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sábado, 17 de abril de 2021

(98) AMALIA CORDERO

 



 

El intruso

… escondido dentro del bolso, junto a muchas recomendaciones y al imprescindible boleto, su presencia se hizo, cada vez, más perceptible. Se acomodó y como el humo, ocupó el espacio. Disfrutó el trayecto. Cuando el capitán anunció el fin del viaje salió desde todos sus escondrijos. Escapó empujando a todos. Huía. Con él se llevó el gran peso que hube de cargar durante horas. Entonces mis manos recobraron calor y dejaron de temblar.

 

La señora Leonor

…hace poco tiempo vino a vivir con la sobrina. Las amigas de la infancia y la juventud acudieron a visitarla: —¿te acuerdas de mí?, ¿recuerdas a Pepita?, ¿recuerdas?, ¿recuerdas?... La entrevistaron durante varios días. Ella les prestaba atención. A veces asentía, otras escuchaba y otras contaba sobre alguno de sus alumnos. Con el tiempo las visitas se volvieron esporádicas. Un amigo comenzó a frecuentar. Se sentaban en el portal. Él buscó el inicio de la conversación. Preguntó si le gustaba esa tarde llena de sol. Su mirada aguzó los sentidos y afirmó. Ya, más cómodo para continuar, el amigo comenzó a cantarle la canción La tarde. Formaron un dúo bastante acoplado que logró iluminarle la mirada y la expresión del rostro. Las visitas se repitieron. Para el inicio él traía algún interrogante, sin mucha pretensión, solo romper el silencio, hasta que comenzaban a corear, cada vez, una canción diferente que, como gota continua sobre una piedra, fue cincelando para rebuscar otro pensamiento. Quizás el mejor guardado:

— Cuando yo era joven cantaba con alguien a quien quise mucho. —Ella dejó escapar.

— Y cómo se llamaba. —preguntó él.

—Javier. Él también pasaba su mano por mi cabello cuando se despedía.

El cantante se quedó mirándola.  —Preguntó: ¿Sabes, ¿quién soy? 

Ella meditó un momento y dijo: —no…

 

El cielo sobre mi cabeza

 …entro a la sala, el cielo pesa sobre mi cabeza. Me cuesta andar en este día que ni el sol quiso alumbrar. Está a su gusto la soledad en las calles y en los portales de las casas, tan concurridos a diario al tanto de lo que ocurre. Solo hay movimiento en esta pieza de tres habitaciones, encajada en un listón de tierra, junto a la zanja, por donde descienden las aguas desde el barrio Las Alturas. A pesar de que todos han venido hasta acá, el silencio no ha permitido que lo profanen, “se vuelve un castigo insoportable.” Cruzo entre las vecinas. Tienen las cabezas apoyadas en el pecho. En el ambiente se expande una nube gris dentro de la que baila una fragancia que recuerdo y que por ser siempre la misma, perturba al tiempo que un espíritu trata de desprender sus raíces. Camino hacia la cocina. Me petrifico. Avisto un pomo de boca ancha donde queda un rastro de manteca en el fondo. Todavía no me decido a definir quién está peor, si la que se está yendo dentro del féretro o su compañero con los tres niños, que quedan atrás.


Sueños con gaviotas

La calle estaba concurrida y con un gran movimiento en el área de salida de los ómnibus, quizás por la hora de la tarde. Algo me rebelaba que no sería tan fácil. Sin medir las consecuencias entregué la decisión a las palpitaciones que enfriaron mis manos. Esas que imaginé entrelazadas con las suyas para enfrentar nuestras vidas. Aunque lo había pensado aún no traía conmigo las palabras para abordar lo que dibujé como un problema. De un golpe exhalé el pensamiento: — Obtuve una beca para ir a estudiar por unos meses, en otra provincia. Escuchó. Sin inmutarse alojó entre los dos un muro de silencio y se volteó. Su reacción definía pensamientos que no alcancé a vislumbrar. Quedé presa en aquel instante que estrechó el espacio. Las personas me chocaban. Hubiera querido perderme como una más en la multitud o mejor volverme invisible para huir de la sensación que resbaló hasta mis pies. No me dio tiempo a pedirle que esperara, aunque las cartas no llegaran. Que no se guiara por los que sin fe se entregan a olvidar. Quise jurarle que desafiaría hasta la muerte para retornar. Tantas ideas flotaron en el aire hasta deshacer mis ardores inútiles. Desde entonces cada noche rezo el poema Espérame, de Konstantín Simónov y mis sueños se inundan de gaviotas muertas…


