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miércoles, 17 de febrero de 2021

(92) Angélica Santa Olaya

 


PERSECUCIÓN 

Acelera el paso el segundero, flaco de tanto correr, sólo para que el minutero lo espere un paso más. Sólo uno más para retener la esperanza en la sempiterna unión.

-Un instante más por favor… sólo uno más.

Suplica el segundero mientras roza, al pasar, el cuerpo de su amado.

El viejo y paciente brazo de las horas los observa y sonríe guardando la distancia. Sabe que la eternidad no tiene prisa ni, mucho menos, ganas de detenerse a mitad del camino para satisfacer a un par de enamorados.  Ellos no lo entienden, pero el tiempo sabe muy bien lo que hace. El placer está en la persecución y el único amor eterno es el que nunca se alcanza.

 

LA LUNA SALE PARA TODOS

Cuando le empezaron a crecer los colmillos su madre la encerró en la habitación más alejada de la calle.  Su papá mandó construir una ventanita abatible en la puerta para proporcionarle alimento.  Ella prefería las lombrices que entraban por el orificio del muro que daba al jardín en tiempo de lluvias y los murciélagos que su  hermanito atrapaba y le llevaba a escondidas en verano. Una noche, un rayo de luna tocó sus mejillas.  Se agarró de él con todas sus fuerzas y dejó la casa con el primer asomo del sol.  Caminó entre troncos caídos hasta encontrar un mar que engrosaba a cada paso bajo sus piernas.  Las olas venían de ambos lados de sus brazos y se unían en un techo líquido que ella podía tocar con la punta de sus dedos.  Adentro todo era fresco y azul.  Una pequeña barca llegó hasta ella y le ofreció una mano que no dudó en tomar.  Tenía las garras más hermosas que jamás hubiera visto.

  

LA MUJER ARAÑA

Escurrían, sobre sus redes, los sudores de varios bichos. Todo el que la miraba, tras su frágil recinto de cristal, quedaba subyugado por sus ocho piernas enfundadas en níveas calcetas bordeando la rosada colina de sus rodillas. A la orilla de su sonrisa, la peligrosa miel fluía por la tierna comisura de los labios. Los bichos aparecían y acercaban el dedo sudoroso a la frialdad del carapacho imaginando la lisura de su piel. Ella sacudía los rizos y balanceaba los esplendentes muslos. Al terminar el día, el dueño del circo aparecía y con ojos brillantes, susurraba: “Luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Dulce tejedora de mis entelarañadas fantasías… Lolita.”  Y acariciaba la vitrina soñando que salvaba al atrapado dueño de un amor venenosamente perdurable.

 

¿SOLEDAD? 

La primera semana fue de reniegos. Su mal carácter recrudeció el confinamiento. Se reanimó con las redes sociales, pero a los dos meses -harto de videos, chismes y peleas políticas- cerró su cuenta.  Añoró tener una mascota a la que se negó por falta de tiempo. El tráfico y la oficina lo absorbían demasiado.  Ahora admitía que un perro, un gato, o incluso un pez, serían una buena compañía. Un día se descubrió hablando con la taza de café. Luego fue el cartel de Marilyn a quien agradeció su maravillosa, aunque abstracta, sonrisa. Siguió el sillón antiguo con quien disertó sobre la conspiración para despoblar el mundo con una pandemia. Hasta el refrigerador aguantó sus regaños cuando se vaciaba y el disfraz para ir al supermercado aparecía en la puerta.  Un día, al afeitarse las crecidas barbas, se encontró con una mirada. Ese día supo que existía un interlocutor en casa con mucho, qué contar. Las respuestas comenzaron a asomar la nariz, entusiasmadas, por detrás del espejo.

