> Letras Itinerantes: (95) Pia Barros

miércoles, 17 de marzo de 2021

(95) Pia Barros


 

Edificio dos

La mujer pone muchas almohadas al niño que tose, pero no es suficiente. La puerta es derribada por dos vecinos con overol y mascarillas que la empujan, rebuscan y agarran al infante bajo las almohadas. Uno lo arrastra escaleras abajo y el otro tapia con tablas y clavos la puerta a la mujer que aúlla en su dolor impotente.

El niño es arrojado a las puertas del edificio, donde yacen, desparramados, viejos, jóvenes, y uno que otra criatura congelada en el pavimento.

 

Edificio diez

A Lorena

Los hombres de overol blanco fumigan los edificios abandonados y polvorientos, donde enviarán a vivir a los sobrevivientes. La tarea es ardua y sudan bajo los plásticos. Tras ellos, una brigada de overoles azules derrumba muros internos para ampliar las viviendas, ahora que queda tanto concreto vacío por habitar. Los fumigadores se detienen sorprendidos y los alcanzan los overoles azules. La memoria viene a abofetearlos a todos. Estremecidos, observan a la mujer guardiana, o lo que queda de ella, acurrucada en la misma posición con que defendía su puerta y custodiaba los cuatrocientos pares de ojos ensangrentados de la olvidada revolución callejera.

Los overoles lloran ante el cadáver de la guardiana de los futuros repetidos y los pasados dignos.

 

Siempre es el norte pisando el sur

Siempre se trató de eso, norte y sur, nada más. El norte tiene sus cuervos grandes, gordos, ruidosos y nuestra versión son los tordos, bandadas pequeñas de pájaros negros que disputan migajas a los gorriones. Los cuervos decoran en negros movimientos la blancura nevada de casas y patios; los tordos se disimulan entre los verdes y la tierra removida de calles sin pavimentar, de barriadas tristes o céspedes bien cortados hacia la cordillera.

Pero cuidado, los tordos engordan y persiguen gorriones y pacíficas tórtolas, los expulsan poco a poco en la disputa y pronto serán adalides exiliando a los humildes, imitando el ronco graznar de los nortinos, apropiándose de sures para nortearlos a su gusto.

 

Ojos de Santiago

A Gustavo Gatica y Fabiola Campillay

El balín dio de lleno en su ojo derecho. Cayó echando sangre por la cuenca. Se puso de pie y levantó las manos, volvió a caminar. Esta vez el balín le arrebató el ojo izquierdo. Solo aceptó la ayuda de los otros estudiantes que lo sostenían en esa marcha infinita.

-Soy el país -dijo sangrando sin dejar de avanzar hacia mañana.


Migraciones

Inadvertido, cree, camina la ciudad nueva. Compra un cambucho sin pedirlo, solo extendiendo el billete. A salvo de todo, saca el pecho y silba bajito una canción de su tierra. Al pasar, él no lo nota, cada rostro mira su espalda, las personas se detienen. Un segundo silencia por completo la calle y el hombre cae fulminado por las miradas. Aun retorciéndose de dolor y extranjería, sus manos negras aferran el cucurucho de papas fritas. Los blancos patean los restos del inmigrante hasta dispersarlos de tal manera, que nadie recuerda siquiera haberlo visto allí. Con excepción de las pesadillas nocturnas, donde se apilan los cadáveres negros y mulatos, tapiando la entrada a los sueños.

 

Consecuencias de la piedad

Luego de encaramarme trabajosamente sobre el taburete, saqué mis botas de invierno. Noté que algo se movía dentro y las sacudí: cayó de la bota derecha una rata y siete ratitas con un par de días de nacidas. De un salto estuve en el suelo dispuesta a pisotearlas, pero me encontré con esa ferocidad triste en los ojos de la madre. Fui por una caja de cartón, las apilé en la pala con la escoba y las puse dentro, sobre la funda de una almohada que estuve segura después extrañaría. Incorporé unas pocas sobras y dejé la caja sobre el muro de mi vecina pidiéndoles encarecidamente que no regresaran.

Han pasado unos meses y estoy extenuada: sobre el muro, cada noche, cientos de ratas demandan mi manutención.

 

La libre

No se tatuará tu nombre en el cuerpo, no usará anillos simbólicos, no hará pan al amanecer ni cocinará tu comida, no te dibujará hijos ni inventará futuros. No. Y sin embargo envejecerás con su olor a cuestas, soñarás su espalda de esa noche, te conformarás con otras que no eran ella y llevarás al morir su nombre oculto en la punta de tu lengua.

(inédito)

LA AUTORA

Pía Barros (1956)

Feminista, escritora y tallerista. Estudió Licenciatura en Castellano en la Universidad de Santiago. Desde 1978 se ha dedicado a su gran pasión: dar talleres literarios. Actualmente es directora de Talleres Ergo Sum y de Editorial Asterión.  Dirige el Proyecto Internacional ¡Basta!, contra la violencia de género. Es autora de los libros “Miedos Transitorios” (1986), “A Horcajadas” (1990), “El Tono Menor del Deseo” (su primera novela, 1991), “Signos Bajo la Piel” (1994), “Ropa Usada” (2000), “Lo que ya nos encontró” (2001), “Los que sobran” (2003), “Llamadas perdidas” (2006), “La Grandmother y otros” (2007), “El lugar del otro” (2010) ,“Las tristes” (2015) y “Hebras”, (2020). Sus textos se encuentran publicados en numerosas antologías y sus obras han sido traducidas a varios idiomas. Es miembro de REM y de AUCH.

 

2 comentarios:

Guillermo Castillo dijo...

Luis Ignacio, no sabía de esta dama sensitiva en letras. Gracias por compartir.
Saludos les dejo.

Luis Ignacio Muñoz dijo...

Gracias, estimado Guillermo. Un excelente autora que en Letras Itinerantes estabamos un poco morosos en dedicarle una entrega. Saludos.