RETRATO DE
BODAS
La
madre odiaba a la hija como se odia lo bello cuando se es feo, como se odia el
agua cuando se es sequía, como se odia el sol cuando se
es sombra, porque la madre era todo menos luz, y uno odia lo que le es adverso,
lo que no puede dominar, aquello que le quita fulgor, lo que le hace verse
ínfimo y ridículo ante el mundo, y la madre se sabía ínfima y
ridícula ante los ojos de los otros y en particular frente a la hija; por eso
la odiaba, odiaba y detestaba e insultaba y maltrataba a su hija, pero la hija
logró poner distancia, al menos distancia física, y eso enfureció peor a la
madre; el hecho de no poder castigarla tras la osadía de resguardarse, de no
dejarse vejar y flagelar, ponía histérica a la madre, por lo que empezó a
tragar de su propio veneno y a morir lentamente. Pero
aunque la hija logró huir, y parecía que la madre había dejado de humillarla,
ella regresaba, porque era hija y regresaba a ver
a su madre, regresaba porque no era mala hija, le
llevaba presentes y dinero, la veía en visitas esporádicas, ahí, apenas en el
patio donde la madre solía tomar sol, la hija sentada sobre una banqueta de
malamuerte junto a la madre que antes la maltrataba y que pasado el tiempo ya
no tuvo poder para insultarla y golpearla pero la golpeaba de otra forma, la
golpeaba en la memoria, la odiaba y en la memoria la seguía golpeando, ahora la
golpeaba más porque le provocaba mayor ira saber que la hija había
logrado superar la barrera de la miseria y que ahora era otra
persona, tan otra que hasta parecía no ser una de esas que salen de los barrios
pobres y surgen por su belleza, #pobre pero bella#el capital de la belleza es
invalorable y la hija supo sacarle partido. Por eso, cuando retornaba a su país
se hospedaba en lugares finos, hosterías de prestigio o donde amistades de
clase media alta porque ella tenía cierto roce con cierta clase, alta no, pero
media alta sí, claro que no nació aristócrata para estar
en la clase alta, porque alta es alta de nacimiento, clase alta como aquella de
las hermanitas del parque Q., que se pensaban nacidas en la nobleza y
descendientes de la condesa de A. y no se mezclaban con estratos medios aunque
estuvieran viviendo entre esa gente y mandaran a sus hijos a colegios donde
también iban los hijos de clase media, ellas permanecían en su decadente
ilusión de pertenecer a la clase alta, de haber nacido en la trillada cuna de
oro, aunque en realidad no tuvieran un duro. Y la hija no pudo nunca llegar
hasta esa clase pero estaba oscilando cerca, si se descuidaba caía en las
clases menos favorecidas o clases marginales que es lo mismo, de baja ralea,
donde pervivían los pitilleros, monreros, prostitutas, cafisos, tirilleros, y
todos los eros posibles que hubieran parido la pobreza y la desfachatez, porque
uno puede nacer pobre pero debe salir; quedarse en situación de miseria es
cuestión de desfachatez, decía ella, quien supo salir, subir y mantenerse en la
clase media del país (sin contar la clase a la que pertenecía en el extranjero
donde sabe dios cómo logró sobrevivir), y fluctuaba un poco arriba, un poco
abajo, aunque para nadie en el barrio era desconocido dónde había nacido, pero
eso ya era cuento del pasado.
Ahora la madre le golpeaba el recuerdo. La hija había
dejado su mosaico de bodas, un retrato donde figuraba ella de novia, o quizá
uno con vivos rojos y azules
y verdes, pero era un retrato donde ella vestía de novia, entonces ha debido de
ser un traje blanco de boda como todavía se acostumbra, blanco para la novia y
para el novio azul o gris u otro oscuro, pero no recordaba haber visto ningún
novio en el retrato, sino a la novia sola, y quizá ni estaba de novia pero era
ella, su belleza destacaba y era ella en el retrato y la madre castigaba a la
hija a través del retrato.
El retrato decía sálvenme, quítenme de aquí, pero seguía
ahí, el retrato continuaba ahí, contra el
viento y el polvo y el agua y la lluvia, cubriendo con el bastidor un sucio
batán de piedra donde se trituraba locotos y otros pimientos, pero el retrato
estaba donde menos debía de estar un retrato. Y era azotado por el
sol que implacable manda sus lenguas de fuego, y la lluvia que nada perdona y
el viento, y el polvo y las moscas, y las ratas, el retrato estoico soportaba
todo el maltrato que una madre puede dar a una hija que odia.
La madre era uno de los monstruos de seis cabezas que
alguna vez apareciera en La Odisea de su adolescencia, en La Odisea aparecían
Ulises y sus tripulantes intentando cruzar un estrecho en el mar pero había dos
monstruos guardianes, uno era Escila, de larguísimos cuellos con horribles
cabezas y bocas que mostraban hileras de puntiagudos colmillos, de sus
extremidades también salían cabezas; esta era la madre, que lanzaba
hileras mortales de palabras, ráfagas de veneno en insultos, látigos de fuego
que la quemaban, garfios que la mechoneaban, calumnias en destellos de lenguas
rojas rebrotadas, epítetos y golpes que la dañaron y marcaron para siempre. El
otro monstruo era Caribdis, el barrio que tragaba toda miseria que se pusiera a
su alcance. La madre era el monstruo que al saberse monstruo y descubrir el amor que
el marido sentía por la hija se atrevió a decirle a la hija “me estás quitando
mi marido”, sin considerar que ella era hija del marido, el marido de la madre
era padre de la hija y la hija no iba a quitarle el marido a la madre porque
era su padre, pero sí podía atesorar su amor, el padre amaba a la hija y la
defendía del rencor de la madre, y la hija amaba al padre porque él no la
hostigaba pero la defendía y le demostraba amor en cada llegada a
casa, en cada retorno de frecuentes peregrinaciones, viajes largos que hacían
más profundo el vacío del padre ausente, pero el padre regresaba y demostraba
amor con mimos y regalos, amor del bueno del puro del santo, y la madre que no
sabía dar amor del bueno del puro del santo, odió a la hija hasta el día de su
muerte.
