> Letras Itinerantes: 2019-02-03

jueves, 7 de febrero de 2019

LETRAS ITINERANTES (19)


Rossemarie Caballero

Este número de Letras Itinerantes está dedicado a la escritora Boliviana, nacida en la ciudad de Cochabamba, Rossemarie Caballero (1961). En esta ocasión nos comparte dos de sus cuentos breves, que son parte del libro “Juego de Trenzas”, uno de los libros de relatos que tiene publicados.En su trabajo narrativo, sutilmente, destapa una variedad de temáticas cotidianas revelando experiencias escalofriantes. Sus letras nos transportan a la intimidad de los personajes, nos dejan ver sus almas y así logra que nos identifiquemos con cada uno, aunque no siempre lo hagamos de forma abierta, por falso pudor. Disfruten ustedes mismos de sus letras.

Edición a cargo de Eliana Soza Martínez








RETRATO DE BODAS

  

La madre odiaba a la hija como se odia lo bello cuando se es feo, como se odia el agua cuando se  es sequía, como se odia el sol cuando se es sombra, porque la madre era todo menos luz, y uno odia lo que le es adverso, lo que no puede dominar, aquello que le quita fulgor, lo que le hace verse ínfimo y ridículo ante el mundo, y la madre se sabía ínfima   y ridícula ante los ojos de los otros y en particular frente a la hija; por eso la odiaba, odiaba y detestaba e insultaba y maltrataba a su hija, pero la hija logró poner distancia, al menos distancia física, y eso enfureció peor a la madre; el hecho de no poder castigarla tras la osadía de resguardarse, de no dejarse vejar y flagelar, ponía histérica a la madre, por lo que empezó a tragar de su propio veneno y  a morir lentamente. Pero aunque la hija logró huir, y parecía que la madre había dejado de humillarla, ella regresaba, porque  era  hija  y regresaba  a  ver a su madre, regresaba  porque  no  era  mala  hija,  le llevaba presentes y dinero, la veía en visitas esporádicas, ahí, apenas en el patio donde la madre solía tomar sol, la hija sentada sobre una banqueta de malamuerte junto a la madre que antes la maltrataba y que pasado el tiempo ya no tuvo poder para insultarla y golpearla pero la golpeaba de otra forma, la golpeaba en la memoria, la odiaba y en la memoria la seguía golpeando, ahora la golpeaba más porque le provocaba mayor ira saber que  la hija había logrado superar la barrera de la miseria   y que ahora era otra persona, tan otra que hasta parecía no ser una de esas que salen de los barrios pobres y surgen por su belleza, #pobre pero bella#el capital de la belleza es invalorable y la hija supo sacarle partido. Por eso, cuando retornaba a su país se hospedaba en lugares finos, hosterías de prestigio o donde amistades de clase media alta porque ella tenía cierto roce con cierta clase, alta no, pero media alta sí, claro que no  nació  aristócrata  para  estar en la clase alta, porque alta es alta de nacimiento, clase alta como aquella de las hermanitas del parque Q., que se pensaban nacidas en la nobleza y descendientes de la condesa de A. y no se mezclaban con estratos medios aunque estuvieran viviendo entre esa gente y mandaran a sus hijos a colegios donde también iban los hijos de clase media, ellas permanecían en su decadente ilusión de pertenecer a la clase alta, de haber nacido en la trillada cuna de oro, aunque en realidad no tuvieran un duro. Y la hija no pudo nunca llegar hasta esa clase pero estaba oscilando cerca, si se descuidaba caía en las clases menos favorecidas o clases marginales que es lo mismo, de baja