Una noche menos
Supe que la noche llegaba a su
fin. Los fantasmas cansados de ambular, empezaban a adormecerse.
La casa de Amalia
La casa de Amalia no tiene puertas,
ni ventanas, en su lugar, una cortina de plantas trepadoras cubre la fachada de
un verde oscuro. Para entrar a esta casa, se escala un largo muro con ladrillos
que sobresalen como prensas de agarre. Una vez se llega a la cima de la torre,
se desciende a su interior en caída libre.
Amalia
siempre está allí abajo. A la espera de los visitantes, que tras largas horas
en silencio deciden lanzarse. Una capa de agua verde, fría y sin fondo cubre el
interior. Un verde que se confunde con los cuerpos hinchados que danzan en su
cuarto.
Inmunes
Los humanos se contagiaron del
virus. Los médicos terminaron por abrir las gargantas para alimentarlos y las
costureras se encargaron de sellar las bocas.
Ahora son inmunes al virus. Solo los que se
resistieron al cambio siguen vulnerables; por lo demás, la vida en la tierra es
muy tranquila.
Todos
pasan con sus bocas cosidas y sus gargantas perforadas sin que nadie hable mal
de sus semejantes.
Lo que se hereda
no se hurta
Tiene los ojos del dueño de la
hacienda; la nariz del capataz; la boca de Horacio, el jardinero; las orejas de
Samir, el mozo de cuadra; su pelo es crespo como el del conductor.
Cada vez que me preguntan quién es su verdadero padre, mi templanza se
hace evidente y les respondo: " lo que se hereda no se hurta", y los
miro fijamente como si la mirada esculcara sus bolsillos. Ellos apenas echan un
ojo al crío con indiferencia. Cobardes, estiran la mano con el puño cerrado.
Así contribuyen con la cuota alimentaria.
Universos
paralelos
Se acercó un anciano justo en la
parada de la avenida Roswell y me pidió la hora. Revisé mi reloj, extrañamente
las manecillas giraban sin control, me fue imposible dar con un tiempo exacto.
Quise explicarle al anciano, pero este ya no estaba allí, alguien me tomó del
brazo y me ayudó a cruzar la avenida. Cuando estaba del otro lado de la calle
me dijo:
-Señor, señor, son las siete menos quince.
Yo asentí, di las gracias y seguí caminando con mi bastón. Mi reloj
funcionaba normal.
El regreso del
Guardagujas
Murmuran que hay un fantasma
cerca a la estación de la Valvanera. Viene en el mismo tren que se lo llevó
cuando intentaba cambiar la ruta y la palanca cayó sobre su pierna. Quedó con
el cuerpo tendido sobre los rieles sin poder escapar y la máquina avanzó hasta
masticarlo con el hierro encima.
Dicen que escuchan un grito aterrador cuando la locomotora hace sonar
sus cornetas, pero yo no escucho nada. Intento mover la palanca, pero
trastabillo con los rieles y el tren avanza.
Disección
Al momento de su captura llegaron
de todas partes del reino para presenciar la disección. El lobo reposaba
placido su banquete en las horas postreras del día; cuando, inadvertido, fue
apuñalado su vientre de donde sacaron un andrajo rojo, un gorro de anciana,
pezuñas de cerdo y una piel de cordero. Lo vaciaron todo y cosieron de nuevo
dejándolo a su suerte.
Desde entonces, el lobo procura cazar aquello que no aparece ni en fabulas, ni en cuentos.
EL AUTOR
Orlando Guevara Roncancio
(Villapinzon - Cundinamarca 1987) Docente egresado de la Universidad Pedagógica
y Tecnológica de Colombia, Magister en creación literaria de la Universidad
Central, escritor y promotor cultural. Centrado en la escritura de
minificciones. Ha realizado publicaciones comunitarias con grupos de escritura
de Idartes 2019.
3 comentarios:
Envidiable su manejo de la palabra escrita profe Orlando. Da gusto leerlo...
Muchas gracias colega. Es un gusto encontrar lectores como usted. Abrazos.
Gracias profe Jordan, es un placer leer comentarios que motivan a continuar en este mundo literario. Abrazos.
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