La hija
sobrevivió, la hija no murió.
La hija se repuso, creció y a su turno fue madre, pero esa
es otra historia.
R. BENZI
Cuando miré
la foto algo no encajaba. La chica de la imagen se veía bella, en pose cuidada,
el rostro impecablemente maquillado, el pelo acomodado al estilo de los 80`s,
pero la pose como al estilo de los 60`s; sin embargo los colores no correspondían
a la lejana década sesentera donde el blanco y negro eran lo típico. Algo no
encajaba. Tampoco correspondía a los ochenta por la edad que la persona
aparentaba tener. Si esta foto fuera de los ochenta en la actualidad esta
persona tendría 38 años más agregados a su edad real que a la fecha aparenta a
50 años. Tampoco parecía ser una foto tomada en siglo 21.
En nuestra relación de amigas del Facebook, intercambiamos
mensajes relativos a un amigo en común. Pero ella se quedó con la frase “ya te
contaré”, y no volvimos a hablar, al menos hasta ahora. Tampoco pregunté al
amigo nada respecto de ella, digamos así, por… ética política. Cierto día,
cuando traté de explicar la conducta que deberíamos tener en casa para cuidar
la amistad de una familia interesante, “ética política” fue la frase que me
vino a la mente. Por supuesto me refería a la política de tener ética en el
trato a las personas, es decir ser coherentes con dar y pedir, pedir y dar, que
no era cuestión de solo pedir, sino primero dar, y después quizá nos concedan
algo que pidamos en el futuro.
Volviendo al asunto de la foto, me sorprendió que fuéramos
amigas virtuales, porque era la primera vez que la atendía debido a la foto que
subió a su muro. Creo que le puse algún comentario o al menos pensé 46
escribirle aunque era la primera vez que me percataba de su amistad. Revisé sus
posteos y me interesé en sus comentarios, así me acerqué a su vida, sin
buscarlo. Pero me
intrigaba la foto en pose de actriz, bien producida, como cuando de nena miraba
atónita los cuadros que colgaban en puertas de los cines, la gran Sofía Loren,
Claudia Cardinale, Greta Garbo, o quién sé yo, pero era más o menos ese
formato, la mirada fija, los labios bien delineados, el pelo suelto
semialborotado, reitero, el corte con las puntas en media luna coincidía con la
moda de los ochenta. Bien, pose sesenta, pelo ochenta, colores mate de
fotoestudio de finales del siglo veinte, cara bonita, alargada, algo varonil,
piel tersa, al menos se veía joven como de no sé qué edad, tampoco podría
acertar en la edad, parecía mayor, como más de cincuenta por las facciones y la
pose, y la forma de maquillarse; pero algo no conectaba. Miré sus demás fotos y
siempre aparecía con esa cara y esa mirada, que en principio me hicieron pensar
en exagerada producción, demasiado perfecta. Y me impactó.Como postal
de artista, eso mismo.
Meses después, cierta mañana de domingo, ella compartió un
post y añadió un comentario que me dejó helada y así, casualmente, me dio la
explicación que la foto necesitaba, porque tampoco se trata de que una viva
husmeando, sino que por cosas de los “recuerdos del Facebook” y la coincidencia
de encender el celular en el momento preciso, te sale un “comprendo… ¡con
razón!”.
Revisé con interés sus fotos y ahí aparecía su familia, un
árbol de navidad, hermosamente arreglado, rodeado de papá, mamá, nena y tres 47
nenes. Hasta ahí nada extraordinario. Revisando más, ella con su hermana, muy
abrazadas y declarando su amor filial. Y un poco antes se lee que ella extraña
a sus dos hermanos. ¿Por qué dos?
Su padre era un conocido deportista, por eso su
apellido me sonaba, y el nombre lo escuché de oídas cuando con cierto morbo lo
pronunciaban décadas atrás.
Sencillo. Roberta nació varón pero se rebeló. Cambió de
sexo y es la primera transexual boliviana. Había nacido en 1965 y operado en 1986.
Tenía veintiún años cuando decidió transformar el corte de su pelo en trenzas
de mujer.
SOBRE LA
AUTORA
Rossemarie
Caballero Vega
Escritora boliviana. Nació en Cochabamba en noviembre de 1961.
Residió en Madrid, Santa Cruz de la Sierra, Tarija y en Buenos Aires. Docente
normalista, columnista de prensa y gestora cultural, con estudios de maestría
en Letras, Educación e Idiomas. Diplomado en Lengua y Literatura española e
Ivestigación en Madrid. Coeditora en temascbba.com y co-conductora del programa
argentino de radio sobre literatura “A CIERTA HORA”, Ciclo “A puertas
abiertas”, trasmitido por www.enlaotrapuerta.com.ar Es autora de
novelas, libros de cuento y poesía con obra en antologías y diccionarios. Ganó
premios en ajedrez, declamación, guión de teatro, poesía y cuento. “Su Rollo de
papel (higiénico)” (poesía, 2015) y ”Los vagidos del gato o
tal vez gata” (relato, 2017) fueron publicados por Ediciones Jota de Potosí,
como aporte a la Colección del Bicentenario de Bolivia. Recientemente presentó
”Obsesiones”–antología
personal (2016), en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
Juego de
trenzas (2018) pertenece al catálogo de autores selectos de Editorial Ruinas
Circulares, Buenos Aires, Argentina.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario