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domingo, 7 de abril de 2019

(25) CARMEN CANO

CARMEN CANO

Primero fue en la página de los relatos en cincuenta palabras, luego a través de sus poemas y después en microrrelatos de más extensión como los que presentamos a continuación, Carmen Cano viene realizando una prolífica labor literaria  que antes desempeñó desde las aulas. En sus narraciones predomina lo diverso en las temáticas, lo sorprendente, lo poético y metaliterario.




 BAJO TIERRA 


Marchaos a casa. Y no se os ocurra volver. No necesito compasión. Aquí me respetan. Algunos, incluso, me temen. He de mantener mi reputación de hombre duro, así que no necesito tus galletitas, mamá, ni que me montes una escena. Vamos, trágate esas condenadas lágrimas. Cuando salga, es posible que ya estéis bajo tierra, como esos malnacidos de los padres Dolan y O’Brien que nos destrozaron la infancia. Lo volvería a hacer. Una y mil veces. Alguien tenía que vengar al pobre Jimmy y a los que caímos en aquel infierno de sotanas… Ahora ya es tarde. Guardaos vuestra lástima y marchaos.
       No. No volverían. A Lotte le quedaba poco tiempo. De haberlo sabido, no habrían cruzado en tren varios estados. O, tal vez, sí.


HECHIZADOS 


Te amenaza la bruja con sus garras y ya no eres más que un gusano. La casa huele a manzanas agrias tras las puertas cerradas. Por las noches oyes las risotadas del banquete y el entrechocar de las copas; después, los pasos vacilantes, los jadeos y los gruñidos. Te levantas temprano para espiarlos, pero solo alcanzas a ver sus rabos de cerdo encaminándose al establo.       Te has prometido no esperar a que asome el vello en tu rostro. Te has ido ejercitando en el arte de los bebedizos. Esta mañana no te arrastras ante ella.             Levantas una pata, agitas las plumas y ensayas tu primer vuelo.      Si los dioses elevan vientos favorables, abandonarás la isla para siempre.


 VIGILANTES 


Voy encendiendo las luces de la casa para no tropezar en la oscuridad. Esto es la cocina. Hay un vaso sobre la mesa y una botella de agua. Bebo lentamente y observo las líneas de los armarios. Está todo recogido. Abro uno por uno. Aquí está. Parto un buen trozo y me lo llevo a la boca. Dulce, muy rico. Si me descubren, se enfadan. Él me vigila de noche. De día llegan ellas. Deben de ser mis primas, porque me cuidan bien y me preparan la comida y la ropa.       Orino y me lavo las manos. En el espejo ella me mira. Es mi madre, que ha vuelto. Lleva los cabellos recogidos, pero le caen algunas mechas encanecidas. Me mira con atención. Está a punto de decirme algo.       -Teresa, apaga ya la luz y ven a dormir, cariño.      Desaparece de pronto. Ahora me veo a mí misma, tragándome las lágrimas.       -Mamá, no me dejes aquí con este extraño.


 VOLVERÉ 


Él partió una madrugada. En sus ojos, la querencia del mar; en la banda de babor, el nombre de su adorada.       -Escribe. Te esperaré.      Cada amanecer ella se asomaba a la baranda azul del balcón. Al principio llegaban cartas desde playas de arenas finas, puertos remotos y acantilados azotados por las olas. Las palabras de amor sabían a inmensidad, a brisa cálida o a dulces bahías.      Una mañana halló en su baranda el rostro astillado del mascarón de proa. Su corazón quedó sin timón ni remos. Soñaba con oleajes, con mares de espuma amarga. Pero descubrió una estrellla prendida en la balaustrada y otro día, un caballito y, más tarde, caracolas con el rumor del océano.       Ahora pasea descalza por el muelle.       -¡Ahí va… la loca del náufrago!      Su amante submarino la colma de extraños peces, de ramos de posidonia y de lejanos corales. Ella desoye las voces ajenas y hace sonar las conchas de sus collares. Es dichosa porque se sabe la novia del ahogado que siempre vuelve.


