El intruso
… escondido dentro del
bolso, junto a muchas recomendaciones y al imprescindible boleto, su presencia
se hizo, cada vez, más perceptible. Se acomodó y como el humo, ocupó el
espacio. Disfrutó el trayecto. Cuando el capitán anunció el fin del viaje salió
desde todos sus escondrijos. Escapó empujando a todos. Huía. Con él se llevó el
gran peso que hube de cargar durante horas. Entonces mis manos recobraron calor
y dejaron de temblar.
La señora Leonor
…hace poco tiempo vino a
vivir con la sobrina. Las amigas de la infancia y la juventud acudieron a
visitarla: —¿te acuerdas de mí?, ¿recuerdas a Pepita?, ¿recuerdas?,
¿recuerdas?... La entrevistaron durante varios días. Ella les prestaba
atención. A veces asentía, otras escuchaba y otras contaba sobre alguno de sus
alumnos. Con el tiempo las visitas se volvieron esporádicas. Un amigo comenzó a
frecuentar. Se sentaban en el portal. Él buscó el inicio de la conversación.
Preguntó si le gustaba esa tarde llena de sol. Su mirada aguzó los sentidos y
afirmó. Ya, más cómodo para continuar, el amigo comenzó a cantarle la canción
La tarde. Formaron un dúo bastante acoplado que logró iluminarle la mirada y la
expresión del rostro. Las visitas se repitieron. Para el inicio él traía algún
interrogante, sin mucha pretensión, solo romper el silencio, hasta que
comenzaban a corear, cada vez, una canción diferente que, como gota continua
sobre una piedra, fue cincelando para rebuscar otro pensamiento. Quizás el
mejor guardado:
— Cuando yo era joven
cantaba con alguien a quien quise mucho. —Ella dejó escapar.
— Y cómo se llamaba.
—preguntó él.
—Javier. Él también pasaba
su mano por mi cabello cuando se despedía.
El cantante se quedó
mirándola. —Preguntó: ¿Sabes, ¿quién
soy?
Ella meditó un momento y
dijo: —no…
El cielo sobre mi
cabeza
…entro a la sala, el cielo pesa sobre mi
cabeza. Me cuesta andar en este día que ni el sol quiso alumbrar. Está a su
gusto la soledad en las calles y en los portales de las casas, tan concurridos
a diario al tanto de lo que ocurre. Solo hay movimiento en esta pieza de tres
habitaciones, encajada en un listón de tierra, junto a la zanja, por donde
descienden las aguas desde el barrio Las Alturas. A pesar de que todos han
venido hasta acá, el silencio no ha permitido que lo profanen, “se vuelve un
castigo insoportable.” Cruzo entre las vecinas. Tienen las cabezas apoyadas en
el pecho. En el ambiente se expande una nube gris dentro de la que baila una
fragancia que recuerdo y que por ser siempre la misma, perturba al tiempo que
un espíritu trata de desprender sus raíces. Camino hacia la cocina. Me
petrifico. Avisto un pomo de boca ancha donde queda un rastro de manteca en el
fondo. Todavía no me decido a definir quién está peor, si la que se está yendo
dentro del féretro o su compañero con los tres niños, que quedan atrás.
Sueños con
gaviotas
La calle estaba concurrida y
con un gran movimiento en el área de salida de los ómnibus, quizás por la hora
de la tarde. Algo me rebelaba que no sería tan fácil. Sin medir las consecuencias
entregué la decisión a las palpitaciones que enfriaron mis manos. Esas que imaginé
entrelazadas con las suyas para enfrentar nuestras vidas. Aunque lo había
pensado aún no traía conmigo las palabras para abordar lo que dibujé como un
problema. De un golpe exhalé el pensamiento: — Obtuve una beca para ir a estudiar
por unos meses, en otra provincia. Escuchó. Sin inmutarse alojó entre los dos
un muro de silencio y se volteó. Su reacción definía pensamientos que no
alcancé a vislumbrar. Quedé presa en aquel instante que estrechó el espacio. Las
personas me chocaban. Hubiera querido perderme como una más en la multitud o
mejor volverme invisible para huir de la sensación que resbaló hasta mis pies.
