La sal de los días
También en
mi infancia había una Higuera. Tenía ramas como brazos, fuertes y maternales
que a los niños nos elevaban hasta el cielo. Alimentaba a los pájaros en verano
y en otoño llenaba el patio de melodías con el suave y pausado “crac” de sus
hojas secas al caer. La santa era la higuera, y también mártir, cuando se dejó
talar, gris y resignada, para hacer espacio y agrandar la casa.
PRIMERA
LLAMADA TELEFÓNICA
Al borde
del llanto, me cuenta que oye pasos, voces en su casa vacía. Intento
tranquilizarla: hablamos de todo y nada. Agradece, cuelga, olvida que no marcó
ningún número, que no le queda nadie a quién llamar.
LA PÁGINA
EN BLANCO
Después de
tantos años de conocernos, discutir y reconciliarnos, la hoja en blanco y yo
nos volvimos buenas amigas. Y como tales, hemos aprendido que a veces es mejor
dejarnos como estamos, sin tratar de cambiarnos una a la otra.
DE LA
CERVEZA
Él, que no
sabía cocinar, abrió lo único que tenía en su refrigerador: Cervezas frías que
terminaron por acalorarlos. Se doraron en el aceite de la pasión. Se marinaron
en el jugo de las caricias. Mieles y merengues los besos.
Pero quizá el exceso de calor en el horno puso en
sus brazos un hermoso bebé muy morenito, con los ojos de un ámbar refulgente,
como el de la cerveza que se toma a oscuras.
DEL
VETERINARIO
Cuando un
sapo se enferma de amor y recibe un beso, no se convierte en un príncipe sino
en un indigente.
Si lo ves,
encogido en una esquina, en cuclillas como cuando vivía feliz en el pantano,
ten lástima de sus costras de mugre, de sus ojos saltones acuosos de horror, de
su fealdad perfecta; intenta escuchar sus cantos roncos de amor sin fortuna.
DEL ARCO
IRIS
Esquivando
las gotas de lluvia, y después de conquistar todos los tejados, este intrépido
gato trepó al arco iris. Claro que cayó, pero sobre sus cuatro patas. Orgullos,
lamió las chispas de color que le quedaron en el pelo, pero en sus ojos
quedaron algunos destellos que solo se ven cuando no llueve ni hay sol, sino
todo lo contrario.
DE LAS
CATEDRALES
Navegué por
los vitrales cuajados de peces de colores. Subí al campanario a mirar a esos
diablillos aburridos. Colgué la mirada en lo alto de la cúpula celestial, como
hacen los santos. Es curioso: ahí siempre olvidó la pena y, por lo tanto,
olvido rezar.
DÍA DE
MUERTOS
Su mamá iba
a visitarlo a diario, le llevaba dulces, peluches y leche con chocolate. A la
cabecera de su tumba, le leía libros sobre pollitos y vacas que hacían ”mu“, le
cantaba canciones como “Pinpon” y “A ro ró, mi niño”, y hasta le hablaba como
bebé. El niño solo escondía la cara con un rubor plateado mientras los
fantasmas de la misma edad se burlaban de él.
DÍA
INTERNACIONAL DEL CUENTO
El cuento
se perdió y engendró, de tanta angustia, muchos cuentos que querían repetir
aquel, el extraviado. Al volver a
aparecer, el cuentista descubrió que no era él el que había soñado tan
obsesivamente. El cuentista caminó hacia el parque; miró a su alrededor para
asegurarse de que nadie lo veía, y hundió el cuento perdido en el agua de una
fuente.
LA AUTORA
ADRIANA AZUCENA RODRÍGUEZ (México) es doctora en Literatura Hispánica por el Colegio de México. Actualmente es profesora-investigadora de la Licenciatura en Creación Literaria de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Ha publicado los libros de cuento La verdad sobre mis amigos imaginarios (Terracota, 2008), De transgresiones y otros viajes (Samsara, 2012), Postales. Mini-hiper-ficciones (Fósforo, 2012) y La sal de los días (BUAP, 2017). También es autora de textos de teoría y crítica: Coincidencias para una historia de la narrativa mexicana escrita por mujeres (UNACH, 2016) y Las teorías literarias y el análisis de textos (UNAM, 2016).
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