esa montaña de clavos y
corazones.
Día especial
Él siempre fue muy especial con sus cosas, sobre todo con su
ropa. Nunca permitió que nadie, siquiera, le sugiriera qué corbata debería
usar. Pero ese día toda su vestimenta y hasta los zapatos los eligió su mujer.
Afuera de la habitación, los de la funeraria esperaban para continuar su trabajo.
La fuerza de la costumbre
Ayer fui al supermercado, tomé un carrito que fui llenando
con todo aquello que hacía falta en casa. Siendo soltero, mis necesidades son
pocas; fui a la sección de frutas y verduras, y al colocar en el carro el
racimo de uvas me di cuenta que había un cuaderno para iluminar y unas
crayolas; por supuesto que yo no necesitaba aquello, no tengo hijos. Pensé que
alguien los había puesto ahí por equivocación. Llegué a la caja, pagué y salí
del lugar, al llegar a mi auto y accionar el control remoto, la que abrió sus
puertas fue la camioneta de al lado; subí y la eché a andar sin problema. Me
dirigí a mi casa y la camioneta por alguna extraña razón tomó su propio camino.
Me llevó hasta un edificio antiguo en donde automáticamente se detuvo. Sin
pensarlo, subí en el elevador hasta el quinto piso, y con la llave que tenía en
ese ajeno llavero, entré a un departamento en el que fui recibido por una bella
pero extraña mujer que entusiasmada dijo: “Amor, qué bueno que llegaste”; y
poco después con gritos de alegría, salió corriendo un niño que preguntó:
“¿trajiste mi cuaderno?”.
Gabriel Ramos (Ciudad de México - México, 1952) Psicólogo egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México, escritor y promotor cultural. Su interés está centrado en la microliteratura. Ha publicado microficciones, cuento breve, crónica, reseña literaria y entrevistas en diversas páginas de Internet y revistas en formato físico. Sus textos han aparecido en diez Antologías internacionales publicadas en Chile, Nicaragua, Perú, Colombia y México. Es autor de Vivir es arriesgarse (La tinta del silencio, 2017) traducido a los idiomas serbio y árabe, Sueños incumplidos (Libros del Fresno, 2020), Geografía del amor (Sello Editorial Minificción, 2020) y La fuerza de la costumbre (Ediciones Ser, 2021)
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