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jueves, 17 de enero de 2019

(17)Eliana Sosa

Eliana Sosa

Esta nueva entrega va dedicada en su totalidad a Eliana Sosa Martinez, habitual colaboradora de LETRAS ITINERANTES en Bolivia y procedente de Potosí, la ciudad que está más cerca del cielo. Autora de cuentos, microcuentos y artículos periodísticos y de opinión nos presenta aquí una breve semblanza de su obra narrativa.







COMO EN LAS PELÍCULAS



Ayy mi cabeza. No veo nada, apenas sombras porque este trapo debe ser viejo. Huele feo como a gasolina y aprieta mi cerebro,  Me da náuseas y quiero vomitar. Más es mi miedo, no puedo mover mis manos, están atadas a la silla. No me puedo mover. Quiero llorar, pero me aguanto; aunque escucho llantos de todo tipo, a mí alrededor. Algunos son de chicas, clarito, como cuando lloraba la Alicia si no le quería prestar mi camión. También se nota que hay chicos,  de ellos es más despacito, seguro que como yo tienen vergüenza. Quiero gritar, pero no me animo, tal vez alguien malo está cerca.       No entiendo nada, lo último que recuerdo es estar vendiendo mis dulces en los buses que van a Miraflores, ya era tarde y no había casi gente, así que me fui a sentar un ratito a una esquina y ahí no más un golpe, negro no más vi. ¿Quién quisiera robarme?, si soy pobre, nadie va pagar rescate como hacen en las películas y tampoco nadie me va a venir a rescatar.


¿AMOR?


    No te entiendo ¿cómo puedes seguir así?
    Pues, para que lo sepas, es lo mejor que me ha pasado.
    Es una locura, ni me lo puedo imaginar.
    Lo que pasa es que tú no la conoces y no sabes cómo funciona.
    Ni siquiera es necesario, la cosa es que no es real.
    Para mí lo es, es lo más real que he sentido desde hace muchos años.
    No puedes amar a una imagen en un aparato.
    La cosa va más allá, juntos vamos a pasear, al cine, a comer, charlamos de nuestros intereses.
    Ni siquiera la puedes tocar.
    No entiendes que lo nuestro va más allá de tocarnos, es un sentimiento mucho más profundo.
    ¿Qué sentimiento? Ella no puede sentir, ni siquiera sé qué es exactamente, seguro no es una mujer.
    Se llama Kyoto y me ama, lo puedo sentir, además lo demuestra todos los días.
    A ti y a otros millones de raros que juegan este absurdo juego en Internet.
    No tengo celos, lo que tengo con ella es especial, ella me conoce como nadie.
    Te conoce, como lo hace el Facebook, tu correo electrónico o tu celular.
    ¡Basta, Alejandra! No me vas a hacer cambiar de opinión. Estoy enamorado de Kyoto y listo.
    Bueno, Hernán, pensé que yo lo estaba de ti, pero ahora me doy cuenta que tú no sabes amar de verdad. Espero que este tu nuevo amor con este personaje virtual sin cuerpo dure más que el nuestro.
    ¡Ay Alejandra! Mejor te desinflo porque si no, no te callarás nunca.


EVOLUCIÓN


Habían pasado varios meses desde aquel accidente del que Adrián fue el único sobreviviente; el coche era un Nexo 2030, a pesar de la conducción autónoma que se suponía  garantizaba la seguridad de los dos pasajeros, tuvo un desperfecto, o quizás fue una falla humana que hizo que se precipitaran cinco metros desde un despeñadero.
       Su acompañante, la hermosa Dalia no había tenido tanta suerte o todo lo contrario porque murió instantáneamente y no tuvo que sufrir todo lo que padeció Adrián, desde las quemaduras en todo su cuerpo, especialmente en el rostro,  hasta fracturas en miembros superiores e inferiores además de los daños en sus riñones y pulmones. La suerte de Adrián era contar con la fortuna de su familia, que servía para que fuera atendido por los mejores especialistas, algunos traídos del extranjero y que usaran tecnología de punta incluso la que todavía no había salido al mercado. De esta forma fue que le reemplazaron los miembros amputados por otros biónicos pero de una apariencia natural increíble, que además le conferían una súper fuerza y una sensibilidad mayor.       El problema de la piel fue resuelto por un injerto artificial que funcionaba mejor que la epidermis humana porque era súper flexible, durable, resistente y sensible compuesta de micro transistores orgánicos que le permitían a Adrián sentir todo lo que tocaba. Todos estos cambios a pesar de ser complicados, dolorosos e incómodos causaban en el joven una excitación extraña, tal vez porque sabía que cada uno de los reemplazos lo hacían o más fuerte o más resistente. Este placer insano llegó a tal punto que exigió que le reemplazaran órganos que estaban completamente sanos, como sus oídos, ojos, corazón, hígado, vejiga, intestinos y su tráquea. Cada uno con beneficios inimaginables como filtros microscópicos, sensores que determinaban la calidad de los alimentos, mayor capacidad de coagulación de la sangre, poder definir el volumen en que deseaba escuchar algo y lo mismo el nivel de luz al ver.       Mientras Adrián se hacía más cambios y su familia más cercana veía que la transformación iba más allá de lo físico, su gemelo Fabián afirmaba que no reconocía los nuevos ojos de su hermano, tampoco su comportamiento, menos su obsesión a la tecnología y temblaba al escucharlo hablar sobre la necesidad de crear una raza superior de humanos, de la evolución inevitable de seres como él y debido a que se había reemplazado tantas partes de su cuerpo no podía estar seguro que fuera la misma persona con la que había crecido y a la que había cuidado después del accidente.


