CARMEN CANO
Primero fue en la página de los
relatos en cincuenta palabras, luego a través de sus poemas y después en microrrelatos
de más extensión como los que presentamos a continuación, Carmen Cano viene
realizando una prolífica labor literaria
que antes desempeñó desde las aulas. En sus narraciones predomina lo
diverso en las temáticas, lo sorprendente, lo poético y metaliterario.
Marchaos a casa. Y no se os
ocurra volver. No necesito compasión. Aquí me respetan. Algunos, incluso, me
temen. He de mantener mi reputación de hombre duro, así que no necesito tus
galletitas, mamá, ni que me montes una escena. Vamos, trágate esas condenadas
lágrimas. Cuando salga, es posible que ya estéis bajo tierra, como esos
malnacidos de los padres Dolan y O’Brien que nos destrozaron la infancia. Lo
volvería a hacer. Una y mil veces. Alguien tenía que vengar al pobre Jimmy y a
los que caímos en aquel infierno de sotanas… Ahora ya es tarde. Guardaos
vuestra lástima y marchaos.
No. No volverían. A Lotte le
quedaba poco tiempo. De haberlo sabido, no habrían cruzado en tren varios
estados. O, tal vez, sí.
HECHIZADOS
Te amenaza la bruja con sus
garras y ya no eres más que un gusano. La casa huele a manzanas agrias tras las
puertas cerradas. Por las noches oyes las risotadas del banquete y el
entrechocar de las copas; después, los pasos vacilantes, los jadeos y los
gruñidos. Te levantas temprano para espiarlos, pero solo alcanzas a ver sus
rabos de cerdo encaminándose al establo. Te has prometido no esperar a
que asome el vello en tu rostro. Te has ido ejercitando en el arte de los
bebedizos. Esta mañana no te arrastras ante ella. Levantas una pata, agitas las
plumas y ensayas tu primer vuelo. Si los dioses elevan vientos
favorables, abandonarás la isla para siempre.
VIGILANTES
Voy encendiendo las luces de la
casa para no tropezar en la oscuridad. Esto es la cocina. Hay un vaso sobre la
mesa y una botella de agua. Bebo lentamente y observo las líneas de los
armarios. Está todo recogido. Abro uno por uno. Aquí está. Parto un buen trozo
y me lo llevo a la boca. Dulce, muy rico. Si me descubren, se enfadan. Él me
vigila de noche. De día llegan ellas. Deben de ser mis primas, porque me cuidan
bien y me preparan la comida y la ropa. Orino y me lavo las manos. En
el espejo ella me mira. Es mi madre, que ha vuelto. Lleva los cabellos
recogidos, pero le caen algunas mechas encanecidas. Me mira con atención. Está
a punto de decirme algo. -Teresa, apaga ya la luz y ven
a dormir, cariño. Desaparece de pronto. Ahora me
veo a mí misma, tragándome las lágrimas. -Mamá, no me dejes aquí con
este extraño.
VOLVERÉ
Él partió una madrugada. En sus
ojos, la querencia del mar; en la banda de babor, el nombre de su adorada. -Escribe. Te esperaré. Cada amanecer ella se asomaba a
la baranda azul del balcón. Al principio llegaban cartas desde playas de arenas
finas, puertos remotos y acantilados azotados por las olas. Las palabras de
amor sabían a inmensidad, a brisa cálida o a dulces bahías. Una mañana halló en su baranda
el rostro astillado del mascarón de proa. Su corazón quedó sin timón ni remos.
Soñaba con oleajes, con mares de espuma amarga. Pero descubrió una estrellla
prendida en la balaustrada y otro día, un caballito y, más tarde, caracolas con
el rumor del océano. Ahora pasea descalza por el
muelle. -¡Ahí va… la loca del náufrago! Su amante submarino la colma de
extraños peces, de ramos de posidonia y de lejanos corales. Ella desoye las
voces ajenas y hace sonar las conchas de sus collares. Es dichosa porque se
sabe la novia del ahogado que siempre vuelve.
