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sábado, 7 de diciembre de 2019

(49) KALTON BRUHL



UNA SOLA LENGUA

Mientras era colocado sobre la piedra de los sacrificios, el guerrero tlaxcalteca intentó relatar a los sacerdotes que lo sujetaban el sueño que lo acompañaba cada noche desde que fue hecho prisionero durante la última guerra florida. En su sueño miraba cómo miles de plegarias, recitadas en diversas lenguas, se solidificaban hasta conformar las paredes de un intrincado laberinto. Dentro de él, Quetzalcóatl vagaba sin rumbo, cegado por el humo del copal e intentando guiarse, sin éxito, por el eco disperso de las pocas palabras que, entre tantas voces confusas, lograba reconocer.“¡Ahora comprendo por qué Quetzalcóatl posterga su regreso! –gritó–. ¡Precisa de una lengua única, que dirija sus pasos!”.Los sacerdotes ignoraron sus palabras, pero el guerrero siguió repitiéndolas hasta que su corazón dejó de latir en la mano de uno de ellos.En ese instante, fray Bartolomé de Olmedo despertó de su sueño. Se limpió el sudor de la frente y se arrodilló al lado de su camastro. La oscuridad era densa, pero aun así le pareció que entre las sombras todavía se movía aquella enorme serpiente cubierta de plumas. Le había hablado en un idioma que él desconocía y, a pesar de ello, dentro de su sueño, le había comprendido. Le pedía que viajara a su tierra e instruyera a su pueblo. “Sólo entonces”, concluyó la serpiente, “cuando las voces clamen en una sola lengua, podré emprender mi regreso”.Fray Bartolomé se santiguó. De alguna forma, su vida cumpliría su propósito en un nuevo mundo. Inclinó la cabeza y comenzó a rezar en el idioma que había sido creado para hablar con Dios. 


EL IMPERIO


Con sus raídos vaqueros y su cabello enmarañado, nadie lo tomaría por un afamado arqueólogo. Descendió hasta la recámara funeraria de Yax—Pac, último gobernante maya en Copán. Existían innumerables teorías sobre el repentino abandono de la ciudad. Los creyentes en lo sobrenatural hablaban de desobediencia a los dioses astronautas o de la maldición de un brujo-sacerdote. Los ecologistas argumentaban que los mayas agotaron sus tierras hasta el punto en que ya no producían alimentos. Sin embargo, los glifos contaban otra historia sobre el fin del imperio. Yax-Pac había iniciado una disputa limítrofe contra el gobernante de Tikal y en lugar de solucionarlo con una guerra florida decidió entablar un juicio. Nunca imaginó que en Tikal existieran tan buenos abogados. El resultado fue evidente y el obligado éxodo no se originó por un cataclismo cósmico, sino por algo más terrenal: una simple orden de desalojo.


EL VEREDICTO


En ese instante entraron dos hombres.–Señor –dijo uno–: varias veces soñé con una mina. La primera noche, para llegar al yacimiento, atravesé un laberinto. Las imágenes fueron tan claras que por la mañana pude dibujar un mapa. Pasé las noches siguientes picando la roca y sacando el mineral. Todo iba bien hasta que se lo conté a este. Vio el mapa y me dijo que no debía creer en sueños. Pero todo fue una triquiñuela, ya que tiempo después encontró la mina. Señor –concluyó–, la mina es mía, yo la descubrí primero.El gobernador caviló por unos momentos.–Buen hombre –dijo, dando su veredicto–, el pleito es sencillo. Ya que la mina la descubriste en sueños, doy por sentencia que la sigas poseyendo y trabajando mientras duermes.Una vez se hubieron marchado, Sancho pidió de comer. Impartir justicia siempre le abría el apetito.


ENTRE LA NIEBLA


Aquella tarde, mientras conversaba con Marcelo, el más viejo de mis compañeros de trabajo, logré ver entre la niebla un resplandor intermitente. Lo único que podía determinar era que se dirigía hacia el astillero. Al definirse las formas, mi expectación se transformó en asombro. Era un enorme buque de tres mástiles. Sus velas raídas denotaban que habían soportado, quizás durante siglos, las incontenibles ráfagas del tiempo.
Interrogué a Marcelo, desconcertado.
“Es un barco fantasma –respondió–. Hacía años que no lo veía. No imagino por qué ha vuelto”.
Comenté, asustado, que debía tratarse de un presagio. Algo terrible estaba a punto de ocurrir.
“No lo creo –me corrigió, sin darle ninguna importancia–. Sólo debe ser que el océano está recordando”.


EL INDULGENTE


Johann Tetzel sonreía, seguro de poseer la clave del triunfo. En cada ciudad hacía amistad con los letrados. Estos le brindaban, a cambio de una comisión, informes sobre las personas que eran investigadas por la Inquisición y él les ofrecía sus indulgencias, las que tenía disponibles para un amplio menú de pecados. Siempre advertía a sus clientes que, de no comprarlas, su único destino sería la hoguera. El pleito era contra uno de esos clientes, el cual, tras pagarle, le había robado, dándole además una paliza.El acusado se dirigió a Tetzel y le preguntó si le había vendido varias indulgencias, incluyendo una para pecados futuros.“En efecto”, respondió Tetzel.“El robo y la golpiza –dijo el acusado– eran los pecados que pensaba cometer cuando compré la indulgencia. Si la indulgencia es buena, entonces ya están perdonados”.Tetzel palideció y, mientras la sala estallaba en risas, retiró los cargos.


LA GALLETA


Dio un mordisco al pedazo de galleta mientras se enjugaba las lágrimas con una mano.Todavía le costaba creer que no vería más a su hermano. Estuvieron seguros de que nada podría separarlos, hasta el día en que se terminó la comida.Recorrieron el bosque, pero sólo encontraron hojas secas y bellotas.
“No hay esperanzas”, se dijeron tristemente.Cuando el hambre se volvió insoportable, ella tomó una decisión. Nunca le había dicho a su hermano que sabía aquel conjuro. Se acercó a él y pronunció las palabras.
Gretel arrancó otro pedazo al muñeco de jengibre y, al masticarlo, volvió a llorar.

LA PLAGA


–Por favor, sea breve –dijo con sorna el niño, recostado indolentemente al lado del trono.–Ya has escuchado a mi hijo –intervino el padre del pequeño–. ¡Habla!El hombre bajó la cabeza, ofuscado. Había pasado la noche anterior ensayando su discurso y ese mocoso, con sus bromas, lo había arruinado todo. Había perdido por completo el elemento sorpresa.–Deja ir a mi pueblo –logró mascullar.El salón quedó en silencio. Todas las miradas se dirigieron temerosas hacia el trono.–Eso sí que fue breve –rio el niño, aliviando la tensión–. Ahora márchate –continuó, señalando la salida.–Ya escuchaste –sentenció el hombre, abrazando a su hijo con orgullo–. ¡Márchate!Moisés dio la vuelta, preguntándose si sería posible que el Señor invirtiera el orden y la décima plaga pasara a ser la primera.



EL AUTOR

Kalton Harold Bruhl 



(Honduras, 1976) ha publicado los libros de relatos El último vagón (2013), Un nombre para el olvido (2014), La dama en el café y otros misterios (2014), Donde le dije adiós (2014), Sin vuelta atrás (2015), La intimidad de los Recuerdos (2017), El visitante y otros cuentos de terror (2018), La llamada (2019); Novela: La mente dividida (2014).  Es premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa” y miembro de número de la Academia Hondureña de la Lengua, Correspondiente de la Real Academia de la Lengua.



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