CAROLINA


Carolina amó a los gatos desde pequeña, sentía que estos seres le  enseñaron el amor más incondicional. Era conocida en su barrio como la loca de los gatos porque a sus cuarenta años, su única compañía eran los más de veinte felinos con los que vivía. Las personas solo le habían causado lágrimas y le habían hecho sentir basura. Por eso se alejaba de ellas y prefería pasar interminables horas al lado de sus mininos, a veces escuchando jazz o bosa nova o simplemente hablando con ellos.
       Esta última actividad era la que más disfrutaba. Aquel lenguaje, sin palabras que interfieran con la verdadera comprensión de los sentimientos le parecía maravillosa. Bastaba un ¡miauuuuuuu! largo de Gaspar para saber que debía alimentarlos. Todos los bigotudos llegando, atraídos por el ¡clonc! ¡clonc! de la comida vertida en los pequeños platos, agradecían con el ¡cronch! ¡cronch! que hacían sus pequeños hocicos masticando. Aunque también se escuchaban los ¡grrr! ¡grrr! ¡grrr! mezclados con los ¡chisss¡ ¡chisss¡ ¡chisss¡ que anunciaban una contienda o un malestar por varias razones, como una  disputa por territorio o porque fueron tocados sin permiso.       Después, los diminutos ¡miu! ¡miu!, que la llamaban a tomar la siesta en el sillón más mullido de la casa, acompasada con los ¡prrr! ¡prrr! de los ronroneos. Sus días se fueron transformando así en una existencia sin necesidad de las palabras y con el disfrute absoluto de los ¡miauuuuuuu!, ¡miu!, pero sobre todo de los ¡prrr! que para Carolina eran la versión musical del amor. Pronto ella también fue pronunciándolos, como una extensión de su voz, que cada vez se parecía más a las de sus veinte compañeros felinos.       Un día en el que ya nada más podía salir mal en el mundo exterior porque perdió su trabajo y estaba a punto de ser desalojada de su casa, sin darse cuenta, empezó a emitir los ¡prrr! ¡prrr! para tranquilizarse. Al terminar una deliciosa comida, no resistió lamerse las manos ¡lam¡ ¡lam! Al terminar las vio convertidas en hermosas patas esponjosas color negro lustroso. Sorprendida buscó por toda la casa un espejo, recién fue consciente que sentía su cuerpo más liviano. Al ver su reflejo se vio transformada en un hermoso ejemplar felino y se relamió largamente frente a él ¡laaaaaaaammmmm! ¡laaaaaaaammmmm!
       Después de unos días, ella y sus colegas mininos se dieron cuenta que ya no tenían quién los alimente, a pesar de que proferían insistentes ¡miauuuuuuu! ¡miauuuuuuu! Entonces Carolina a través de varios ¡Miau! ¡Miau!  Y oliendo a cada uno el hocico los guio hasta otra casa, la que podrían tomar, como lo hicieron con la que dejaban.
      Al salir de aquella vivienda saltando por la ventana, la felina Carolina escuchó un estruendoso ¡craaaash!, vio que cayó una fotografía, trató de reconocer a quienes estaban retratados en ella, pero los gatos tienen mala memoria así que se fue repitiendo ¡prrr! ¡prrr! ¡prrr!