La nube que no cesa

La primavera llegó con ráfagas en claves y colores del infierno. Se abrían a los pies palabras con olor a catástrofes: sirenas, contagios, hospitales, colapso, cementerios… Las drenan las injusticias, las pobrezas. Ronda un enemigo, dispara con ojos vendados. Nos entregan como atisbos de esperanza el encierro, aislamiento disciplina, máscara, justicia, solidaridad…Vamos a un páramo que nombramos silencio. El viento fluye. Las casas, simulan fantasmas. El sol dejó de mirar de frente. Estampas que duelen. Los niños mutaron juegos, inundan los ojos de terror. Un hombre viejo cuenta historias, recoge recuerdos, numera sus días. Entramos a cada rincón olvidado de la casa. Al fin hay tiempo. Aparece un libro que hace años espera. Lo atiendo. Repetimos visitas a los espejos. Pasan días, meses. Comparamos cifras. Esto crece, no cesa, se pega, mata. Se retrasa la primavera. Vislumbro una nube, avanza sobre el mundo al tiempo que lo siento y sufro. Cuando cerré mi puerta convertí la casa en una prisión. Salir puede ser un suicidio. Otras ráfagas llegan: ahora desaprender lo que aprendimos por generaciones y me convierto y soy otra que no era. Reciclo fuerzas: desde el pedestal de esta experiencia estoy dispuesta a recomenzar el viaje, ‘ligera de equipaje.”


Ansiedad

Desde anoche las ideas se le cruzan. Combaten entre ellas. Anda confundido. Ha recorrido varias veces la casa. Repite los lugares. Toma un libro. Lo devuelve al librero. Enciende la Tele. Anuncios, noticias, dentífricos de última generación, ¡zapatos que absorben el cansancio de los pies…! ¡Mentiras! Nada le interesa. No encuentra cómo concentrarse en lo que debe y quiere hacer. Decide salir a la calle para tomar un poco de aire fresco. Pasa junto a la vendedora de flores. Recoge un ramo de rosas rojas. Quiere halagarla para que regrese.  Se dispone a ir hacia ella, aunque no conoce dónde realmente habita. Se detiene frente a una puerta antigua que antes ha visto. Exhibe un fino tallado en la madera y un artístico llamador. Sobre él un cartel le anuncia: ‘’La musa que vive aquí hoy tuvo otro compromiso “


La noche de la luz

…ha venido esta noche mi madre, después de catorce años, a darme un beso. Ha venido bien entrada la madrugada, envuelta en el silencio de la oscuridad. Solo la veo a ella. Una luz desconocida enmarca la imagen. Observé su rostro. Lo bordearon, recuerdos de la vida durante el tiempo que estuvimos juntas: momentos que ‘’me corren por las venas y no los puedo abrazar’’ Ha hecho un alto en su viaje astral y sabia me puso en el surco desde donde pueda entregarle parte de lo que recibí de su mano. Auguré expresión de súplica. Parca como era, dijo:

—No le cuentes a nadie el secreto de la familia.

—Juré archivarlo.

 Una cabellera de luz, la elevó. Me quedé esperando… No hay opciones. Invocaré a mis espíritus. Me dirán que es lo que tengo guardado y no se…


LA AUTORA

Amalia Caridad Cordero Martínez. Escritora cubana de ensayos, relatos y microrrelatos. Han aparecido publicaciones suyas en revistas culturales en España, Méjico y Bolivia. Cinco relatos suyos han sido seleccionados para integrar la Antología Mujeres, compilada por la revista Elipsis Editores, de Colombia, en 2021. En su país ha sido galardonada en la categoría Premio en concursos provinciales y nacionales de la Central de Trabajadores de Cuba, en tres ocasiones. Tiene un ensayo biográfico aprobado para publicarse en la Casa editorial Verde Olivo. Es licenciada en Geografía, graduada en la Universidad Pedagógica de Matanzas, en Cuba.

 

 

 

 

2 comentarios:

Guillermo Castillo dijo...

¿Qué inmenso es el firmamento de quienes nos alumbra con la palabra, y qué pequeño resulta cuando leemos sus itinerarios. Gracias Luis por traernos un trozo de ese cielo.

Saludos desde microbreveddes.blogspot.com

Luis Ignacio Muñoz dijo...

Gracias, estimado Guillermo por leer y comentar. Enhorabuena por microbreveddes.blogspot.com