PEGASOS,
LINDOS PEGASOS
Brillaban las luces en la noche
de feria. Héctor tiró de la mano de su madre hacia el tiovivo. Eligió un
caballo con alas y, ebrio de alegría, le pidió que volara muy alto hasta
alcanzar las estrellas que ardían en el cielo. Aquella noche lo visitó en
sueños: -Mi nombre es Pegaso.
Pertenezco al mismísimo Zeus, pero he caído en desgracia y me tienen atado a
esa rueda. Solo tú me has hablado, solo tú estás destinado a liberarme. Al día siguiente Héctor se coló
en el recinto ferial y le rompió las cadenas con unas grandes tenazas. -¡Sube! Volaremos juntos a donde
tú desees. -Al País de los Cuentos. Pegaso batió las alas y pronto
fueron divisando desde el aire el bosque donde se escondía el lobo, la casita
de chocolate, dragones y princesas, hadas, ogros y hasta un barco de piratas. Y llegó la hora en que Pegaso
debía volver al Olimpo. El niño le acarició la crin y se abrazó a su cuello.
Contuvo las lágrimas hasta verlo partir, porque había aprendido que el mejor
regalo que le podía ofrecer era la libertad.
SEDA Y ARROZ
Mientras el discípulo molía los
colores, el Maestro apresaba auroras y crepúsculos, observaba el cristalino
mundo de las estrellas y las transparentes alas de las libélulas. Viajaban por el reino de Han
con los pinceles, las lacas y los rollos de seda y de papel de arroz. Recalaban
en tabernas, donde intercambiaban pinturas por escudillas de mijo y tazas de
vino. El anciano amaba la bebida, que plasmaba en manchas rosadas como pétalos. De sus pinceles surgían las
altas montañas que sujetan el mundo, las azules corrientes marinas, los verdes
arrozales, el vertiginoso vuelo de las cascadas y la cara sonriente de la luna
en el estío. Una noche, ebrio de vino,
navegó sobre las aguas de plata. Supo que sus pinceles nunca alcanzarían la
belleza de la luna llena y quiso abrazar su reflejo.La luz del alba descubrió su
cuerpo depositado en la orilla, como un junco, por un mar de jade.
SILENCIOS DE AGUA
Un grupo de pescadores se
arremolinó en la bahía. El poder liso del agua había entregado el cuerpo de una
mujer vestida de novia. En el pueblo aún recordaban su
desaparición unos años atrás, en la víspera de la boda. Y la desesperación de
Andrés. Y el luto estéril de las hermanas.El tiempo se había detenido
para la hermosa ahogada. Del otro mundo traía una pulsera en el tobillo que
nadie reconoció. El sacerdote temblaba durante
el oficio fúnebre. Un silencio de espanto alcanzaba las bóvedas del templo,
donde se congregaron los vecinos para arropar a las hermanas. Pálido como la espuma, Andrés
procuraba borrar de su pensamiento la estela nocturna del barco al que la vio
subir. Su maleta, en la mano del capitán. Dejó que la buscaran y calló por
vergüenza, pero permaneció unido a la familia.Días después del sepelio, su
hijo echó el primer anzuelo: -¿Quién era esa señora que vino
preguntando por padre? Se te parecía tanto…
LA AUTORA
CARMEN CANO
Valencia (España). Licenciada en Filología Hispánica. Publica microrrelatos en las webs de 50palabras, ENTC y cincopalabras.com, relatos en diversas antologías: ¡Que entre la luz! (libro solidario contra la violencia de género y el maltrato infantil), Cuentos de las Estaciones (del colectivo Valencia Escribe), Entintados (del Aula de Letras de Barcelona), Hay esperanza (libro solidario contra el cáncer). Finalista en el Concurso de RENFE Madrid (2017), seleccionada en la Antología Canyada d’Art (2017), finalista en la Antología Canyada d’Art (2018).
Como poeta ha sido ganadora del 2 Premio y de un Accésit del grupo Numen (Comunidad Valenciana, 2016 y 2017), Mención Especial del Público en el V Concurso de Poesía José García-Nieto (2018)
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