SUPERSTICIONES


La madre de Juan le dijo desde pequeño —hijo naciste estrellado, tienes que cuidarte—. Le explicaron, luego, que estrellado quería decir sin suerte. Desde entonces se llenó de amuletos. Empezó a leer todo lo que tuviera que ver con la suerte y las supersticiones. Internet fue una maravillosa fuente de información; su tiempo libre lo pasaba investigando  a diferencia de sus amigos que andaban jugando en las redes sociales. Junto a él siempre llevaba una pata de conejo como llavero y una prenda de color rojo.       Pero nada parecía funcionar, definitivamente la mala suerte lo perseguía. En su primera fiesta de 15 años con traje formal le cayó un bote de pintura de una construcción contigua justo antes de entrar al local o cuando tenía que dar su examen de ingreso a la universidad y se rompió la muñeca al caerse en un piso recién lavado.
       Ésos fueron algunos contratiempos mayores, pero los pequeños y cotidianos que vivía de lunes a lunes eran incontables. Aunque, según él, habían disminuido con los artilugios nuevos que fue consiguiendo, una herradura muy antigua y un trébol de cuatro hojas que llevaba en una libreta cerca al corazón.       Todo se puso en duda cuando conoció a Carmen, una hermosa joven. Al verla quedó impactado no solo por sus ojos almendrados color miel, su cabello negro hasta la cintura, o por aquellas piernas torneadas y doradas sino por su inteligencia y autenticidad. La muchacha era tan espontánea que no se fijaba si mientras caminaba pasaba bajo una escalera, tampoco escapaba cuando veía un gato negro, lo que asustaba a Juan, pero igual la seguía porque decía que ella era su mejor talismán.       Poco a poco las supersticiones del muchacho fueron mellando la relación, a pesar de que él le había explicado el origen de sus creencias, ella era un espíritu demasiado libre para poder limitarse por el miedo a la mala suerte. El día que Juan iba a pedir a Carmen que fuera su esposa fue como un viernes 13 para él. Primero perdió el anillo que tanto le costó comprar, una tormenta empezó a caer, llegó tarde a su cita. Cuando por fin pudo verla estaba acompañada por otro joven.       Juan, molesto, le reclamó. Ella le respondió —Es que nunca entendiste que es de mala suerte ser tan supersticioso—.Muy triste los vio alejarse felices mientras la lluvia lo bañaba. Cuando ellos habían avanzado una cuadra, la tormenta empeoró y un rayo cayó al joven que tomaba del brazo a Carmen.
       Entonces Juan entendió muchas cosas, besó su pata de conejo y se fue a comprar un billete de lotería.


DESPEDIDA


Sintió que era su último aliento. No dejaba de pensar en sus hijas, aunque ya eran grandes, él las recordaba con trencitas y flores en el cabello. Sintió que la vida le pasó muy rápido, sin darle tiempo de vivirla mejor. Todavía recordaba el día de su matrimonio. Ese día, ingenuamente, creyó que sería feliz toda su vida. No siempre pasa lo que uno cree. Peleas, celos, rechazos, rutina, pesaron para que el amor de su vida se convierta en tan solo la madre de sus niñas.       Aunque ahora su recuerdo lo enternecía. La veía todavía con el vestido floreado que le entallaba tan bien, dejando ver su cintura y aquellas piernas que lo enloquecían. El cabello suelto como a él le gustaba que se peinara y aquellos ojos color miel que brillaban en cada encuentro.       La muerte es engañosa. Puede clarificar los sentimientos. Ella era el amor de su vida, por eso amaba tanto a sus hijas, porque la recordaban. Cuánto tiempo y distancia dejó que la alejaran y ahora daría todo por un último segundo a su lado.       Por un instante, dulces besos, de nuevo rozaron sus labios y podía jurar que sintió su mano frágil entre la suya. Sintió humedad en su rostro como si una suave llovizna lo hubiera encontrado en plena calle. Se dejó llevar por estos sueños del pasado.       El coma había durado semanas. María había ido a visitarlo aquel día, ya no importaba que el divorcio fue firmado muchos años atrás, debía despedirse. Besó su boca tiernamente y le tomó de la mano. Sus lágrimas bañaron el rostro de aquel hombre que amó tanto. Javier murió minutos después.


POSESIÓN


Mi fe fue probada. El demonio ganaría esta posesión porque mi alma estaba contaminada desde antes.


HUESOS


Deliciosos huesos desparramados para mí en todo el piso. De la carne humana se hizo cargo el caníbal.


MÍO


Mi inexplicable pretensión de que seas mío se cumplirá, ya sea a través del amor o bocado a bocado.



ELIANA SOZA MARTÍNEZ (BOLIVIA)


Nació en la ciudad que está más cerca del cielo, Potosí – Bolivia. En la universidad conoce a Lidia Valverde, que le abre las puertas hacia el mundo de la literatura. Así conoce a su más grande inspiración, Julio Cortázar. En 2017 participa en la “Antología Iberoamericana de Microcuento” compilada por Homero Carvalho. En 2018 es parte del libro colectivo “Armario de letras” de la Editorial Caza de Versos de México; también del libro “Sombras en la Obscuridad” de la REED Potosí (Red de escritores Potosinos). De mayo a Julio, seis microcuentos son seleccionados para su publicación en la Revista española Historias Pulp "Paradojas" y “Onomatopeyas”. En Junio publica su primer libro de cuentos “Seres sin Sombra”. En Julio junto a la Editorial Soy livre publica la antología de cuentos de terror “Macabro Festín” y es invitada en el I Encuentro Internacional de Microficción de la Feria del Libro en Santa Cruz y en agosto a la Feria Internacional del Libro en La Paz.


1 comentario:

Ruben Mesias Cornejo dijo...

Divertido paseo por territorios oscuros con la luz de la sorpresa en la mano. Micros geniales e irónicos hasta más no poder.