> Letras Itinerantes: (69) Nélida Cañas

sábado, 27 de junio de 2020

(69) Nélida Cañas



El tren de las seis

 A las seis de la tarde cruza la llanura el último tren del día dejando una estela blanca, que se diluye cerca del suelo. Una muchacha, delgada y pálida, espera junto a su valija. El tren pasa puntual, como siempre, y la devuelve a los brazos de su madre, temblorosa y sucia de recién nacer. Yo puedo verlo todo desde un orificio en la pared. Su madre, casi niña, viste de blanco y tiene el pelo suelto y enmarañado. A la pequeña no puedo verle la cara. Juntas escuchan el traqueteo del tren alejándose. Una estela blanca se diluye cerca del suelo. Pero no pueden verla.

 Jujuy, 8 de abril de 2020

 

Carta a orillas del Pacífico 

 Casi sin proponérmelo llego al pequeño pueblo con médanos y geranios a orillas del Pacífico.  Tiendo la lona en la playa y abro la sombrilla para protegerme del sol. Enseguida se acerca la misma muchacha ofreciéndome el jarrón azul, que ya le compré en otra tarde soleada y plácida como esta. Busco en el bolso algo que no sé qué es. En mi mano tiembla un sobre con tu letra morosa y extendida, que tanto amo. Quiero leer, pero apenas si puedo ver. Las lágrimas desdibujan las palabras y hacen pequeños laguitos como espejuelos en los médanos. Desde el oeste se acerca alguien que trae un pañuelo de seda pintado con pájaros y flores. Lo agita en el aire quieto de la tarde. Entonces tengo la certeza de quién es y corro a su encuentro. Pero una ola inmensa me arrastra y me deja exhausta en un sendero que huele a madreselvas.  Hay un rumor incesante de abejas en el aire.

 Jujuy, 14 de abril de 2020

 

Desasimiento 

 Detrás de la ventana imagino mis pasos desnudos en la hierba. La alegría del tacto en el rocío del amanecer.  Sin embargo, es la noche y estoy varada en la vigilia del insomnio.  El tiempo se desvanece en los relojes y se escapa debajo de las puertas como una materia incandescente. Sin saber cómo camino entre la desolación de los relojes blandos de Dalí. El desasosiego me hace tocar los bordes del cuadro. Quiero salir de ahí. Quiero que me cubran las hojas del otoño. Susurrarle a los árboles. Abrazarlos. Pero es en vano. He perdido la sombra de mi cuerpo y mi voz se hunde en el desierto.

 Jujuy, 20 de abril de 2020


La travesía de Alicia

 Alicia nunca pudo entrar al prodigioso jardín que sus ojos vislumbraron en el País de las Maravillas. Pero buscar la manera de llegar a él le permitió vivir aventuras extraordinarias. Así el camino le resultó más interesante que la meta. Todo duró lo que un sueño de verano en la Ribera de un río. Pero el sueño fue tan real como la liebre de marzo y su tacita de té.


La casa de Neauphle

 Un aroma a rosas me invade y me detengo apenas abro la puerta. Ella está sentada en uno de sus sillones de mimbre junto a su mesa de escribir. Dice, sin mirarme, pero sabiendo que estoy ahí: "En esta casa nunca se tiran las flores. Se secan allí, en los jarrones". Y se queda en silencio.  Ausente como si ya no estuviera.

Estoy en la mansión de Neauphle. En la sala llena de luz que viene del parque y se recoge en los rincones. Hay varias mesas, sillones, mantas, almohadones. Hay jarrones con flores secas como un herbario extravagante que se refleja en los espejos o se refugia en los rincones. Hay libros apilados, aquí y allá. Lámparas. Muchas lámparas con sus pantallas de distintos tonos. La sala tiene varios lugares para el recogimiento y la escritura. Ella dice: " Se escribe lo desconocido". Y luego de una pausa, como si lo dijera para sí misma, "La escritura llega como el viento".

Cuando escucho su voz la siento como a su escritura. Como el vaivén incesante de las olas o como un vals ejecutado en un solo de piano. Giros y contra giros. Flujo y reflujo del mar.

Ella dice: "todas las mujeres de mis libros han habitado esta casa"

Pienso en las mujeres de Marguerite, que son una y la misma. Escritas con eso desconocido que la habita. Y con otras mujeres que ha conocido y que hubiera querido ser. Como Lol V. Stein. "Yo hubiera querido ser ella", dice.

La miro. Quisiera acercarme y descansar mi cabeza sobre su regazo. Pero no puedo hacerlo. Ella murmura cosas que ya no alcanzo. Algo de ese amor desmedido que siente por su hermano pequeño. Un amor que le hacía desear la muerte. Algo de la niña descalza que corría por el bosque. Siento que ya no puedo quedarme. Ella ha regresado al Mecong. A la casa de la infancia donde conoció la desolada intemperie de su madre. El amor y la muerte.

San Salvador de Jujuy, 14 de mayo de 2020

 

Invocación 

 Atravesé el parque de la casona de altos ventanales. Por detrás se veía la arboleda frondosa. Pero no supe que estaba en Amherts hasta que crucé la galería, abrí la puerta y sentí el aroma de canela y jengibre de bizcochos recién horneados. Sin embargo, ni en la cocina ni en el amplio comedor había nadie. Subí por la escalera de madera y caminé hasta el final del pasillo. Abrí la puerta y vi la ventana que daba al jardín. El cuarto era de una intimidad sobrecogedora: la cama vestida de blanco, la cómoda, la pequeña mesa de la escritura y su lámpara transparente con el tubo opalino. Las hojas de papel con su letra angulosa y prolija. El herbario de tapas verdes. El papel para cartas con detalles de flores prensadas de una delicadeza extrema. 

 Me temblaban las manos y no podía pensar. ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Es que acaso merecía tal ofrenda? ¿O todo era una emboscada del deseo?

 La brisa del jardín abrió levemente el postigo de la ventana y una mariposa blanca giró y se posó en mi mano. La misma mano que traza con letra minúscula y vacilante tu nombre, querida Emily.

 

Algo se ofrece como una oscura dicha

 Cuando despertó se sintió libre del dolor que la sometía. Liviana. Con los huesos huecos y con pozos de aire como los pájaros. No supo dónde estaba, pero una puerta se abría al final de un largo pasillo. A medida que avanzaba la puerta se desdoblaba en otras puertas. Pero ella, cada vez más ingrávida, no dejaba de acercarse. Sólo quería mirar del otro lado. Había buscado tanto aquel jardín, sólo entrevisto en sueños, que ya nada la detendría.

 

LA AUTORA


Nélida Cañas: Nació en la plenitud de la llanura, al sur de la provincia de Córdoba y vivió por 25 años en el valle de San Salvador de Jujuy.

 Ha publicado en poesía: Cifras del misterio (1998), Sitial del vuelo (1991), Animal de lo desconocido (1997),  Jaurías del alba (1998), Dibujo de mujer (1999), El agua y la greda (2001), Una palmera en el fondo del cielo (2004), Opus lunar (2007), Mariposas de Pekín (2012).

 En narrativa: De este lado del mundo (1996), Breve cielo (2010), En la fragilidad de los días (2013). Intersticios (2014), Como si nada, Macedonia Ediciones (2018), De nunca acabar, Macedonia Ediciones (2020), en imprenta.

 Integra numerosas antologías, entre ellas Poesía del Noroeste argentino, S.XX (2004), El límite de la palabra (2007), Monoambientes (2008), El microrrelato en Jujuy (2012) y Microrrelatos del Noroeste argentino (2013).

 

Integra el proyecto Microlee desde el 2018.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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