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jueves, 7 de abril de 2022

(133) Ricardo Sumalavia



 

Pirañas

Dos hombres lo sujetan de los brazos mientras un tercero y cuarto le quitan reloj y anillos, y un quinto se enfrasca en vaciarle los bolsillos. También un sexto y un séptimo lo toman de las piernas para facilitar a un octavo y un noveno quitarle los zapatos y calcetines. El décimo y el décimo primero revisan su portafolios y determinan qué es de valor o no. El décimo segundo no se queda atrás. Con una imagen entre niño y monstruo, se dedica a hincarle el cuerpo con una aguja, para distraer el dolor que podría sentir mientras el décimo tercero le abre la boca para que el décimo cuarto pueda, auxiliado con unas tenazas, extraer los dientes de oro. Sin embargo, un décimo quinto se lamenta de que la víctima no fuera de esos hombres modernos que llevan aretes de alto precio. De buena gana le hubiera arrancado las orejas. Solo le resta aguardar su turno, junto con otros veinte, para completar el asalto.

 

La voz de Apolo

En el cuerpo de policía era conocido como Apolo. Él mismo lo exigía:

—Teniente Apolo, carajo. ¿Acaso no entiendes castellano?

En él no había mucho qué entender, era suficiente recordar su pasado, tantas veces referido por los oficiales más antiguos. Un pasado que cobró importancia desde el nacimiento de su apelativo en boca de una muchacha que escribía poemas. Ella había sido capturada en una redada que él dirigió en aquellos días del Estado de Emergencia. En el instante en que tiró de su brazo para esposarla, ella le dijo:

—Vamos, mi Apolo. Si vas a colocarme esas cosas, al menos sé más ingenioso.

Apolo no comprendió a qué se refería, pero bastó la melodía de aquellas palabras para que se viera intensamente perturbado por la joven poeta, aceptando en silencio su bautizo y relamiéndose con esa voz, que no dejaba de lanzarle frases irónicas durante el trayecto a la estación de policía. En contra de lo habitual, él mismo tomó sus declaraciones, con intensas ganas de besarla, incluso cuando dijo que era menor de edad y que no debía estar allí, ni ella ni su novio. Pero a él no le importaba que la muchacha fuera menor de edad, tampoco si debía estar o no detenida. Su preocupación era cómo deshacerse del otro joven, al parecer también poeta, poseedor del amor de la muchacha y de una escualidez inverosímil. Y como el muchacho no era menor de edad, logró separarlos. Primero distintas celdas, luego distintas delegaciones, desplazamientos laberínticos que igual daría si el joven estuviera dormitando en una carceleta, deambulando tranquilo por las calles o de rodillas en una playa apartada, de noche, encañonado en la nuca, donde una voz le pide que no voltee, carajo, o es que acaso no entiende castellano. 

 

Calendarios

Aprendimos esta lengua a costa de mucho sacrificio. Primero fue memorizar todas las frases hechas, aquellas construcciones que con sólo repetirlas obtenías resultados inmediatos. Luego fue matizar su uso dentro de otras nuevas –más personales, más creativas- con un léxico que se fue haciendo abundante y atractivo.

Lo duro en este camino, sin embargo, es que mi hermano se estancó en la primera etapa. Y no hay marcha atrás. No podemos volver a nuestra lengua materna –la tenemos prohibida-. Pero, como digo, no hay avance con él. Al principio él enlazaba todas estas frases con maestría. Nos superaba notablemente y nadie notaba su carencia de vocabulario. Sobre todo, era un maestro cuando reproducía los eslóganes de los comerciales de televisión. No obstante, con el tiempo esas frases fueron cayendo en desuso al mismo ritmo que iban desapareciendo los productos publicitados. Quizás lo pudo disimular con el silencio, pero algo en él lo impulsó a repetirlas vanamente. Por supuesto, cada vez era menos lo que él obtenía a cambio. Y sí, él vive en casa, con nosotros, que vamos almacenando sus palabras, como también lo hacemos con los calendarios viejos.