PEGASOS, LINDOS PEGASOS


Brillaban las luces en la noche de feria. Héctor tiró de la mano de su madre hacia el tiovivo. Eligió un caballo con alas y, ebrio de alegría, le pidió que volara muy alto hasta alcanzar las estrellas que ardían en el cielo.       Aquella noche lo visitó en sueños:      -Mi nombre es Pegaso. Pertenezco al mismísimo Zeus, pero he caído en desgracia y me tienen atado a esa rueda. Solo tú me has hablado, solo tú estás destinado a liberarme.       Al día siguiente Héctor se coló en el recinto ferial y le rompió las cadenas con unas grandes tenazas.       -¡Sube! Volaremos juntos a donde tú desees.       -Al País de los Cuentos.     Pegaso batió las alas y pronto fueron divisando desde el aire el bosque donde se escondía el lobo, la casita de chocolate, dragones y princesas, hadas, ogros y hasta un barco de piratas.     Y llegó la hora en que Pegaso debía volver al Olimpo. El niño le acarició la crin y se abrazó a su cuello. Contuvo las lágrimas hasta verlo partir, porque había aprendido que el mejor regalo que le podía ofrecer era la libertad.


SEDA Y ARROZ


Mientras el discípulo molía los colores, el Maestro apresaba auroras y crepúsculos, observaba el cristalino mundo de las estrellas y las transparentes alas de las libélulas.       Viajaban por el reino de Han con los pinceles, las lacas y los rollos de seda y de papel de arroz. Recalaban en tabernas, donde intercambiaban pinturas por escudillas de mijo y tazas de vino. El anciano amaba la bebida, que plasmaba en manchas rosadas como pétalos.       De sus pinceles surgían las altas montañas que sujetan el mundo, las azules corrientes marinas, los verdes arrozales, el vertiginoso vuelo de las cascadas y la cara sonriente de la luna en el estío.       Una noche, ebrio de vino, navegó sobre las aguas de plata. Supo que sus pinceles nunca alcanzarían la belleza de la luna llena y quiso abrazar su reflejo.La luz del alba descubrió su cuerpo depositado en la orilla, como un junco, por un mar de jade.


SILENCIOS DE AGUA 


Un grupo de pescadores se arremolinó en la bahía. El poder liso del agua había entregado el cuerpo de una mujer vestida de novia.       En el pueblo aún recordaban su desaparición unos años atrás, en la víspera de la boda. Y la desesperación de Andrés. Y el luto estéril de las hermanas.El tiempo se había detenido para la hermosa ahogada. Del otro mundo traía una pulsera en el tobillo que nadie reconoció.      El sacerdote temblaba durante el oficio fúnebre. Un silencio de espanto alcanzaba las bóvedas del templo, donde se congregaron los vecinos para arropar a las hermanas.      Pálido como la espuma, Andrés procuraba borrar de su pensamiento la estela nocturna del barco al que la vio subir. Su maleta, en la mano del capitán. Dejó que la buscaran y calló por vergüenza, pero permaneció unido a la familia.Días después del sepelio, su hijo echó el primer anzuelo:       -¿Quién era esa señora que vino preguntando por padre? Se te parecía tanto…


LA AUTORA


CARMEN CANO



Valencia (España). Licenciada en Filología Hispánica. Publica microrrelatos en las webs de 50palabras, ENTC y cincopalabras.com, relatos en diversas antologías: ¡Que entre la luz! (libro solidario contra la violencia de género y el maltrato infantil), Cuentos de las Estaciones (del colectivo Valencia Escribe), Entintados (del Aula de Letras de Barcelona), Hay esperanza (libro solidario contra el cáncer). Finalista en el Concurso de RENFE Madrid (2017), seleccionada en la Antología Canyada d’Art (2017), finalista en la Antología Canyada d’Art (2018).
       Como poeta ha sido ganadora del 2 Premio y de un Accésit del grupo Numen (Comunidad Valenciana, 2016 y 2017), Mención Especial del Público en el V Concurso de Poesía José García-Nieto (2018)


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