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miércoles, 17 de noviembre de 2021

(119) Eróticos de Eros y Afrodita

 

Edición autorizada y seleccionada por cortesía de la escritora mexicana Dina Grijalva, antologa del libro.

REENCUENTRO

Eva Díaz Riobello

El olor de la sangre provenía de aquella casa, no había duda, aunque parecía abandonada desde hacía mucho tiempo. Receloso, olfateó las huellas frescas que alguien había dejado en el barro de la entrada. Pertenecían a un pie delgado y firme, con un perfume inquietantemente familiar. La puerta principal estaba entreabierta y no pudo resistir la tentación de echar un vistazo. En un rincón de la sala halló el cadáver desmadejado de la anciana. Tumbado sobre un desorden de prendas rojas, sin duda era la fuente de aquel aroma tramposo que le había atraído hasta la aldea desde las profundidades del bosque. No había terminado de atar todos los cabos, cuando una risa maliciosa se dejó oír desde el dormitorio. Ella lo esperaba allí, su cuerpo blanco completamente desnudo y las trenzas rubias deshechas sobre la almohada. Sus pupilas amarillas se agrandaron al ver cómo la joven estiraba sus largas piernas, tentadora. “Acércate, lobo”, susurró, “ya no soy una niña”.

 

OBSESIÓN

Alba Omil

Soñé que me besaban: era sólo el latido de tu nombre que esa noche se durmió en mis labios.

 

LOS PERVERSOS POLIMORFOS

Ana María Shua

Polichinelas fantásticos, con sus trajes multicolores, blandiendo sus chupetes como mandolinas o cimitarras, llega el tren de los perversos polimorfos. Da gusto verlos lanzarse rodando por las escalerillas de los vagones, serpentear alegremente en el piso polvoriento de la estación. Los esperan caballos y carruajes: como extraños jinetes llegan a la Casa lamiendo gozosos el sudor del cuello de sus cabalgaduras, o apoyando las mejillas sobre el tapizado de los automóviles mientras respiran en éxtasis el olor a nafta quemada. Así vienen los perversos polimorfos, los que necesitan todo, los que no necesitan nada, los que serán siempre como recién nacidos, los únicos que vienen porque se les da la gana.


PARA OÍRTE MEJOR

Juan Armando Epple

Ser bella y además inteligente suele traerte complicaciones. Nunca estás segura de las intenciones de los que se te acercan. Las más de las veces parecen interesados en tus ideas, pero al cabo de unos minutos descubres que tienen la mirada fija en tu escote.

   Por eso me saludas con alegría cuando nos topamos en la calle, en un parque o en alguna tertulia. Los ciegos inspiramos confianza porque prestamos atención especial a las palabras. También poseemos un olfato prodigioso.

 

TIERNA INFANCIA

Felipe Orozco

Ya puesta a imaginar, la niña de 6 años le puso a su amigo imaginario un gorrito de payaso. Y así, lo fue cambiando a su capricho. Con 25 cumplidos, su amigo imaginario ya es un portentoso mulato, que apenas la deja dormir.


IMPERATIVA

Nana Rodríguez

Le dije:

   ¡Intúyeme!

   Me has desarmado con sólo una mirada. Condúceme hacia la hondura de tus besos. Arrástrame hasta la espesura de tus cabellos.

   El aroma de tus axilas, la redondez de tus pupilas.

   ¡Traspásame!

   Navégame con la tibieza de tus pies. La suave curva de tus uñas.

   Erige con tus manos un altar en mi espalda.

   ¡Pruébame!

   Hunde tus dientes en la carnosidad sublime de las frutas. Recorre mis laberintos, descúbreme.

   Sé domador de mis abismos. Reina en la más profunda cavidad. Arráncame el grito de la sangre.

   Derrámame el vino de la especie:

   ¡Floréceme!

   Nunca supe si lo intimidaron las palabras y su significa- do. La voz pasiva o la acción de los verbos. El caso es que salió huyendo con la disculpa de ir a comprar cigarros.

 

TENTACIÓN

Angélica Gorodisher

—Vení —dijo ella.

   —No deberíamos —dijo él.

   Ella separó apenas los labios, lo suficiente como para que se le viera el filo de los dientes, y asomó la lengua, apenas la puntita y la movió apenas, apenas sobre el labio de arriba y después sobre el de abajo, apenas. Se acercó a él.

   Él olía a hierba recién cortada, a la hojarasca amarillenta bajo los árboles; olor almizcleño a campo, a paraíso. Ella olía a fuente de manzanas recién arrancadas de las ramas, a manzanas encarnadas como el sonrojo que le iba subiendo a la cara. Se acercó más.

   —¿No oís? —preguntó.

   Lejos, sonaba el rasguido de la pluma sobre el pergamino, las cuerdas entrando para el acorde final, el cincel sobre el mármol.

   —No —dijo él. Se hizo el silencio.

   Ella entonces lo besó en la boca y empujó despacito la pulpa blanca contra el paladar de él. Él trago y tragar y besarla y acariciarla y acostarla sobre el pasto húmedo de ro- cío y echarse sobre ella fue todo uno.

   Brilló una espada de fuego, pero no la vieron. Allá sonaron las trompetas, rugieron los motores, las madres amamantaron a sus niños, Aristarco calculó la órbita de los planetas, los pinceles dorados pintaron un campo de girasoles, lucieron las farolas de neón, una mujer se llenó los bolsillos de piedras, la tierra fue redonda y giró alrededor del sol, un hombre llamado Orville voló sobre los campos sembrados, un prisionero escribió que “por las de mi verdadero Don Quijote van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna. Fin”.

 

 

 

 

 


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