Estamos ante un conjunto de microcuentos desestabilizadores, bien escritos, en profundidad y multiplicidad de sentidos. Celebrar este libro es solo el primer paso para develarnos en perpetuo y asombroso cambio.
Pía Barros
AMOR XY
Después de hacer todo lo que deben, se rasuran la barba, se
afinan las cejas, se maquillan el rostro, se pintan las uñas, se ponen la
minifalda, se calzan. Y así, furtivamente, van deseando encontrarse.
MEMORIA
SELECTIVA
Lo que había comenzado como un juego pronto se
transformó en un hábito peligroso. Olvidaba ciertas prácticas que eran de vital
importancia. Despistes, en apariencia intrascendentes, acababan por poner en
riesgo su vida. Eso sí, recordaba al detalle los versos de un poema, la trama
de un cuento y los personajes de las novelas. Cuando por razones de seguridad
sanitaria las autoridades decretaron el aislamiento obligatorio y suspendieron
los servicios «no esenciales», entre los cuales se incluía a la biblioteca,
quedó devastada. Ante tal circunstancia, se cubrió con una capa sutil y
resistente; y así, suspendida, como una ninfa en su saco de seda, protagonizó
todas las historias que había atesorado: fue dragona, forajida, heroína y
villana. También fue amante y meretriz. Por eso, cuando anunciaron el regreso a
la «normalidad», prefirió no darse por enterada.
MI
PROPIA VOZ
A Effy Beth
Es preciso echarlo al fuego para
que se cumpla, advirtió la hechicera. Era Noche de San Juan y las hogueras ardían
por doquier. Como mi piel obligada a llevar oculto el deseo, ardían; como el
deseo mismo a punto de cumplirse. Entre todas, elegí una en la que cupiera mi
cuerpo desobediente y me arrojé. Apenas emergí de las llamas, comprobé que mi
cola de pez se había mantenido intacta y que, además, la Bruja del Mar,
apremiada por las circunstancias, me había devuelto aquello que, encontrándome
indefensa, me arrebatara.
HÁBITO
Ella se acaricia las piernas,
blancas, siempre ocultas. Asciende trémula por su territorio hasta llegar al
estrecho humedal donde la sorprende el deseo. Hembra en celo privada de machos,
sus músculos se tensan ante la primera vibración. Se agita, gime de placer
hasta alcanzar el éxtasis. Luego, con los dedos entrelazados cae de rodillas y,
una vez más, suplica perdón.
CONJURO
Con la varita mágica apoyada en
el centro de mi propia sombra, repito el conjuro. La mancha negra que proyecta
mi cuerpo se reduce hasta formar una figura felina cuyos ojos verdes,
semejantes a esmeraldas incrustadas en la pared, me observan. Incitada por
aquellos ojos, doy rienda suelta a las siempre postergadas andanzas nocturnas,
trepar y saltar por las azoteas; al deseo de maullar como jamás me hubiese
atrevido. A maullar como las gatas cuando están en celo.
HEREJÍAS
No fue a causa mi de gato negro,
ni de mis frecuentes viajes en escoba que me acusaron de bruja. En pleno siglo
XXI la gente ya no repara en esos detalles. Sin embargo, el mismo día que teñí
mis cabellos encanecidos de color azul iridiscente y me puse un vestido
ajustado al cuerpo, empezaron a murmurar. Esta mañana oí un gran alboroto
frente a mi casa, llevaban pancartas, letreros escritos en rojo. En medio de la
confusión, un grupo de mujeres gritaba: «hereje, deberías avergonzarte». Salí a
la calle con la intención de calmarlos, pero al verme desnuda, la conmoción fue
peor. Nadie se atrevió a tocar mis carnes anuentes a los caprichos de la gravedad.
Entonces dejé que continuaran con lo suyo y regresé a la cama, a seguir
disfrutando junto a mis desprejuiciadas amantes.
SURCOS
INDELEBLES
La mujer interrumpe su canturreo
para invocar, con un hilo de voz, a Quetzalcóatl. Ruega que no le falte
alimento a su prole; que, a pesar del cansancio, sus brazos puedan desgranar la
mazorca madura, moler el maíz, llevarlo a la mesa. Poco puede hacer más que
rogar, pues la tierra que cultiva ya no le pertenece. Aquella bonanza que
gozaron sus ancestros se convirtió en látigo y puñal, en sentencia de muerte y
exilio. Surcos indelebles que también atraviesan su cuerpo. Una herida húmeda y
profunda por la que el germen de la vida entra y, a su tiempo, retoña en frutos
dorados. Pequeños escudos que preservarán del conquistador su memoria, su
lengua y su Dios.
Patricia Dagatti. Villa
María, Córdoba, Argentina. Contadora Pública, Licenciada en Administración y
Magister en Escritura Creativa en Español por la Universidad de Salamanca
(España). Maestranda en Literaturas de Latinoamérica en UNSAM. Escritora y
gestora cultural. Publicó los libros de microficciones: Secuelas de un sutil
aleteo (Macedonia, 2020). Cuerpos en Variación (Macedonia, 2022). Miembro de la
Red de Escritoras Minificcionistas – REM. Integrante del Colectivo de
Minificcionistas Pandémicos. Miembro del colectivo de escritoras de minificción
Somos Mar. Integrante del comité editorial de Tusca Editoras.
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