REENCUENTRO
Eva Díaz Riobello
El olor de la sangre provenía de aquella casa, no
había duda, aunque parecía abandonada desde hacía mucho tiempo. Receloso,
olfateó las huellas frescas que alguien había dejado en el barro de la entrada.
Pertenecían a un pie delgado y firme, con un perfume inquietantemente familiar. La puerta principal estaba entreabierta y no pudo resistir la tentación
de echar un vistazo. En un rincón de la sala halló el cadáver desmadejado de la
anciana. Tumbado sobre un desorden de prendas rojas, sin duda era la fuente de
aquel aroma tramposo que le había atraído hasta la aldea desde las
profundidades del bosque. No había terminado de atar todos los cabos, cuando
una risa maliciosa se dejó oír desde el dormitorio. Ella lo esperaba allí, su
cuerpo blanco completamente desnudo y las trenzas rubias deshechas sobre la
almohada. Sus pupilas amarillas se agrandaron al ver cómo la joven estiraba sus
largas piernas, tentadora. “Acércate, lobo”, susurró, “ya no soy una niña”.
OBSESIÓN
Alba Omil
Soñé que me besaban: era sólo el latido de tu
nombre que esa noche se durmió en mis labios.
LOS PERVERSOS POLIMORFOS
Ana María Shua
Polichinelas fantásticos, con sus trajes
multicolores, blandiendo sus chupetes como mandolinas o cimitarras, llega el
tren de los perversos polimorfos. Da gusto verlos lanzarse rodando por las
escalerillas de los vagones, serpentear alegremente en el piso polvoriento de
la estación. Los esperan caballos y carruajes: como extraños jinetes llegan a
la Casa lamiendo gozosos el sudor del cuello de sus cabalgaduras, o apoyando
las mejillas sobre el tapizado de los automóviles mientras respiran en éxtasis
el olor a nafta quemada. Así vienen los perversos polimorfos, los que necesitan
todo, los que no necesitan nada, los que serán siempre como recién nacidos, los
únicos que vienen porque se les da la gana.
PARA OÍRTE MEJOR
Juan Armando Epple
Ser bella y además inteligente suele traerte
complicaciones. Nunca estás segura de las intenciones de los que se te acercan.
Las más de las veces parecen interesados en tus ideas, pero al cabo de unos
minutos descubres que tienen la mirada fija en tu escote.
Por eso me saludas con alegría cuando nos topamos
en la calle, en un parque o en alguna tertulia. Los ciegos inspiramos confianza
porque prestamos atención especial a las palabras. También poseemos un olfato
prodigioso.
TIERNA INFANCIA
Felipe Orozco
Ya puesta a imaginar, la niña de 6 años le puso a
su amigo imaginario un gorrito de payaso. Y así, lo fue cambiando a su
capricho. Con 25 cumplidos, su amigo imaginario ya es un portentoso mulato, que
apenas la deja dormir.
IMPERATIVA
Nana Rodríguez
Le dije:
¡Intúyeme!
Me has desarmado con sólo una mirada. Condúceme
hacia la hondura de tus besos. Arrástrame hasta la espesura de tus cabellos.
El aroma de tus axilas, la redondez de tus
pupilas.
¡Traspásame!
Navégame con la tibieza de tus pies. La suave
curva de tus uñas.
Erige con tus manos un altar en mi espalda.
¡Pruébame!
Hunde tus dientes en la carnosidad sublime de las
frutas. Recorre mis laberintos, descúbreme.
Sé domador de mis abismos. Reina en la más
profunda cavidad. Arráncame el grito de la sangre.
Derrámame el vino de la especie:
¡Floréceme!
Nunca supe si lo intimidaron las palabras y su
significa- do. La voz pasiva o la acción de los verbos. El caso es que salió
huyendo con la disculpa de ir a comprar cigarros.
TENTACIÓN
Angélica Gorodisher
—Vení —dijo ella.
—No deberíamos —dijo él.
Ella separó apenas los labios, lo suficiente como para que se le viera el filo de los dientes, y asomó la lengua, apenas la puntita y la movió apenas, apenas sobre el labio de arriba y después sobre el de abajo, apenas. Se acercó a él.
Él olía a hierba recién cortada, a la hojarasca amarillenta bajo los árboles; olor almizcleño a campo, a paraíso. Ella olía a fuente de manzanas recién arrancadas de las ramas, a manzanas encarnadas como el sonrojo que le iba subiendo a la cara. Se acercó más.
—¿No oís? —preguntó.
Lejos, sonaba el rasguido de la pluma sobre el
pergamino, las cuerdas entrando para el acorde final, el cincel sobre el mármol.
—No —dijo él. Se hizo el silencio.
Ella entonces lo besó en la boca y empujó
despacito la pulpa blanca contra el paladar de él. Él trago y tragar y besarla
y acariciarla y acostarla sobre el pasto húmedo de ro- cío y echarse sobre ella
fue todo uno.
Brilló una espada de fuego, pero no la vieron.
Allá sonaron las trompetas, rugieron los motores, las madres amamantaron a sus
niños, Aristarco calculó la órbita de los planetas, los pinceles dorados
pintaron un campo de girasoles, lucieron las farolas de neón, una mujer se
llenó los bolsillos de piedras, la tierra fue redonda y giró alrededor del sol,
un hombre llamado Orville voló sobre los campos sembrados, un prisionero
escribió que “por las de mi verdadero Don Quijote van ya tropezando, y han de
caer del todo, sin duda alguna. Fin”.
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