 

Decisiones

Si decides bajar por las escaleras, debes estar prevenida de que él estará allí. Son únicamente tres pisos. No es demasiado, pero sí lo suficiente para el encuentro. Es cierto que podrías avistarlo desde arriba. El uniforme que suele llevar es espantoso y no hay duda de que lo reconocerías apenas verlo. Y está, además, esa arma que lleva al cinto. Podría haberla colocado dentro de su funda de cuero negro, que para eso se la han dado en su destacamento, pero sabes que él prefiere que todos la vean. Incluso puedes afirmar que él cree que su arma hace juego con ese bigotillo que lleva desde hace unas semanas.

Bueno, si tomas esa decisión, baja, pasa delante de él. Seguro no dirá nada, quizás no esta vez. Poco sabemos de su oficio, o de su naturaleza.

 

Una mañana de enero…

Una mañana de enero de 1992 un remolino bajo las aguas succionaba a Toño, el joven hermano de Carmen, que había retomado los paseos familiares a la playa después de volver a casa tras varios meses de estar escondido por haber desertado del servicio militar cuando un grupo de senderistas infiltrados lo encapuchó en las duchas y lo golpeó duramente para que revelara información de su puesto en las oficinas de la base a la que llegó por ser el único que sabía leer y escribir y que había terminado los estudios secundarios poco antes de haber sido reclutado en una redada a una fiesta juvenil donde lo que él hacía era únicamente bailar y girar como si estuviera siendo tragado por un remolino.


Niño descendiendo del bus

El pequeñuelo bajó del bus sin percatarse que su madre no había hecho lo mismo. Ella sólo se había movido un poco para acomodarse mejor en aquel bus repleto de gente y sin nadie que le haya ofrecido un asiento, a pesar de los bultos que traía y el niño, quien ahora observaba todo desde abajo. El primer segundo para él fue de desconcierto, lo podemos imaginar todos; el siguiente, sin embargo, cuando el bus retomó su trayecto y se marchó con su madre, fue indescriptible. Haría falta un medidor de angustia urbana y no pocas evaluaciones de casos como éste, en los que el niño se transformaría en una espantada cifra para representar el grito que nos resuena hasta ahora.


Espectáculo en la 201

Según sabemos, antes de que esta mujer recibiera a sus clientes en la habitación 201, ella trabajaba en un circo miserable. Dicen que ni siquiera tuvo que abandonarlo, sino que éste, que ya se disolvía en el camino, simplemente no volvió a levantar carpa y despidió a todos, incluido a los animales famélicos que aún sobrevivían por terquedad. El destino de la mujer fue el más natural, al menos para este pueblo, que siempre ha andado escaso de putas -y otras cosas más que a los hombres de aquí nos ha dejado un aire melancólico-. Su presencia no alteró demasiado nuestro ánimo, pero logró que en nuestra sonrisa se estampara una ligera brizna de complacencia. Y, para qué negarlo, llegamos a apreciar su sorpresiva habilidad para que, sobre la cama, solo apareciera su torso, mientras que las piernas nos observaran -porque eso parecía o creíamos- desde una cómoda. Claro, a veces también le pedíamos que invirtiera esas partes. Pero también ella me ha propuesto, no sé si a los demás, que intercambiásemos mitades. Le agradezco su iniciativa, pero siempre me niego. No quiero que se me borre esa sonrisa tristona que ahora nos identifica en este pueblo, y en la habitación 201.



EL AUTOR

Ricardo Sumalavia (Lima, 1968). Doctor en Letras por la Universidad de Burdeos. Fue responsable de la Colección Underwood y la Colección Orientalia en la Universidad Católica, donde actualmente es profesor y director adjunto del Centro de Estudios Orientales. Fue profesor visitante en la Universidad Dankook (Corea del Sur). Se ha especializado en Literatura Coreana. Ha publicado los libros de cuentos Habitaciones (1993) y Retratos familiares (2001), los libros de microrrelatos Enciclopedia mínima (2004) y Enciclopedia plástica (2016), y las novelas Que la tierra te sea leve (2008), Mientras huya el cuerpo (2012), No somos nosotros (2017) e Historia de un brazo (2019, 2021). Ha publicado, entre otras, las antologías, Colección Minúscula (2007), Viajes y virajes (2020) y Selección Peruana (2015 y 2021).

 

1 comentario:

Amalia Cordero dijo...

Excelentes historias condensadas. Me ha resultado una agradable lectura. Felicitaciones.