> Letras Itinerantes: (72)Edgar Allan GarcÍa

lunes, 27 de julio de 2020

(72)Edgar Allan GarcÍa



MATERNIDAD

 Era un pueblo con un solo habitante, un anciano que dormía en la antigua maternidad, en el área que fuera de recién nacidos. Una noche escuchó el llanto de un niño y despertó asustado. Para su asombro, era él mismo quien había estado llorando dormido. A su lado vio una figura imponente que lo miraba con ternura. Temblando se acurrucó en su regazo. “Mamá”, balbuceó, y se durmió para siempre.


ENGENDRO

 Soy el engendro; eso que nunca debió nacer, mucho menos continuar existiendo. Contra todo pronóstico, me he aferrado a la vida y todos temen que de mi sangre degenerada surja una nueva especie de seres deformes. Mi cuerpo no tiene el pelaje de mi padre, ni sus cuernos fabulosos, ni sus pezuñas que se agarran a las rocas como ventosas. Tampoco tengo las escamas de mi madre, ni sus branquias, mucho menos su cola poderosa con la que salta sobre el oleaje que furioso arremete contra la isla. Venciendo el asco, alguien alguna vez me comentó que no soy el único, que según antiguas leyendas, más allá de estas tierras, donde se sumerge el sol y brota la noche, hay más seres deformes como yo, con dos miembros inferiores, dos superiores, dedos, orejas y ojos extraños. Quizá se trate de una trampa para que me aleje definitivamente, pero estoy dispuesto a correr el riesgo: tan pronto amanezca, partiré para siempre hacia ese mundo de seres mitológicos a los que llaman, no sin cierto temor, “humanos”.

LOS ÁNGELES

 La lengua enredada, la mirada perdida. Así pasaba horas frente a la ventana. Semanas atrás, la habían abandonado en la puerta de la institución y las autoridades la internaron después de una evaluación psiquiátrica. Lo único que se le entendía era algo sobre “los ángeles”, por lo que creyeron que deliraba. En Los Ángeles, su familia la buscaba sin resultado. Decían que había ido a México a probar hongos y perdieron el rastro.

SOLITARIOS

 Tan pronto se despierta, ella abre las cortinas, se despoja de la ropa y baila lenta, sensualmente con una música que nadie más escucha. La solitaria mujer cree que solo la luz incipiente del sol lame su cuerpo desnudo. No imagina que sobre la muralla, tras el ramaje de un frondoso sauce, todos los días un hombre solitario se despierta a la misma hora, abre las cortinas y la ama en silencio.

PREMEDITACIÓN

 Ella estaba conversando con un muchacho de barba dorada y él la observó desde atrás. Midió mentalmente sus muslos, sus nalgas respingadas, sus caderas que se movían de un lado a otro mientras decía algo que no podía escuchar desde donde estaba. Se dijo que le habría encantado que fuera con él con quien coqueteara, pero ya sabía que eso era imposible, ella era apenas una muchacha y él un viejo que se había negado a envejecer, pero al que igual se le notaban los años. No le valía el consuelo de pensar que si la hubiera conocido antes otra sería la historia, porque unos años atrás ella era apenas una niña y él solo un poco menos viejo. Pensó en acercarse por detrás y sin que nadie se lo pudiera impedir, darle un beso en la nuca, en ese pedacito de nuca que sus cabellos negros no habían cubierto porque se los había lanzado para el otro lado, allí donde empezaba su generoso escote. Luego, claro, se atendría al escándalo, quizá hasta se llevaría un golpe del acompañante o de ella misma, pero qué diablos, pensó, siempre cabía la posibilidad de que en medio de la confusión se pudiera escabullir por entre ese nutrido rebaño de intelectuales pomposos que habían asistido a la exposición de pintura. Se acercó fingiendo mirar los cuadros y, cuando estaba a punto de lanzarse como un vampiro sobre ese espacio de cuello al descubierto, la muchacha se volteó de forma inesperada y abrió los ojos con desmesura. Él sintió que un baldazo de agua helada lo paralizaba. Maestro, gritó ella, y él, anonadado, solo alcanzó a balbucear unas palabras incoherentes. Me encanta la muestra”, dijo por fin la muchacha. Ese claroscuro, esa contraposición entre lo nuevo y lo viejo, entre la luz y la oscuridad, entre la vida y la muerte, es sencillamente fantástica. Es usted un genio, recalcó. Él asintió con la cabeza y, humillado, se retiró en silencio.

ENTREVISTA

 Anciano de 134 años habla en la televisión. Cuando era joven, la gente era más tranquila, dice. ¿Y la primera y la segunda guerra mundial?, pregunta la periodista. El finge no escucharla y continúa: era más amable. ¿Y el bombardeo de Guernica, los gulags de Stalin, los golpes de estado sangrientos?” El continúa: “era más civilizada. Y antes de que la periodista vaya a decir algo más, agrega: era, era una mierda. Fin de la entrevista.

POETA

 Lo eligieron poeta y lo subieron al podio. “¡Recita!”, le gritaron. Él pensó que debía adularlos y empezó por lanzarles versos que ponderaban la belleza de las mujeres y la bravura de los hombres. No le escuchaban. Habló entonces de las flores, de las mariposas, de la luna llena, de los sueños de cristal, pero era como si no existiera. Entonces decidió decirles la verdad. Y lo desterraron.

EL AUTOR

Edgar Allan García
Guayaquil, 1958. Es autor de más de setenta obras en los géneros poesía, novela, cuento, micro relato y ensayo. Ha publicado en México, España, Argentina, Cuba, Estados Unidos, Colombia y Ecuador, a través de editoriales como Alfaguara, Everest, Planeta, Quipu, Edinun, Libresa y El Conejo. Así mismo, ha ganado tres Bienales de poesía y cinco veces el Premio Nacional Darío Guevara Mayorga.


3 comentarios:

premioscultura dijo...

Extraordinario! Qué orgullo que seas ecuatoriano.

Adeli dijo...

Hermoso ,felicitaciones y que excelente que publiquen sus obras

Adeli dijo...

Excelente! Felicitaciones,maravilloso que publiquen por este medio sus obras, mil gracias