ralea, donde pervivían los pitilleros, monreros, prostitutas, cafisos, tirilleros, y todos los eros posibles que hubieran parido la pobreza y la desfachatez, porque uno puede nacer pobre pero debe salir; quedarse en situación de miseria es cuestión de desfachatez, decía ella, quien supo salir, subir y mantenerse en la clase media del país (sin contar la clase a la que pertenecía en el extranjero donde sabe dios cómo logró sobrevivir), y fluctuaba un poco arriba, un poco abajo, aunque para nadie en el barrio era desconocido dónde había nacido, pero eso ya era cuento del pasado.
       Ahora la madre le golpeaba el recuerdo. La hija había dejado su mosaico de bodas, un retrato donde figuraba ella de novia, o quizá uno con vivos rojos y azules y verdes, pero era un retrato donde ella vestía de novia, entonces ha debido de ser un traje blanco de boda como todavía se acostumbra, blanco para la novia y para el novio azul o gris u otro oscuro, pero no recordaba haber visto ningún novio en el retrato, sino a la novia sola, y quizá ni estaba de novia pero era ella, su belleza destacaba y era ella en el retrato y la madre castigaba a la hija a través del retrato.
       El retrato decía sálvenme, quítenme de aquí, pero seguía ahí, el  retrato  continuaba  ahí, contra el viento y el polvo y el agua y la lluvia, cubriendo con el bastidor un sucio batán de piedra donde se trituraba locotos y otros pimientos, pero el retrato estaba donde menos debía de estar un retrato. Y  era azotado por el sol que implacable manda sus lenguas de fuego, y la lluvia que nada perdona y el viento, y el polvo y las moscas, y las ratas, el retrato estoico soportaba todo el maltrato que una madre puede dar a una hija que odia.
       La madre era uno de los monstruos de seis cabezas que alguna vez apareciera en La Odisea de su adolescencia, en La Odisea aparecían Ulises y sus tripulantes intentando cruzar un estrecho en el mar pero había dos monstruos guardianes, uno era Escila, de larguísimos cuellos con horribles cabezas y bocas que mostraban hileras de puntiagudos colmillos, de sus extremidades también salían cabezas; esta era  la madre, que lanzaba hileras mortales de palabras, ráfagas de veneno en insultos, látigos de fuego que la quemaban, garfios que la mechoneaban, calumnias en destellos de lenguas rojas rebrotadas, epítetos y golpes que la dañaron y marcaron para siempre. El otro monstruo era Caribdis, el barrio que tragaba toda miseria que se pusiera a su alcance. La madre era el monstruo que al saberse monstruo y descubrir el amor que el marido sentía por la hija se atrevió a decirle a la hija “me estás quitando mi marido”, sin considerar que ella era hija del marido, el marido de la madre era padre de la hija y la hija no iba a quitarle el marido a la madre porque era su padre, pero sí podía atesorar su amor, el padre amaba a la hija y la defendía del rencor de la madre, y la hija amaba al padre porque él no la hostigaba pero la defendía y  le demostraba amor en cada llegada a casa, en cada retorno de frecuentes peregrinaciones, viajes largos que hacían más profundo el vacío del padre ausente, pero el padre regresaba y demostraba amor con mimos y regalos, amor del bueno del puro del santo, y la madre que no sabía dar amor del bueno del puro del santo, odió a la hija hasta el día de su muerte.
       La hija sobrevivió, la hija no murió.       La hija se repuso, creció y a su turno fue madre, pero esa es otra historia.









