Escondida
No podía
soportarlo más. La miró profundamente a los ojos, largo rato, buscando la
respuesta que tanto ansiaba, hasta que apareció. Justo en el borde de sus ojos,
una niña cristalina jugaba despreocupada en un jardín florido. Entonces supo
que había llegado el momento de internar a su madre. Su mente nunca volvería de
ese tiempo ni de ese lugar.
Ana de
los Gatos
Ana de
los Gatos. Así la llamaban en el barrio. Así la conocieron en todo el mundo.
Nieta e hija de veterinarios, ella no necesitaba serlo para proteger a los
animales más que a su propia vida. El día de su entierro, detrás de las únicas
dos vecinas que acompañaban el féretro, se formó una larguísima fila de
animales de las más diversas especies, pero, sobre todo, gatos. Numerosas
familias de gatos se sumaban a la caravana a cada paso. Los abuelos aún
recuerdan los maullidos lastimeros que enloquecieron a la ciudad durante la
media hora que duró el entierro. Hubo madres que salían a la calle
desesperadas, temiendo que algo catastrófico estuviera provocando esos llantos
de criaturas. Cuando todo acabó, una tristeza inmensa invadió la ciudad. En
medio de un nuevo silencio, notaron que no había animales en ningún lado. Ni
hormigas trabajando, ni pájaros volando, ni perros ladrando. Tan insoportable
era esa tristeza que uno a uno, todos los habitantes de la ciudad, se dieron
cita en el cementerio, donde los animales velaban la tumba de Ana. Cuando el
último de los ancianos presentó sus respetos frente a la lápida, los animales
retornaron a sus vidas, marcando para siempre en el calendario local el día en
que Ana de los Gatos murió.
Geogenia
Las
almas de los que no habían sido enterrados vagaban por laberínticos túneles
buscando la salida. No sabían que estaban muertos ni que la guerra había
terminado. No sabían que pasaron milenios desde que los abandonaron allí. Un
día, vieron una gruesa raíz brotando del techo. Esperanzados, tiraron fuerte de
ella hasta que el árbol cedió y abrió un hueco mostrándoles la salida. Una a
una emergieron las almas confinadas, pero tan desconcertadas quedaron en medio
de esa ciudad desconocida y caótica, que creyeron estar soñando. Entonces,
volvieron al túnel y taparon aquel hueco. Hoy continúan con su búsqueda, pero
nunca dejan de cortar la mínima raíz que brote en aquel lugar.
El
creacionista
Tengo un
sueño muy recurrente por estos días: sobrevuelo la tierra de sur a norte. Allí,
los sentidos se distorsionan y tanto puedo ver al planeta entero, como a las
piedras del fondo del mar. Puedo doblar la línea del tiempo, hasta hacer que
sus extremos se toquen y formen un círculo sin principio ni fin. Y en esa
rueda, sobresalen siete ángeles con siete candelabros en las puertas de siete
iglesias, quemando siete sellos que desatan siete plagas que destruyen toda
vida sobre la tierra. Y veo también a doscientos millones de jinetes
inmaculados que son salvados y transformados para el inicio de una nueva era. Y
los veo nadando en un magma blancuzco, luchando por alcanzar la luz que los
volverá a la vida. Entonces, en dominio de un poder absoluto, contengo el
aliento y despierto. Acabo exhausto. Sé que la única manera de terminar con
estos sueños es empezar de una vez con La Creación. Un día de éstos.
La
espera
Todo
estaba tal como lo dejaste. No me animaba a tocar nada por temor a que
volvieras en cualquier momento y notaras que había ordenado tus cosas.
Las
noches sucedían a los días y éstos a las noches y yo seguía esperando.
Hasta
que una fuerte ráfaga arrastró las flores secas desde el jardín hasta el
garage. Entonces supe que el momento había llegado: me armé de coraje y salí a
verte. El césped ya crece parejo sobre tu sepultura, al lado de la de nuestro
pobre Scooby. Ya puedo recoger toda tu basura y continuar con la vida.
Caserío
El anticuario vendía una polaroid del ‘70, poco uso, con
propiedades mágicas. Sus fotos revelaban el alma de todo, decía. La vendía con
la última caja de rollos del mercado. Me hizo gracia la historia que inventó
para deshacerse de la cámara cuyo uso estaba limitado a la cantidad de película
disponible. No obstante, el precio era relativamente bajo y la urgencia por
conservar la hermosa vista del caserío donde había nacido mi padre, frente a
mí, terminó de definir la compra.
- No derroche fotos -me había dicho el vendedor- resérvelas
para las cosas realmente importantes. Con una sonrisa condescendiente me apuré
a cargarla y a tomar la instantánea del lugar.
Al observar la fotografía entendí de qué se trataba la magia.
La casa de mis abuelos destacaba sobre las otras, estaba viva. El viento llenó
mis ojos con el humo que salía de aquella chimenea y el olor a torta de
chocolate me invadió por completo. El vendedor, experto, me acercó una silla y
pañuelos descartables. Sin mediar palabra, le agradecí de corazón.
Q.E.P.D.
Revivió
todo en el mismo instante. Pude verlo en su mirada. Volvió a ser aquel niño
lejano que las monjas castigaban por sus inocentes pecados. Fue el soldado que
lamentó sobrevivir en el frente, bañado por la sangre de sus amigos. Fue el
hijo que enterró pronto a su padre y el padre que engendró tarde a su hijo.
Fue la
vida y la muerte, en el cálculo preciso del minuto fatal en que tuvo su último
orgasmo.
LA
AUTORA
Claudia
Sánchez, 1965, Buenos Aires, Argentina. Publicitaria.
Miembro
de R.E.M. Colabora con el Centro Cultural de la Ciencia (ccciencia.gob.ar).
Participación
en distintas antologías, libros y revistas: Revista Periplo, España –
Destellos, de Internacional Microcuentista – Basta Argentina – Resonancias, de
BUAP – Cuentos para el Andén – Hokusai – Brevirus – Pequeficciones –
Brevestiario – Crímenes Menores y Nadie Vive, de Minificciones – Mínimas
Máximas, de REM – Sentires de La Hora del Cuento, etc.
1 comentario:
Felicitaciones a esta gran escritora microcuentista.Me tomo el atrevimiento de elegir "El creacionista", como uno de mis favoritos, me encantó ese mundo onírico que describes y esa puntada final de la omnipresencia expuesta en el ocio. ¡Genial!
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