 

AFUERA

Nos reunimos para compartir el distinto grano de que está hecha nuestra confusa y aturdida carne. Para mostrar cuán profunda es la herida en la huella que dejamos en el camino antes de llegar a algún posible lugar. Para decir de qué color es el aroma de la tierra impregnada en el cándido oleaje de una taza de café. Para contarnos, sonrisa en mano, cuántas ramas tiene nuestro árbol allá en el sitio donde hay un fuego alrededor del cual contaremos, un día, esta y las mismas historias. Leyendas de pájaros que se llenaron de aire los pulmones y cargaron con su maleta de gastados zapatos y recuerdos por estrenar. Sedientas y cansadas osamentas que se acurrucan en el vientre de un arcilloso corazón que aguarda el polvo que un día los miró partir. Frágiles hojas que cayeron de la rama y buscan peces, en medio del desierto. Mientras alguien allá, al otro lado del océano, menciona, tal vez, aún, quizá, ese nombre, nuestro nombre… Ojalá...

  

LAS RAYAS DEL TIGRE 

Hace mucho tiempo los tigres no tenían rayas. Eran grandes gatos amarillos buscando su comida en los pastizales. Un día, un tigre se encontró con un hombre que lo metió en una jaula y lo llevó a un zoológico. El tigre, con la ayuda de un elefante que le abrió la puerta con su trompa, escapó pues los tigres son muy veloces. Cuando estuvo lejos del zoológico le pidió a un chango que le pintara, con lodo, rayas negras en todo el cuerpo. Así, cuando un hombre lo encontrara vería sus rayas oscuras y pensaría que ya estaba encerrado en una jaula y lo dejaría en paz. El truco no funcionó demasiado pues los hombres se dieron cuenta del truco y siguieron cazando tigres para encerrarlos, pero los hijos de ese tigre, y los hijos de sus hijos, llevan desde entonces esas hermosas rayas negras que los  hacen verse más feroces. Tal vez un día el hombre los deje en paz.

  

CUCHILLO

"Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas" tomaron la pluma y escribieron en el aire palabras que volaron atravesando la piel del tiempo para meter cuchillo a la apacible certeza de muchos, hasta ese momento, desprevenidos hombres. Y nunca la noche de los justos volvió a ser igual.

 

 LA AUTORA 

Angélica Santa Olaya, 1962, ciudad de México, poeta, escritora, historiadora y maestra de Español y Creación Literaria para la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), Universidad del Claustro de Sor Juana, Instituto Nacional de Bellas Artes (INBAL) y diversas instituciones culturales estatales. Egresada de la UNAM, ENAH y SOGEM. Becada por el CONACYT. Primer lugar en dos concursos de cuento breve e infantil en México. Mención Honorífica en el Primer Concurso de Minificción IER/UNAM “En su tinta” 2020. Publicada en numerosas antologías latino e iberoamericanas de minificción, crónica, cuento, poesía y teatro así como en diversos diarios y revistas, físicas y digitales, nacionales e internacionales en América, Europa y Medio Oriente. Entre ellas las revistas Grageas 100 cuentos breves de todo el mundo; Quimera, Plesiosaurio, Piedra y Nido, Inmediaciones, Entre cuates, Ficción Mínima, Letras Itinerantes y las antologías Los Pescadores de Perlas; Alebrije de palabras; ¡Basta! Cien mujeres contra la violencia de género; Resonancias; Eros y Afrodita en la minificción; Las musas perpetúan lo efímero; Cuentos pequeños, grandes lectores; Coronavirus; Brevirus; Pequeficciones; Microbios; Mosaico y Campanadas. Autora de quince publicaciones propias de poesía, cuento, minificción y novela. Su libro Feisbuqueo, luego existo es su primer libro de minificción y su libro 69 Haikus fue el primer libro de literatura mexicana presentado y difundido en Emiratos Árabes Unidos en 2015. Miembro de los colectivos Minificcionistas Pandémicos y Red de Escritoras de Microficción REM. Colaboradora de la página Minimanía Difusión de la minificción. Jurado de importantes concursos de poesía, narrativa y minificción nacionales e internacionales en México. Homenajeada en 2015 por la Universidad Autónoma del Carmen. Traducida al rumano, portugués, inglés, italiano, catalán y árabe.

 

 

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