R. BENZI




Cuando miré la foto algo no encajaba. La chica de la imagen se veía bella, en pose cuidada, el rostro impecablemente maquillado, el pelo acomodado al estilo de los 80`s, pero la pose como al estilo de los 60`s; sin embargo los colores no correspondían a la lejana década sesentera donde el blanco y negro eran lo típico. Algo no encajaba. Tampoco correspondía a los ochenta por la edad que la persona aparentaba tener. Si esta foto fuera de los ochenta en la actualidad esta persona tendría 38 años más agregados a su edad real que a la fecha aparenta a 50 años. Tampoco parecía ser una foto tomada en siglo 21.      En nuestra relación de amigas del Facebook, intercambiamos mensajes relativos a un amigo en común. Pero ella se quedó con la frase “ya te contaré”, y no volvimos a hablar, al menos hasta ahora. Tampoco pregunté al amigo nada respecto de ella, digamos así, por… ética política.       Cierto día, cuando traté de explicar la conducta que deberíamos tener en casa para cuidar la amistad de una familia interesante, “ética política” fue la frase que me vino a la mente. Por supuesto me refería a la política de tener ética en el trato a las personas, es decir ser coherentes con dar y pedir, pedir y dar, que no era cuestión de solo pedir, sino primero dar, y después quizá nos concedan algo que pidamos en el futuro.       Volviendo al asunto de la foto, me sorprendió que fuéramos amigas virtuales, porque era la primera vez que la atendía debido a la foto que subió a su muro. Creo que le puse algún comentario o al menos pensé 46 escribirle aunque era la primera vez que me percataba de su amistad. Revisé sus posteos y me interesé en sus comentarios, así me acerqué a su vida, sin buscarlo.       Pero me intrigaba la foto en pose de actriz, bien producida, como cuando de nena miraba atónita los cuadros que colgaban en puertas de los cines, la gran Sofía Loren, Claudia Cardinale, Greta Garbo, o quién sé yo, pero era más o menos ese formato, la mirada fija, los labios bien delineados, el pelo suelto semialborotado, reitero, el corte con las puntas en media luna coincidía con la moda de los ochenta. Bien, pose sesenta, pelo ochenta, colores mate de fotoestudio de finales del siglo veinte, cara bonita, alargada, algo varonil, piel tersa, al menos se veía joven como de no sé qué edad, tampoco podría acertar en la edad, parecía mayor, como más de cincuenta por las facciones y la pose, y la forma de maquillarse; pero algo no conectaba. Miré sus demás fotos y siempre aparecía con esa cara y esa mirada, que en principio me hicieron pensar en exagerada producción, demasiado perfecta. Y me impactó.Como postal de artista, eso mismo.       Meses después, cierta mañana de domingo, ella compartió un post y añadió un comentario que me dejó helada y así, casualmente, me dio la explicación que la foto necesitaba, porque tampoco se trata de que una viva husmeando, sino que por cosas de los “recuerdos del Facebook” y la coincidencia de encender el celular en el momento preciso, te sale un “comprendo… ¡con razón!”.       Revisé con interés sus fotos y ahí aparecía su familia, un árbol de navidad, hermosamente arreglado, rodeado de papá, mamá, nena y tres 47 nenes. Hasta ahí nada extraordinario. Revisando más, ella con su hermana, muy abrazadas y declarando su amor filial. Y un poco antes se lee que ella extraña a sus dos hermanos. ¿Por qué dos?         Su padre era un conocido deportista, por eso su apellido me sonaba, y el nombre lo escuché de oídas cuando con cierto morbo lo pronunciaban décadas atrás.       Sencillo. Roberta nació varón pero se rebeló. Cambió de sexo y es la primera transexual boliviana. Había nacido en 1965 y operado en 1986. Tenía veintiún años cuando decidió transformar el corte de su pelo en trenzas de mujer.













SOBRE LA AUTORA


Rossemarie Caballero Vega 

Escritora boliviana. Nació en Cochabamba en noviembre de 1961. Residió en Madrid, Santa Cruz de la Sierra, Tarija y en Buenos Aires. Docente normalista, columnista de prensa y gestora cultural, con estudios de maestría en Letras, Educación e Idiomas. Diplomado en Lengua y Literatura española e Ivestigación en Madrid. Coeditora en temascbba.com y co-conductora del programa argentino de radio sobre literatura “A CIERTA HORA”, Ciclo “A puertas abiertas”, trasmitido por www.enlaotrapuerta.com.ar Es autora de novelas, libros de cuento y poesía con obra en antologías y diccionarios. Ganó premios en ajedrez, declamación, guión de teatro, poesía y cuento. “Su Rollo de papel (higiénico)” (poesía, 2015) y  ”Los  vagidos  del gato o tal vez gata” (relato, 2017) fueron publicados por Ediciones Jota de Potosí, como aporte a la Colección del Bicentenario de Bolivia. Recientemente presentó ”Obsesiones”–antología personal (2016), en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.

Juego de trenzas (2018) pertenece al catálogo de autores selectos de Editorial Ruinas Circulares, Buenos Aires, Argentina.