No me dio tiempo a pedirle que esperara, aunque las cartas no llegaran. Que no
se guiara por los que sin fe se entregan a olvidar. Quise jurarle que
desafiaría hasta la muerte para retornar. Tantas ideas flotaron en el aire
hasta deshacer mis ardores inútiles. Desde entonces cada noche rezo el poema Espérame, de Konstantín Simónov y mis
sueños se inundan de gaviotas muertas…
La nube que no
cesa
La primavera llegó con
ráfagas en claves y colores del infierno. Se abrían a los pies palabras con
olor a catástrofes: sirenas, contagios, hospitales, colapso, cementerios… Las
drenan las injusticias, las pobrezas. Ronda un enemigo, dispara con ojos
vendados. Nos entregan como atisbos de esperanza el encierro, aislamiento
disciplina, máscara, justicia, solidaridad…Vamos a un páramo que nombramos
silencio. El viento fluye. Las casas, simulan fantasmas. El sol dejó de mirar
de frente. Estampas que duelen. Los niños mutaron juegos, inundan los ojos de
terror. Un hombre viejo cuenta historias, recoge recuerdos, numera sus días. Entramos
a cada rincón olvidado de la casa. Al fin hay tiempo. Aparece un libro que hace
años espera. Lo atiendo. Repetimos visitas a los espejos. Pasan días, meses.
Comparamos cifras. Esto crece, no cesa, se pega, mata. Se retrasa la primavera.
Vislumbro una nube, avanza sobre el mundo al tiempo que lo siento y sufro. Cuando
cerré mi puerta convertí la casa en una prisión. Salir puede ser un suicidio.
Otras ráfagas llegan: ahora desaprender lo que aprendimos por generaciones y me
convierto y soy otra que no era. Reciclo fuerzas: desde el pedestal de esta
experiencia estoy dispuesta a recomenzar el viaje, ‘ligera de equipaje.”
Ansiedad
Desde anoche las ideas se
le cruzan. Combaten entre ellas. Anda confundido. Ha recorrido varias veces la
casa. Repite los lugares. Toma un libro. Lo devuelve al librero. Enciende la
Tele. Anuncios, noticias, dentífricos de última generación, ¡zapatos que
absorben el cansancio de los pies…! ¡Mentiras! Nada le interesa. No encuentra
cómo concentrarse en lo que debe y quiere hacer. Decide salir a la calle para
tomar un poco de aire fresco. Pasa junto a la vendedora de flores. Recoge un
ramo de rosas rojas. Quiere halagarla para que regrese. Se dispone a ir hacia ella, aunque no conoce
dónde realmente habita. Se detiene frente a una puerta antigua que antes ha
visto. Exhibe un fino tallado en la madera y un artístico llamador. Sobre él un
cartel le anuncia: ‘’La musa que vive aquí hoy tuvo otro compromiso “
La noche de la luz
…ha venido esta noche mi madre, después de catorce
años, a darme un beso. Ha venido bien entrada la madrugada, envuelta en el
silencio de la oscuridad. Solo la veo a ella. Una luz desconocida enmarca la
imagen. Observé su rostro. Lo bordearon, recuerdos de la vida durante el tiempo
que estuvimos juntas: momentos que ‘’me corren por las venas y no los puedo
abrazar’’ Ha hecho un alto en su viaje astral y sabia me puso en el surco desde
donde pueda entregarle parte de lo que recibí de su mano. Auguré expresión de
súplica. Parca como era, dijo:
—No le cuentes a nadie el secreto de la familia.
—Juré archivarlo.
Una cabellera
de luz, la elevó. Me quedé esperando… No hay opciones. Invocaré a mis
espíritus. Me dirán que es lo que tengo guardado y no se…
LA AUTORA
Amalia Caridad Cordero
Martínez. Escritora cubana de ensayos, relatos y microrrelatos. Han aparecido
publicaciones suyas en revistas culturales en España, Méjico y Bolivia. Cinco
relatos suyos han sido seleccionados para integrar la Antología Mujeres,
compilada por la revista Elipsis Editores, de Colombia, en 2021. En su país ha
sido galardonada en la categoría Premio en concursos provinciales y nacionales
de la Central de Trabajadores de Cuba, en tres ocasiones. Tiene un ensayo
biográfico aprobado para publicarse en la Casa editorial Verde Olivo. Es
licenciada en Geografía, graduada en la Universidad Pedagógica de Matanzas, en
Cuba.
2 comentarios:
¿Qué inmenso es el firmamento de quienes nos alumbra con la palabra, y qué pequeño resulta cuando leemos sus itinerarios. Gracias Luis por traernos un trozo de ese cielo.
Saludos desde microbreveddes.blogspot.com
Gracias, estimado Guillermo por leer y comentar. Enhorabuena por microbreveddes.blogspot.com
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