PERSECUCIÓN
Acelera el paso el
segundero, flaco de tanto correr, sólo para que el minutero lo espere un paso
más. Sólo uno más para retener la esperanza en la sempiterna unión.
-Un instante más por
favor… sólo uno más.
Suplica el segundero
mientras roza, al pasar, el cuerpo de su amado.
El viejo y paciente brazo
de las horas los observa y sonríe guardando la distancia. Sabe que la eternidad
no tiene prisa ni, mucho menos, ganas de detenerse a mitad del camino para
satisfacer a un par de enamorados. Ellos
no lo entienden, pero el tiempo sabe muy bien lo que hace. El placer está en la
persecución y el único amor eterno es el que nunca se alcanza.
LA LUNA SALE PARA TODOS
Cuando le
empezaron a crecer los colmillos su madre la encerró en la habitación más
alejada de la calle. Su papá mandó
construir una ventanita abatible en la puerta para proporcionarle
alimento. Ella prefería las lombrices que
entraban por el orificio del muro que daba al jardín en tiempo de lluvias y los
murciélagos que su hermanito atrapaba y
le llevaba a escondidas en verano. Una noche, un rayo de luna tocó sus
mejillas. Se agarró de él con todas sus
fuerzas y dejó la casa con el primer asomo del sol. Caminó entre troncos caídos hasta encontrar
un mar que engrosaba a cada paso bajo sus piernas. Las olas venían de ambos lados de sus brazos
y se unían en un techo líquido que ella podía tocar con la punta de sus
dedos. Adentro todo era fresco y
azul. Una pequeña barca llegó hasta ella
y le ofreció una mano que no dudó en tomar.
Tenía las garras más hermosas que jamás hubiera visto.
LA MUJER ARAÑA
Escurrían, sobre sus redes, los sudores de
varios bichos. Todo el que la miraba, tras su frágil recinto de cristal,
quedaba subyugado por sus ocho piernas enfundadas en níveas calcetas bordeando
la rosada colina de sus rodillas. A la orilla de su sonrisa, la peligrosa miel
fluía por la tierna comisura de los labios. Los bichos aparecían y acercaban el
dedo sudoroso a la frialdad del carapacho imaginando la lisura de su piel. Ella
sacudía los rizos y balanceaba los esplendentes muslos. Al terminar el día, el
dueño del circo aparecía y con ojos brillantes, susurraba: “Luz de mi vida,
fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Dulce tejedora de mis entelarañadas
fantasías… Lolita.” Y acariciaba la
vitrina soñando que salvaba al atrapado dueño de un amor venenosamente
perdurable.
¿SOLEDAD?
La primera semana fue de
reniegos. Su mal carácter recrudeció el confinamiento. Se reanimó con las redes
sociales, pero a los dos meses -harto de videos, chismes y peleas políticas-
cerró su cuenta. Añoró tener una mascota
a la que se negó por falta de tiempo. El tráfico y la oficina lo absorbían
demasiado. Ahora admitía que un perro,
un gato, o incluso un pez, serían una buena compañía. Un día se descubrió
hablando con la taza de café. Luego fue el cartel de Marilyn a quien agradeció
su maravillosa, aunque abstracta, sonrisa. Siguió el sillón antiguo con quien
disertó sobre la conspiración para despoblar el mundo con una pandemia. Hasta
el refrigerador aguantó sus regaños cuando se vaciaba y el disfraz para ir al
supermercado aparecía en la puerta. Un
día, al afeitarse las crecidas barbas, se encontró con una mirada. Ese día supo
que existía un interlocutor en casa con mucho, qué contar. Las respuestas
comenzaron a asomar la nariz, entusiasmadas, por detrás del espejo.
AFUERA
Nos reunimos para compartir el distinto grano de que está hecha nuestra confusa
y aturdida carne. Para mostrar cuán profunda es la herida en la huella que
dejamos en el camino antes de llegar a algún posible lugar. Para decir de qué
color es el aroma de la tierra impregnada en el cándido oleaje de una taza de
café. Para contarnos, sonrisa en mano, cuántas ramas tiene nuestro árbol allá
en el sitio donde hay un fuego alrededor del cual contaremos, un día, esta y
las mismas historias. Leyendas de pájaros que se llenaron de aire los pulmones
y cargaron con su maleta de gastados zapatos y recuerdos por estrenar. Sedientas y cansadas osamentas que se
acurrucan en el vientre de un arcilloso corazón que aguarda el polvo que un día
los miró partir. Frágiles hojas que cayeron
de la rama y buscan peces, en medio del desierto. Mientras alguien allá, al
otro lado del océano, menciona, tal vez, aún, quizá, ese nombre, nuestro
nombre… Ojalá...
LAS RAYAS DEL TIGRE
Hace mucho tiempo los tigres no tenían rayas. Eran
grandes gatos amarillos buscando su comida en los pastizales. Un día, un tigre
se encontró con un hombre que lo metió en una jaula y lo llevó a un zoológico.
El tigre, con la ayuda de un elefante que le abrió la puerta con su trompa,
escapó pues los tigres son muy veloces. Cuando estuvo lejos del zoológico le
pidió a un chango que le pintara, con lodo, rayas negras en todo el cuerpo.
Así, cuando un hombre lo encontrara vería sus rayas oscuras y pensaría que ya
estaba encerrado en una jaula y lo dejaría en paz. El truco no funcionó
demasiado pues los hombres se dieron cuenta del truco y siguieron cazando
tigres para encerrarlos, pero los hijos de ese tigre, y los hijos de sus hijos,
llevan desde entonces esas hermosas rayas negras que los hacen verse más feroces. Tal vez un día el
hombre los deje en paz.
CUCHILLO
"Cuando
Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se
encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Sus muchas patas,
ridículamente pequeñas" tomaron la pluma y escribieron en el aire palabras
que volaron atravesando la piel del tiempo para meter cuchillo a la apacible
certeza de muchos, hasta ese momento, desprevenidos hombres. Y nunca la noche
de los justos volvió a ser igual.
Angélica Santa Olaya, 1962, ciudad de
México, poeta, escritora, historiadora y maestra de Español y Creación
Literaria para la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH),
Universidad del Claustro de Sor Juana, Instituto Nacional de Bellas Artes
(INBAL) y diversas instituciones culturales estatales. Egresada de la UNAM,
ENAH y SOGEM. Becada por el CONACYT. Primer lugar en dos concursos de cuento
breve e infantil en México. Mención Honorífica en el Primer Concurso de
Minificción IER/UNAM “En su tinta” 2020. Publicada en numerosas antologías
latino e iberoamericanas de minificción, crónica, cuento, poesía y teatro así
como en diversos diarios y revistas, físicas y digitales, nacionales e
internacionales en América, Europa y Medio Oriente. Entre ellas las revistas Grageas 100 cuentos breves de todo el mundo;
Quimera, Plesiosaurio, Piedra y Nido, Inmediaciones, Entre cuates, Ficción
Mínima, Letras Itinerantes y las antologías Los Pescadores de Perlas; Alebrije de palabras; ¡Basta! Cien mujeres
contra la violencia de género; Resonancias; Eros y Afrodita en la minificción;
Las musas perpetúan lo efímero; Cuentos pequeños, grandes lectores;
Coronavirus; Brevirus; Pequeficciones; Microbios; Mosaico y Campanadas. Autora de quince
publicaciones propias de poesía, cuento, minificción y novela. Su libro Feisbuqueo, luego existo es su primer
libro de minificción y su libro 69 Haikus
fue el primer libro de literatura mexicana presentado y difundido en Emiratos
Árabes Unidos en 2015. Miembro de los colectivos Minificcionistas Pandémicos y
Red de Escritoras de Microficción REM. Colaboradora de la página Minimanía Difusión de la minificción. Jurado
de importantes concursos de poesía, narrativa y minificción nacionales e
internacionales en México. Homenajeada en 2015 por la Universidad Autónoma del
Carmen. Traducida al rumano, portugués, inglés, italiano, catalán y árabe.
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