Despedida
Cuando despertó, trozos
de si flotaban alrededor.
Le dio tiempo a mirarse en sus ojos y cómo, una de sus manos, exangües, le decía adiós.
Falacias
Capitanes famosos como Jasón, Ahab o Nemo, no buscaban nada de lo que se cuenta en los libros. Su mayor interés era hallar el rincón marino desde el que, radiante sobre su concha de nácar, emergía la diosa Venus.
Amantes
El elefante concretó su objetivo,
llegar al río antes de caer la tarde. Se teñía de ámbar y grana el cielo
africano. La noche iba creciendo, un guiño de plata entre las nubes. Paso a
paso, el elefante, lento y ceremonioso, leía las piedras del camino. Sus
colmillos, brillantes, inmensos, pulían el atardecer.
Allá, tendida sobre el manto negro del agua, lo esperaba la luna.
Temple
Otro
loco que no sabe lo que es la paciencia, dice el viejo pescador.
Muy cerca, muy veloz, alguien pasa nadando sin percibir el gigantesco pez espada que arrastra la barca.
Matilde
Sólo su compañía logra
salvarlo de la ola gigante, inexorable. En medio del sueño, la llama: ¡Matilde,
Matilde! Se aferra a ella y la ola pasa, lenta y como de terciopelo. Ya puede
respirar tranquilo. Su mujer sigue durmiendo, reposa serena sin enterarse de la
pesadilla que cada noche lo tortura.
Al alba, coge el pijama femenino relleno de trapos y lo guarda en el armario, volverá a sacarlo cuando anochezca.
Alivio
Frente a la página en blanco, el escritor se mueve inquieto. Tiene
tantos personajes que bullen en su mente, tantas historias que decir, que no
sabe por dónde empezar.
Como en otras ocasiones, arranca la hoja, la rompe en trocitos y se levanta complacido. Una vez más ha exorcizado sus pesadillas, en cada uno de los pedazos ha muerto una historia que no lo perturbará más.
Déjà vu
Se levantó para ir al
entierro. Era jueves y no sabía con certeza quién había fallecido. Sólo
recordaba el altavoz anunciando una muerte. Con prisa, se vistió, salió y pagó
un café en el bar de la plaza. En ese momento el cortejo fúnebre iba por la
calle.
Alcanzó a ver a su mujer, sus hijos, sus hermanos, algunos sobrinos. Imposible que él fuera el muerto, llevaba enterrado más de diez años.
LA AUTORA
Virginia Glez. Dorta (España) gracias a la
lectura, ha acabado escribiendo. En su bitácora Phoeticblog cuelga micros,
fotos, relatos de viajes y lugares. De ahí han saltado textos a ediciones
digitales y sobre papel, como Máquina de coser palabras, Piedra y nido,
Brevilla, Plesiosaurio, Microtextualidades, Minificción, Resonancias,
Tradabordo, Alebrijes, Gente de pocas palabras, Microfilias, Quarks, Tusca,
Revista Litoral y algunas otras. Ha publicado “Paisaje de infancia y viento”
1 comentario:
Excelente selección de la obra de Virginia. Los temas muy ingeniosos y agradables. Felicitaciones
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